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PROCESO EDUCATIVO DEMOCRÁTICO

PROCESO EDUCATIVO DEMOCRÁTICO

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El sociólogo político Wert, – eventualmente ministro de Educación – afirma que “la comunidad educativa no puede ser una comunidad democrática, porque el proceso educativo no es democrático”, es decir, ni la comunidad educativa es democrática ni pueden serlo los procesos educativos, algo que hace retemblar la democracia, tambalear la Constitución y resquebrajar los principios didácticos básicos.

¿Cómo puede decirse que la comunidad educativa no puede ser democrática, si es el fundamento principal de la misma, en una sociedad democrática? ¿Qué base argumental tiene para decir que el proceso educativo es antidemocrático, cuando debe ser todo lo contrario?

Don José Ignacio se contradice al hablar de “comunidad educativa” negando al tiempo que ésta sea democrática, pues forman dicha comunidad un conjunto de ciudadanos vinculados por intereses educativos comunes, en el marco de una sociedad democrática, lo que implica su inevitable democratización.

En cuanto a negar la cualidad democrática de los procesos educativos, parece claro que el señor Wert se quedó estancado en la escuela de los picapiedra, ignorando que la educación es un proceso interactivo que exige participación activa del alumno en el aprendizaje bajo la orientación del profesor, como estimulador de las estructuras mentales del alumno para que éste pueda construir aprendizajes significativos y edificar interiormente una cultura perdurable que le permita posterior crecimiento intelectual.

El sistema educativo establece el marco, los contribuyentes ponemos los centros escolares y recursos humano-materiales con nuestros impuestos, siendo las aulas “unidades básicas de producción educativa”, donde se encuentran cuerpo a cuerpo los dos elementos que harán posible el aprendizaje, con participación colegiada, colaboración mutua, interés compartido y gestión democrática del proceso, porque a martillazo limpio de conceptos elaborados, evaluaciones sancionadoras y reválidas selectivas, no es posible apuntalar aprendizajes duraderos en la mente de los aprendices.

El hecho de que los procesos cognitivos estén influidos por aspectos psicológicos, perceptivos, culturales y sociales, que afectan al aprendizaje, nos obliga a recordar que la mente del alumno no es un saco vacío en el que todo cabe como pensaba la pedagogía tradicional, basada en la clase magistral, expositiva e impositiva.

En los procesos de enseñanza-aprendizaje que tienen lugar en el aula, se producen dos tipos de interacciones humanas que condicionan, sin reservas, las posibilidades de que los alumnos puedan construir significativamente los aprendizajes propuestos en los documentos de planificación curricular: las relaciones profesor-alumno y alumno-alumno, en el marco democrático que debe sustentarlas.

Hoy día,  la concepción de profesor dirigista y autocrático como único agente facilitador de los aprendizajes está desechada en todas las propuestas didácticas, por elementales que sean éstas y son capítulo abandonado en la actual apuesta metodológica.

No se trata de quitarle al profesor protagonismo en la tarea educativa, – algo que le pertenece por derecho propio, experiencia y conocimiento -, sino de abrir puertas al alumno para que éste participe democráticamente en el proceso educativo, realizándose la interacción profesor-alumno sin prejuicios ni reservas y considerando lo que el alumno aporte en la tarea, sin imperativo de que sus ideas sean admitidas necesariamente, pero sin desecharlas a priori, como propone el ministro.

El diálogo civilizado, la exigencia razonada, la tolerancia y la aceptación de opiniones diferentes a las propias, han de sobreponerse al poder omnímodo, la obstinación desmedida, la negativa sistemática y la defensa irracional de las propias posiciones, por acertadas que éstas sean, para evitar que la enseñanza desemboque en una vía muerta que no conduce más que a la esterilidad, el cansancio, la decepción, la frustración y el fracaso.

Imponer autoritariamente al alumno todos los elementos del currículo escolar desde la tarima, puede ser el preludio de inevitable descalabro. En la medida que los sujetos participen en el proceso de enseñanza-aprendizaje, se sientan coautores del modelo, compartan la metodología, participen en la evaluación y se impliquen en los diseños, mayores serán las garantías de que la educación discurra por cauces adecuados y no se desborde anegando todas las expectativas.

MISERABLES REBAJAS

MISERABLES REBAJAS

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La embriaguez de dolor como enajenación lastimosa de ánimo y voluntad, es decir, como estado mental de quien no es responsable de sus actos, puede llevar a los enajenados al rearme de valor causado por el desprecio, olvidando las consecuencias de una rebeldía que se antoja inevitable, porque no queda ropa para cubrir tanta desnudez.

