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Etiqueta: sinvergüenzas

LECCIONES SOLIDARIAS

LECCIONES SOLIDARIAS

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A muchos nos reprochan excesiva indignación con la situación que están pasando millones de ciudadanos, provocada por una cuadrilla de sinvergüenzas que han esquilmado las Cajas de Ahorros; han timado como vulgares trileros a jubilados que pusieron los ahorros en sus manos; politiqueros que han despilfarrado el dinero común; corruptos que han metido mano en las arcas municipales, y corazones sin sangre que expulsan de su casa a familias arruinadas por la usura de los desahuciadores, apoyados por defraudadores representantes del pueblo.

Así las cosas, nos hundimos en el infierno de los vagones destrozados a las puertas de Santiago para ver, con emoción y lágrimas contenidas, que entre las almas solidarias con la tragedia, que consuelan el dolor y dan su propia sangre, no están los que se sientan en escaños del Parlamento y Consejos de Administración, sino quienes habitan en humildes techos alimentados con generosa solidaridad.

Hemos visto a bomberos, dando ejemplo incondicional de entrega agotando sus fuerzas en el empeño salvador. Médicos fuera de servicio, al servicio de la vida. Guardias civiles con tricornios rojinegros. Psicólogos entregados a las familias. Policías armados de altruismo. Peregrinos que abandonaron el Camino para dar su agua a los heridos. Vecinos que ayudaron sin descanso a las víctimas. Ciudadanos que dejaron crespones, velas y oraciones junto a los raíles.  Y cientos de anónimos maestros de la vida, dispuestos a dar su vida por la vida de los accidentados.

Pero no hemos visto políticos manchados de sangre, ni banqueros remangados, ni predicadores embarrados, ni sangre azul entre las vías, porque estaban en los micrófonos, ante las pantallas televisivas, guardando minutos de silencio y hoy los veremos en el funeral conjunto por las víctimas.

Pedimos a los jueces que no permitan el entierro de la causa al tiempo que se incineran y entierran las víctimas, como sucedió el 26 de mayo de 2003 con el Yak-42 y el 3 de julio de 2006 en el Metro valenciano, porque a la tercera tiene que ir la vencida contra los responsable de la tragedia, sean estos quienes hayan sido.

DISCIPLINA DE PARTIDO

DISCIPLINA DE PARTIDO

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La disciplina se refiere a la doctrina o instrucción de una persona, especialmente en lo moral, que afecta sobre todo a la milicia y los estados eclesiásticos secular y regular, incorporándose en los últimos años una nueva acepción de disciplina relacionada con la política interna de los partidos, algo que traducido al Román Paladino significa: ver, oír, callar y esperar el turno.

Las encuestas del CIS reflejan que gran parte de ciudadanos mantenemos opinión negativa y desconfianza hacia los políticos, en unos casos por la corrupción directa que practican algunos de ellos; en otros, por la complicidad de muchos con los sinvergüenzas; y en el tercer caso, por el silencio que guardan la mayoría de militantes ante la mierda que pasa por delante de ellos, apelando a una detestable disciplina de partido y falsa solidaridad con los depredadores.

Los honrados ciudadanos entendemos por disciplina de partido la obediencia a la doctrina ideológica y a sus dirigentes en materias que afecten al buen funcionamiento de la organización, como es el estricto cumplimiento del ideario que sostiene el partido, la asunción de responsabilidades internas, la realización de actividades complementarias, la ejecución de tareas no complacientes, la sustitución de compañeros cuando éstos no pueden cumplir sus obligaciones o la realización de sacrificios personales por el partido, entre otras.

Pero no puede aceptarse la confusión partidista entre disciplina y complicidad; disciplina y sacrificio de conciencia; disciplina y silencio; disciplina y cierre de filas protectoras de corruptelas; disciplina y mentiras prefabricadas; disciplina y bunkerización antiética; disciplina y malversación ideológica; disciplina y brochazos a la estética social; disciplina y cinismo institucionalizado.

La verdadera disciplina de partido no mutila el ideario del mismo, sino que lo engrandece. La auténtica disciplina de partido no daña la imagen de la organización, sino que la refuerza. La legítima disciplina de partido no resquebraja los cimientos de su estructura, sino que los fortalece. La genuina disciplina de partido no conculca derechos de los militantes, sino que los guarnece.

Por eso, no se comprende lo que sucede en el interior de los partidos dominados por una ley del silencio inquisitorial; apadrinados por falsa solidaridad; y sometidos a una abyecta complicidad, que sólo beneficia a los sinvergüenzas encubiertos y protegidos por los miembros de la organización. Nada de esto se comprende, salvo que todos ellos estén salpicados por la mierda.

IGUALAR A LA BAJA

IGUALAR A LA BAJA

Estamos donde estamos, sin comerlo ni beberlo, por voluntad de quienes nos han empujado al hondón del pozo, mientras ellos se asoman sonrientes al brocal para ver como desaparecemos de la superficie, sin posibilidades de salir a flote pues los que tendrían que reflotarnos carecen del talento, valor y honradez que se necesita para ello.

Es el precio que pagamos por sostener con nuestros votos un sistema caduco donde predomina los sinvergüenzas que tienen la desvergüenza de ocupar portadas de periódicos y carteles electorales, mientras nosotros pastamos adormecidos y a la intemperie en esta decrépita pseudodemocracia.

La decadencia de la vida pública española tiene mucho que ver con la falta de ciudadanos honrados y capacitados para ocupar cargos representativos, ya que los partidos políticos han apostado por la incondicional fidelidad partidista, considerando que administran una finca privada y no el territorio común de cuarenta millones de ciudadanos.

En ese afán dominante han igualado a los cargos públicos por abajo, según el diminuto rasero de familiares, amigos y militantes que se arrastran por el suelo suplicando un sillón que llevarse a las nalgas, sin apartar de sus dientes el carnet del partido.

Esto es lo que pasa cuando se pone un país en manos de políticos desvalidos y desvaídos, permitiéndoles acomodar mediocres posaderas de personas incompetentes y sin escrúpulos en rentables poltronas institucionales, haciendo de la piel de toro un trapo raído e inservible.