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LAS QUEJAS DEL «CHARRO AMARGAO»

LAS QUEJAS DEL «CHARRO AMARGAO»

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Recibe Salamanca estos días afluencia de paisanos provinciales que llegan a la capital desde diferentes pueblos para disfrutar de las fiestas patronales capitalinas, aunque no todos los salmantinos se sumen a la feria, porque algunos tienen pocas ganas de festejos, otros carecen de espíritu festivalero y no faltan los críticos que se niegan a participar en tales divertimentos, como le sucede al “charro amargao”.

Censura este vecino que la ciudadanía subvencione la diversión de forasteros y financie a hosteleros, restauradores y comerciantes que son los grandes beneficiados del dinero que dejan en sus cajas registradoras los visitantes, haciendo en septiembre su agosto.

Se queja el “charro amargao” del alboroto general que reina en la ciudad, de los ruidos, cortes de tráfico, insomnio jaranero, excesos alcohólicos, calles intransitables, litronas por el suelo, cláxones inoportunos, inquietantes petardos, canciones y pasacalles.

No acude el “charro amargao” a las casetas callejeras por el mal trato que recibe, el humo que respira, el polvo que ingiere, el plástico donde bebe, el escaso líquido que le sirven, los empujones que soporta, el cansancio de sus pies y el precio que le cobran.

Está aburrido, harto y cansado el “charro amargao” del asombro nocturno de los fuegos artificiales, que repiten cada año desde su infancia los mismos destellos multicolores, idénticas explosiones y análogas figuras luminosas, sobre la chopera tormesina.

No asiste el incrédulo “charro amargao” a misas ceremoniales con incienso incluido, ni secunda procesiones religiosas callejeras, ni participa en cortejos místicos y ofrendas florales a vírgenes y santos, ni hace bulto en los pregones.

El “charro amargao” se marea en la noria, detesta el algodón de azúcar, es antitaurino enfermizo, padece alergia a las ferias de ganado, no soporta los atascos, le ensordecen los conciertos y detesta la diversión planificada a plazo fijo.

Finalmente, en su afán por amargar al personal, al “charro amargao” le hubiera gustado que los euros verbeneros gastados en festejos se hubieran empleado para mejorar los servicios locales sanitarios y educativos, ayudar a la dependencia, aumentar los fondos de las bibliotecas públicas, promover asociaciones vecinales, mejorar el saneamiento, iluminar calles, arreglar aceras, limpiar pintadas, incentivar la cultura popular y otras cosas raras por el estilo.

PLACERES OLVIDADOS

PLACERES OLVIDADOS

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                                                                                    A los amigos de mi generación, con afecto.

El progreso nos ha traído confort y longevidad, pero se ha llevado por delante pequeños placeres olvidados, imposibles de recuperar, por mucho empeño que pongamos en conseguirlo, pues las llaves que abren el cofre donde se revitalizan los recuerdos se han perdido en el fondo marino de la historia.

Sorprende que en esta era de la comunicación social domine la incomunicación personal, reine el silencio más absoluto en las distancias cortas y miremos con prevención al vecino, mientras caminamos perdidos entre la muchedumbre como fantasmas solitarios, acosados por una gentío que vuela a velocidad de vértigo hacia la nada buscando el arca perdida de la felicidad, sin detenerse a contemplar una flor, dibujar una sonrisa, recrearse en la luz, acariciar el viento y redoblar la canción, recuperando la vocación de ser cada cual.

Lejos queda el placer olvidado que reportaban las complacientes pequeñeces vitales que llegaban envueltas en pétalos de amapolas y violetas silvestres, a ritmo de campana y titilante lamparilla, versos de la vida escritos con pluma de ave humedecida en lágrimas de felicidad compartida.

Lejos quedan los sabores perdidos de vendimias otoñales y primaveral fruta fresca, cuando las uvas hacían el milagro del vino familiar y los tomates, fresas, melocotones y ciruelas, sabían a lo que eran, sin contaminaciones con fertilizantes, insecticidas y pesticidas que adulteraran aromas y sensaciones en el paladar.

Lejos quedan los complacientes pucheros familiares cocinados con mimo, a fuego lento y carbón vegetal, apacentados con agua de manantiales naturales que llegaba a la mesa con la frescura otorgada por el botijo, acompañando la olla común el pan candeal recién horneado al calor doméstico.