El corazón de Wert se ha conmovido ante el clamor universal, prometiendo bajar la nota de acceso a las becas, como migaja que no merece aprecio ni gratitud porque los tijeretazos han hundido la educación pública. Ana Mato ha encontrado una miserable fórmula para devolver la tarjera sanitaria a los emigrantes, poniendo tiritas en sus cuerpos destrozados. Y Gallardón rebaja las tasas judiciales, entregando un euro a los afectados en desahucios, laudos de consumo y multas de tráfico.

Vemos en capítulo IX del Génesis que Noé se embriagó con el vino de sus propias vides, quedando desnudo y a la intemperie mientras sus hijos Sem y Jafet fueron a cubrirlo con ropas, caminando hacia atrás para no ver la desnudez del padre, mereciendo por ello su bendición, al tiempo que Cam era condenado por la desvergüenza de mirarlo de frente.

Gran parte de la sociedad está embriagada de dolor, desnuda y arrinconada, viendo como los poderes públicos se dirigen a ella de frente y con el descaro que Cam, para cubrirla con ropa andrajosa, agrietada y jironada, que deja al descubierto su desnudez y toda la ira imaginable, preludio de la más desgarradora respuesta que puede barruntarse de quienes están dispuestos a perderlo todo porque nada tienen que perder.

Los desfavorecidos prefieren vivir dignamente la desnudez antes que caminar embozados en miserables harapos de becas miserables. Anteponen caminar solos con la cruz a cuesta antes que ser ayudados por estafadores cirineos que vendan sus heridas con tiritas. Y optan por morir en la pelea, antes que caminar mutilados por las tasas judiciales entre las aguas residuales de su vida.

SI WERT FUERA ESTUDIANTE

SI WERT FUERA ESTUDIANTE

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Contra viento sociales,  tempestades parlamentarias, mareas de profesores, desplantes de alumnos, pañueladas de padres, empujones de periodistas, barricadas de sindicatos, y quejas de costureras, churreros y aguaderas, el menistro Wert multiplica gratuitamente la crispación en un país muy crispado por los recortes, proponiendo una ley innecesaria, inoportuna e inadecuada, aprovechando que él se encuentra fuera del sistema educativo y no va a sufrir las consecuencias de su norma.

La mínima calificación obtenida por el menistro Wert en el barómetro del CIS con una nota de 1,76, permite asegurar que si el pilarista José Ignacio fuera alumno de Secundaria sería desviado hacia profesiones laborales alejadas de la Universidad y no podría estudiar la carrera de Derecho que cursó al abandonar el pilarismo.

Si Wert fuera estudiante, no pasaría ninguna de las selecciones que él mismo exige superar a los alumnos de 8, 11, 15 y 17 años, porque la puntuación de 1,76 que ha obtenido en el  examen social de los ciudadanos, no permite otra opción.

Si Wert fuera estudiante, carecería de amigos en el colegio porque no querrían jugar con él los compañeros en el recreo, le harían poco caso los profesores y los padres no le invitarían a fiestas de cumpleaños de sus colegas.

Si Wert fuera estudiante, iría solo a las manifestaciones convocadas por él mismo a favor de su ley, siendo despreciado por esquirol, disuelto con gases lacrimógenos por policías-padres y abucheado por los peatones.

Si Wert fuera estudiante, sus progenitores se avergonzarían del 1,76 obtenido por su hijo en la reválida ciudadana que él ha rescatado del pozo negro antieducativo con la propuesta de una evaluación sancionadora, selectiva y segregadora.

Si Wert fuera estudiante, no querría ser itinerado a los trece años hacia caminos profesionales que siendo adolescente rechazó y pediría las oportunidades de futuro que ahora niega a los jóvenes que sufrirán en las aulas su ley educativa, inspirada en fueros españoles y palomas espirituales.

WERTIZACIÓN IMPUNE

WERTIZACIÓN IMPUNE

Con pena y tristeza, evoco hoy una página del tardofranquismo, cuando la muerte de Carrero Blanco destituyó de manera fulminante a un payaso disfrazado de rector con la cruz del Opus Dei en la pechera que gobernó el Ministerio de Educación durante unos meses, dislocando el sistema educativo español con decisiones inspiradas en libros de terror, hasta sacar de su descerebrada chistera un calendario “juliano” que provocó las iras del personal, mereciendo una patada en las nalgas que lo envió a la estratosfera, liberándonos a los españoles de sus locuras.

Hoy no valen reprobaciones parlamentarias, ni críticas sociales unánimes sólo defendidas por su tertuliana esposa en diferentes televisiones, ni huelgas de profesores, padres y alumnos. Hoy nada vale contra la wertización que estamos padeciendo por un tertuliano venido a ministro, que pasea su arrogancia sin despeinarse, luciendo una desvergüenza provocativa impropia de un ministro de educación, ante la pasividad de su jefe que guarda un silencio protector hacia su desvalido valido.

