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FEORMOSURA ARTIFICIAL

FEORMOSURA ARTIFICIAL

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Pasados los pantagruélicos saturnales navideños que revientan básculas, saturan gimnasios y bloquean consultorios estéticos, hablemos de la selecta y culturalmente pobre sociedad de la belleza física y el escaparate, ocupada por estetas que han reservado el derecho de admisión a quienes pueden comprar el ticket que da acceso a la vidriera plastificada, donde exhiben la piel bronceada con infrarrojos los desocupados, desconociendo que la vejez no está en la arruga ni la juventud en la lisura.

Existe un gran comercio de narices, tetas, labios, glúteos, pómulos y casquerías afín, cuya misión es falsificar la foto del carnet de identidad, aunque no lo consigan porque todo aquello que está al alcance del bisturí no se puede comprar en la taquilla de la verdad, por muchos euros que se pongan sobre el mostrador de la cultura.

En los shopping centers del camuflaje estético se hacinan tersuras quirúrgicas en estanterías llenas de prótesis, siliconas, botos y bisturíes con sonrisas de porcelana, robadas con butrón de hipocresía social a los disconformes con su realidad corporal, creyendo que con el corte mejoran el atractivo interior que permanece inmutable denunciando sus carencias.

Al alcance de mentes huecas con bolsillos ocupados se ofrecen piezas selectas de carne humana, mutilación de imperfecciones, nuevos colores de pieles, estiramiento de arrugas y cambios de apéndices varios, hasta conseguir momificarse en clones idénticos de belleza estereotipada por la moda de turno, con el fin de seducir al vecino que camina al lado de los transformers por la calle hasta el socavón de la muerte, que devora todo esfuerzo por alargar el tiempo más allá de lo que a cada cual corresponde.

EL PLACER DE APRENDER

EL PLACER DE APRENDER

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Entre las complacencias que nos brinda la vida, ocupa lugar preferente el gusto por aprender, la fruición por desentrañar lo desconocido, el placer de interpretar la realidad, la satisfacción por comprender el mundo y el deleite al descifrar el misterio, siendo el aprendizaje un estímulo para dar con las claves que conducen al bienestar interno.

Puede aprenderse lo desconocido en el seno de la hermética organización escolar o en la sabia y libertaria escuela de la vida que nos enseña a vivirla de forma placentera, aunque algunas veces tengamos que esforzar la vista espiritual para leer la letra pequeña que figura en el reverso de sus páginas negras.

Si de mí dependiera, pondría en el frontispicio de todos los centros escolares el lema: “Aprended más de lo que sabéis, para ser más felices de lo que sois”, porque el conocimiento conduce inevitablemente al placer, abriendo las puertas a la verdadera felicidad que no puede adquirirse en taquilla alguna.

La gozosa esperanza de saber algo nuevo alienta nuestro ánimo hacia el aprendizaje, porque son pocos los placeres comparables al inagotable conocimiento de lo ignorado, sabiendo que nunca llegaremos a saberlo todo individualmente, pero con la seguridad de que entre todos llegaremos a conocer lo que personalmente ignoramos.

La búsqueda de la sabiduría es una tarea fascinante y divertida que nos obliga a leer con ojos del alma y sin premura; a oír los sonidos del espíritu en la quietud del silencio; a conversar con el viento profeta de bonanza; a oler el aroma de las cosas hermosas; y acariciar con suave tacto las novedades que cada día nos ofrece al despertar.

Pero la experiencia vital del aprendizaje exige estar muy despiertos para saborear los hechos y degustar momentos que enriquecen nuestra cultura, sabiendo que no podremos transmitirlos en la clave genética que heredarán nuestros descendientes, porque todos los conocimientos que atesoramos a lo largo de la vida, se irán con nosotros el día que emprendamos el gran viaje que a todos nos espera.