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Etiqueta: valores

DISCIPLINA CIEGA

DISCIPLINA CIEGA

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Disciplina, de discipulina, es originariamente la instrucción que recibe un discípulo para aprender un oficio o para cumplir una norma social de conducta. Pero esto ha derivado con el tiempo hacia su vertiente más negativa convirtiéndose en la ejecución forzada de una orden, obligando a que esta se cumpla por encima de todo, empleando incluso la violencia cuando lo considere necesario quien dicta el mandato, sancionando a quien no satisfaga la voluntad del ordenante.

Cuatro disciplinas dominan sobre las demás: la militar, exigida por el código corporativo correspondiente; la social impuesta por las leyes ordinarias; la escolástica dictada por los reglamentos académicos; y la doméstica, impuesta por los padres siguiendo una tradición de siglos. Todas ellas colaboran al buen orden social, castrense, docente y familiar.

Eso está bien siempre que el poder coactivo de las normas esté sustentado por valores morales que beneficie a la comunidad afectada por el mandato. Pero esto no siempre es así, pues existen normativas que obligan al cumplimiento ciego de órdenes superiores, sin consultar con el subordinado ni darle la oportunidad de negarse a cumplir un mandato, por descabellado que esta sea.

Obsérvese lo peligroso de esta regla de juego universalmente admitida, que da poder omnímodo a unos individuos sobre otros para decidir sobre las vidas ajenas, usurpando voluntades y mutilando la libertad de conciencia.

Un militar español golpista advirtió que la disciplina reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía contra una orden o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Es decir, que obedecer ciegamente es la esencia de tal disciplina.

Esto significa que si a un mandamás se le ocurre enviar a los vecinos al matadero de una guerra, los afectados deben callar y obedecer ciegamente en contra de su conciencia, comenzando las esposas a comprar velos, poner crespones en las fotografías y pespuntear brazaletes negros en las chaquetas de los hijos huérfanos. O si un ministro ordena toque de queda y silencio callejero al pueblo, los ciudadanos deben acorazar su cuerpo contra garrotazos y pelotazos de quienes tienen la obligación de obedecer órdenes superiores, por contrarias que estas sean a su conciencia.

Pero en todo articulado normativo no existe un solo renglón dedicado a justificar la desobediencia. En cambio, se libera de condena por “obediencia debida” a los culpables que obedezcan por disciplina impuesta, sin percibir la sociedad que el mandamás que da las órdenes de obligado cumplimiento puede carecer de seso para ello, por mucho sexo que le sobre en la entrepierna.

VITUPERABLE INDECENCIA CON ABUSO DE JODIENDA

VITUPERABLE INDECENCIA CON ABUSO DE JODIENDA

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La indecorosa actitud mantenida contra los pensionistas por la secretaría de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, pidiendo jodienda para los pensionistas durante el acto institucional celebrado el pasado 5 de mayo en el Ayuntamiento de Alicante, quedará impune, como impune quedó el mismo deseo de jodienda para los parados, pedido a gritos por la diputada Andrea Fabra en el Congreso.

Indecentes actitudes y obscenos comportamientos ajenos a la militancia política, merecedores de pasar por la lavandería de valores humanos para limpiar los mugrientas deseos de tan despreciables sentimientos hacia otros seres de su misma especie socialmente marginados, que viven atenazados por la falta de empleo y la supervivencia digna en vejez que tienen merecida.

Más allá de su contingencia pública como de servidoras del pueblo que paga sus inmerecidas nóminas, está la condición humana de las personas, como categoría superior que las define, mereciendo en ambos casos ser calificadas como indecentes, en atención a su procaz comportamiento, obscena actitud, humillantes palabras y despreciable conducta, denigrante para la condición humana.

Expresar el deseo de que se jodan los parados y pensionistas, acredita una indigencia moral y déficit de valores humanos en esas personas, que las incapacita, anula e invalida para seguir perteneciendo a una raza con virtudes y mérito sobre los irracionales depredadores que se alimentan de otras especies animales más débiles que están a merced de los colmillos.

Personas con tales sentimientos no merecen representar a sus congéneres, bastándoles con ser embajadoras de ellas mismas en el país de nunca jamás, donde el desprecio colectivo las condena, aunque el poderoso dedo del capataz no las envíe al destierro de la memoria pública.

EL VERDADERO DÉFICIT

EL VERDADERO DÉFICIT

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Cuando los mandamases políticos y financieros hablan de déficit, se refieren al descubierto contable que resulta de comparar el debe y el haber, lo que en Administración Pública representa una falta de liquidez económica en las cuentas del Estado, porque los administradores del dinero común se gastan más euros de los que les damos, con su mala gestión, despilfarro, ignorancia y corrupción.

Pero hay otros déficits más importantes que el económico, ignorados en una sociedad insolidaridad, cínica y consumista, dominada por la doctrina del “¡Sálvese quien pueda!”, donde los remeros quedan al pairo tras el naufragio con las velas de la esperanza tendidas y largas las escotas de la resignación, mientras los capitanes y contramaestres ocupan todos los botes salvavidas.

La verdadera crisis por la que estamos pasando no es económica, como pretenden hacernos creer, sino de valores humanos, provocada por el abandono de comportamientos éticos, que han llevado a indeseables corruptelas administrativas, abusivas especulaciones financieras, excesivas mentiras y duras represiones justificadas con una legalidad injusta, hecha a gusto de los represores.

Hoy día existe un gran déficit de solidaridad que muerde las entrañas, porque la generosidad no cotiza en bolsa, domina el miedo, la honestidad brilla por su ausencia, el sacrificio está mal repartido, los esfuerzos son desequilibrados, la justicia social está en almoneda, el cinismo institucional domina las tribunas y la empatía se ha borrado del diccionario social.

OBRAS DE INMISERICORDIA

OBRAS DE INMISERICORDIA

Unknown

El problema que tenemos en España no es de recesión económica, ni de contaminación política, ni de usura bancaria, ni de dominio financiero, sino de quiebra de valores humanos, fragmentados por ambiciones, estafas, corruptelas y politiquerías de diferente especie, siendo la crisis que nos atenaza la consecuencia directa de la codicia imparable ejercida por una selecta minoría.

Estamos asistiendo a una perversión moral, ética y estética que amenaza con devastarlo todo, sin dejar piedra sobre piedra, ni títere con cabeza, porque estamos en manos de un poderoso grupito de titiriteros morales y trileros, que juegan con el futuro de la gran mayoría de ciudadanos.

El catecismo social de la crisis nos propone estafar la vecino, engañar al que no sabe, aplaudir al sinvergüenza, quitar el pan al hambriento, beber el agua del sediento, desahuciar al peregrino, redimir al explotador, despreciar al marginado, indultar al tramposo, votar al corrupto, desnudar al vestido, expulsar al inmigrante y quitarle la venda a la justicia para que el desfile interminable de porquería y podredumbre ocupe un lugar privilegiado en la vida social.

Se nos va el tiempo y las fuerzas en ver a millonarios futbolistas dar patadas a un balón, en vez de dar nosotros millones de patadas a cuanto nos impide salir del lodazal en que estamos sumergidos, sin posibilidad de liberarnos de las arenas movedizas que nos acabarán engullendo, como no formemos una cadena solidaria para salvarnos.

Es hora de abandonar politiquerías de izquierdas y derechas. Es hora de entendernos incrédulos y creyentes. Es hora de unirnos todos los colorines de razas y culturas. Es hora de formar bloque contra ese pequeño grupo que se beneficia de nuestra dispersión, haciéndonos comulgar con indigeribles ruedas de molino, para que el peso nos impida levantar el vuelo.