Lo detestable de Wert no es que haya recortado las becas, suprimido asignaturas amparándose en textos escolares inexistentes, subido las tasas universitarias, eliminado profesores o reducido presupuestos escolares con disparos vesánicos contra la calidad de la enseñanza, sino la prepotencia que exhibe con sonrisa irónica ante las críticas universales que recibe.

Los ciudadanos no merecemos un ministro semejante, pero menos aún la insultante y provocativa altanería con que pretende justificar sus decisiones, pasándose diariamente por su arco del triunfo el respeto debido a los contribuyentes que pagamos su sueldo, con una chulería merecedora de la misma patada que recibió su predecesor Julio Rodríguez en 1974.

SINWERTGÜENZA

SINWERTGÜENZA

Siendo ya tertuliano en tertulias innombrables, el sociólogo Wert exhibió una desvergüenza acreedora de duras calificaciones por su falta de vergüenza. Vamos, que este ministro pilarista en más de una ocasión demostró ser un sinvergüenza, es decir, un hombre sin vergüenza, un atrevido, para entendernos, un osado o si preferís, un descarado.

Lo que desconocíamos quienes cambiábamos de canal cada vez que aparecía en televisión, era la ambición por incluir su nombre en el libro Guinness de los records como el peor ministro de educación de la historia de España, por gracia de su propia gracia, para desgracia nuestra.

Desde su estreno ministerial, leyendo públicamente y con descaro las páginas de un libro sobre educación para la ciudadanía, que no era tal libro de texto sobre educación para la ciudadanía, hasta ayer que por primera vez en la historia los 79 rectores de nuestras Universidades – todos, «hunos y hotros» -, le han dado con las puertas en las narices no acudiendo a la reunión del Consejo de Universidades, este personaje no ha dejado de dar golpes en la herradura.

Un hombre que quiere hablar, pero no negociar; que entiende las peticiones como chantajes; que falta descaradamente al respeto a los profesionales de la enseñanza; que ofende con sus declaraciones; que desprecia la comunidad universitaria; que incumple reglamentos; y que se quita el zapato para golpear en la mesa emulando a Kruschev, imponiendo sus disparates, no puede seguir al frente de un ministerio tan importante para el porvenir de España, en beneficio de la salud mental de la población y del futuro de la juventud.

Esperemos que Rajoy le quite pronto la cartera a este sociólogo, como hizo Arias con el ministro de Carrero autor del disparatado “calendario juliano”, porque es muy peligroso poner tijeras en manos de insensatos que pueden terminar clavándolas en la yugular de la educación, cortando por lo sano el más elemental sentido común.

E.S.O.

E.S.O.

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Nunca pensé que tras la prejubilación tendría que volver a decir públicamente algo que “prediqué” en Institutos de España durante cinco años, explicando la reforma educativa y el modelo de evaluación patrocinado por ella.

Es el abogado José Ignacio Wert quien me anima a ello, no por su condición de jurista o sociólogo, sino por ser el responsable de dirigir la política educativa del país, aunque jamás haya pisado un aula, lo que explica la cantidad de disparates que suelta, como si estuviera en una de esas tertulias con sabelotodos, en las que participaba antes de ocupar el sillón ministerial.

Alguien debía orientar los pasos de este “pilarista” porque desde que abandonó el análisis de encuestas va por la política dando más golpes en la herradura que en el clavo, lo que explica la escasa valoración que los ciudadanos le dan en el barómetro del CIS.

Algún amigo tendría que hablarle al ministro del origen, significado, alcance y finalidad de la educación obligatoria, para que no dijera más tonterías sobre ello, advirtiéndole que la Educación Secundaria Obligatoria es la formación básica que deben tener todos los españoles sea cual fuere su condición familiar, económica o social. Es decir, representa lo que debe saber un privilegiado pilarista del barrio Salamanca y un desvalido ciudadano que habita una chabola marginal.

La ESO ha de poner su atención en la formación global del alumno, por lo que el criterio colegiado de los evaluadores ha de primar sobre la apreciación particular de cualquiera de ellos.

Este tramo educativo tendría que garantizar el aprendizaje de conocimientos elementales que capaciten al alumno para progresar con autonomía intelectual en el futuro, fomentando en él habilidades manuales, destrezas intelectuales, técnicas operativas y estrategias mentales de actuación.

La ESO debería facilitar los saberes conceptuales básicos – ¡básicos! – que permitan al educando realizar estudios no obligatorios, donde primarán los clásicos contenidos y las calificaciones por materias de enseñanza, evitando así que el fracaso del escolar en la ESO ponga al descubierto el fracaso del sistema.