Lejos quedan las tertulias nocturnas al fresco en las puertas de las casas, redentoras de la calima veraniega, donde se congregaban los vecinos a conversar y compartir la vida, mientras los chiquillos jugaban al escondite, compartían comba con las niñas y correteaban sin peligro por las callejas.

Lejos quedan las invernales reuniones familiares en torno al brasero cisco, oyendo silbar el viento en la ventana y compartiendo alegrías, dolores, consejos, esperanzas y proyectos. Entrañable diálogo, conversación abierta y vínculo robado al trajín de la jornada, compartido por padres, hermanos y abuelos sobre un hule con sabor a confidencia.

CRISIS SOBRE RUEDAS

CRISIS SOBRE RUEDAS

Por si todavía quedaba algún ingenuo españolito perdido entre las sombras más oscuras de los rincones del reino, sin enterarse de lo que sucede ni considerarse víctima inocente de la crisis, envío esta noticia a su retiro para  demostrarle lo contrario.

Salvo los habitantes de inopia, todo hijo de vecino sabe que están sufriendo la crisis quienes no la provocaron, mientras los responsables de la misma toman piña colada bajo una palmera, en hermosas playas de las Seychelles.

No son las palabras más o menos acertadas del párrafo anterior quienes hablan por mí, sino la realidad de los hechos constatados por las agencias de viajes y por las ventas de vehículos a motor, quienes descubren la realidad de la vida a los inmóviles papanatas.

El dato es contundente:  la venta de coches correspondientes a las gamas media y baja, es decir, los que compran la mayoría de ciudadanos, ha disminuido un 17,7 % durante el año 2011 que hemos abandonado en la cima, mientras vamos descendiendo a la sima que nos espera en diciembre de 2012.

En cambio, la venta de coches de lujo, es decir, aquellos que compran banqueros, herederos, especuladores y millonarios, ha subido durante el mismo año un 83,1 %, sin que el nuevo gobierno pestañeara, ni la oposición haya movido un dedo en los volantes, paralizada como está políticamente, ocupando el tiempo en cocinar amargos platos para sus militantes y amigos, con añejos condimentos ya caducados hace tiempo.

El resumen es que la crisis va sobre ruedas para los especuladores del sudor ajeno, los beneficiarios de las huchas ciudadanas y los corruptos inmunes a los juzgados. Pero lleva rodando por el suelo a millones de parados con mendrugos de pan en los bolsillos; a emigrantes sin posibilidad de redención; y a enfermos en listas de espera hacia la muerte.

RESACA NAVIDEÑA

RESACA NAVIDEÑA

Los excesos navideños nos llevan irremediablemente a una resaca cíclica, unida al arrepentimiento, propósito de enmienda y promesa de que en años venideros no caeremos en las mismas trampas ni cometeremos los mismos errores, sabiendo que repetiremos.

Es el cuento de cada año y seguirá siéndolo mientras los humanos continuemos marchando por la vida con nuestros pecados sociales a la espalda, la mirada puesta en el vecino, el dinero prestado en el bolsillo, la ingenuidad a flor de piel y los pies fuera de la cuadrícula que a cada cual corresponde.

Tras deambular unos días por ficticios senderos perfumados, ha llegado la hora de coger el piolet, calzarse los crampones y comenzar a subir la helada pared vertical de 2012 metros de altura que tenemos delante, en unas condiciones físicas y mentales inadecuadas para el esfuerzo que se avecina.

Con exceso de masa corporal por la ingesta de cantidades excesivas de alimentos, embaucados por villancicos y luces multicolores, con las reservas del monedero agotadas por el irracional consumo, decepcionados por ficticias solidaridades, contaminadas las venas con sangre de cepas catalanas y extremeñas y desvalijadas las grandes superficies, ha llegado la resaca al despertarnos del sueño.

Resaca navideña que se diferencia de la alcohólica en que no se pierde la memoria, sino todo lo contrario. No se tienen vómitos, pero aumentan las diarreas ante lo que se viene encima. Se dilatan los vasos sanguíneos, como preludio de una irritación inmediata. Aumenta considerablemente la sed de mayor justicia social por la deshidratación de sueldos y empleos. Se producen cefaleas revolucionarias por el aumento del paro, acompañadas de dolores abdominales por el hambre, grandes flatulencias y embotamiento del sistema nervioso que obnubila la razón, provocando oleadas de violencia contra los recaudadores.