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REPRESENTATIVIDAD

REPRESENTATIVIDAD

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De todas las acepciones que tiene la voz “representar”, ponemos atención en la que define este verbo como la acción de sustituir a alguien, hacer sus veces o desempeñar su función en el lugar que corresponda, sea éste institucional o privado. Es así, que lo fundamental de la democracia es la representatividad, es decir, que el pueblo elige a quienes van a representarle y defender sus intereses.

Las urnas dan poder a los elegidos en las votaciones y otorgan legítima representatividad democrática, pero no conceden sabiduría a los elegidos, ni les impermeabilizan contra el error, ni garantizan la representatividad moral que exigen los electores a sus representantes, algo de mayor estima, valor y mérito que la suplantación legal.

Cuando los representantes populares pierden la legitimidad moral, quedan inhabilitados para el ejercicio de la función pública por mucho que apelen al resultado electoral, porque el pueblo no tolera el quebranto de sus intereses amparándose en la legalidad formal de las urnas, si la representatividad moral va por los despachos oficiales con la pata quebrada.

Deben saber los representantes ciudadanos que las papeletas electorales no son el antídoto universal que contrarresta el envenenamiento popular ante la injusticia social, ni el bálsamo de fierabrás que alivia el dolor por la falta de solidaridad, ni es poción mágica que consuela las mentiras institucionales, por mucho que los políticos se empeñen en apelar a la legítima representatividad de las urnas, cuando la representatividad moral ha huido por la gatera.