Navegando por
Etiqueta: San Agustín

SAN JUAN GONZÁLEZ

SAN JUAN GONZÁLEZ

frayjuan_thumb[3]

Atendiendo la petición de amigos regidores municipales he aceptado una invitación de la televisión autonómica para hablar de San Juan de Sahagún, porque hoy celebramos en Salamanca la fiesta del santo patrón de la ciudad, desde que en 1868 el papa Pío IX decidiera otorgarle el padrinazgo, en reconocimiento a los milagros y hazañas religiosas del fraile agustino Juan González, nacido en la villa leonesa de Sahagún que se afincó en Salamanca cuando llegó a la ciudad en 1449 para estudiar Teología, con 19 años de edad.

Santo milagrero donde los haya según cuenta la tradición, pues salvó a un niño de ahogarse en un pozo haciendo subir las aguas de este, para dar nombre a la calle Pozo Amarillo. Detuvo a un toro bravo bastante necio que subía cansado desde el río hasta la catedral, bautizando así la calle de Tentenecio. Y pacificó las luchas de los bandos salmantinos de Santo Tomé y San Benito, recordados en la Plaza de los Bandos.

El Ayuntamiento reconoció sus dotes oratorias nombrándole Predicador Local y pagándole anualmente tres mil maravedíes por ir de púlpito en púlpito predicando el evangelio, denunciando la falta de caridad de los ricos, criticando la vida frívola de los libertinos, elogiando las virtudes de los beatos y anunciando la condenación eterna de los pecadores.

Recordemos también, que reprodujo el milagro de las bodas de Caná. Liberó de la pobreza a muchos menesterosos. Salvó de la condenación a meretrices. Curó enfermos. Rejuveneció ancianos. Pero fueron otros quienes le protegieron de la ira, apaleamiento y pedradas de algunas vecinas por censurar sus escotes y ser la perdición de los hombres con sus demoníacas artes seductoras.

Una de las más vengativas fue una marquesa que perdió su joven garañón por intervención del santo en la conciencia del muchacho, apagando su ardentía con amenazas de fuego infierno si continuaba sus ilícitas relaciones, provocando que la despechada utilizara la brujería, extorsionara a un médico y contratara un sicario para que envenenara a Juan González, como así debió suceder, porque murió en su celda del convento de San Agustín el 11 de junio de 1479 de una extraña dolencia que los médicos no supieron diagnosticar ni curar.

¿DECÍAMOS AYER…?

¿DECÍAMOS AYER…?

b

Fray Luis de León retornó a Salamanca desde la cárcel vallisoletana de la Inquisición, la mañana del domingo 30 de diciembre de 1576, entrando en la ciudad por la calzada principal que conducía a la Universidad, a lomos de una mula, siendo recibido por muchos ciudadanos que ocupaban la calle, balcones y ventanas, hasta llegar al convento de San Agustín.

Al día siguiente, el Rector de la Universidad convocó Claustro Pleno para informar a los profesores sobre la sentencia absolutoria dictada por el Santo Oficio, devolverle a su cátedra y decretar que le fueran pagados los sueldos correspondientes desde su detención, que ascendían a 25.000 maravedíes por cada año que estuvo ausente.

Tras unas palabras de agradecimiento, Fray Luis aceptó la restitución de su honor y honra, solicitando la nueva cátedra de Teología, que le fue otorgada por votación secreta de los claustrales, recibiendo el nombramiento oficial veinte días más tarde, mediante cédula real otorgada por el rey Felipe II.

Fray Luis ocupó dicha cátedra una semana más tarde, y el martes 29 de enero pronunció su primera lección después de cinco años de cautiverio y penalidades, ante un público expectante que llenaba el aula, esperando oír de sus labios el relato del cautiverio, los pormenores del proceso, la réplica a sus delatores y duros reproches al tribunal inquisidor que le juzgó.

Pero no fue así, ni como la tradición ha mitificado durante siglos afirmando que el maestro pronunció la frase “Decibamus hesterna die”, algo que no sucedió, pues Fray Luis inició su lección con las siguientes palabras: “Os saludo a todos en el nombre de Cristo y os pido que agradezcáis a Dios, conmigo, la merced que me ha hecho al permitirme estar de nuevo entre vosotros, con el mismo fervor que estaba el último día, cuando dicté en esta sala mi última lección antes de ser retirado de la cátedra. Al comentar aquel día el Salmo XXVI, les decía a mis alumnos de entonces que….

De esta forma, comenzó su primera clase, con la misma naturalidad que la hubiera comenzado al día siguiente de la suspensión el 26 de marzo de 1572, cuando fue detenido en el convento al concluir su lección diaria, sin expresar rencor a nadie ni consumirse en venganzas impropias de su condición.

EL ABORTO Y LA IGLESIA

EL ABORTO Y LA IGLESIA

Unknown

Teorías filosóficas y opiniones científicas entremezcladas con propuestas de santos, han llevado a la Iglesia Católica de un sitio para otro desde hace 2013 años en relación con el aborto, considerando durante siglos que el feto no era persona, y mucho menos el embrión.

Los cristianos primitivos hacían caso a los estoicos y Empédocles, aceptando que el feto estaba en el útero como un fruto en el árbol, sin existencia propia, por lo que no debía considerarse sujeto moralmente significativo, a pesar de lo comentado por el hipotético San Pedro en su epístola apócrifa, lo escrito por Bernabé el amigo de San Pablo, o los testimonios de Atenágoras, Tertuliano y Basilio.

El mismísimo San Agustín admitía el aborto, al considerar que la animación del ser humano no era inmediata sino retardada, añadiendo que el aborto requería penitencia sólo como pecado sexual.

Ocho siglos después, Santo Tomas de Aquino estuvo de acuerdo con él, expresando que el aborto no era homicidio a menos que el feto tuviera ya un alma, algo que sucedía mucho después de la concepción, ya que como buen aristotélico afirmaba que el feto poseía inicialmente una alma vegetativa, luego un alma animal y finalmente un alma racional, cuando desarrollaba el cuerpo.

Resumiendo, hasta 1869 los teólogos consideraban que el feto no era un ser humano con alma humana hasta 40 días después de la concepción, lo que significaba que un aborto practicado antes de los 40 días no eliminaba una vida humana.

Fue a partir de 1917 cuando la Iglesia Católica estableció que el ser humano debía ser protegido desde la concepción, siendo Pío IX el primero que apoyó la idea, decretando en el Código Canónico que tanto la mujer que aborta como quienes la asistieran, serían excomulgados.

Por otro lado, la propia Iglesia establece que para ser persona hay que estar bautizado, recogiendo esto en el canon 96 del Código de Derecho Canónico: “Por el bautismo, el hombre se incorpora a la Iglesia de Cristo y se constituye persona en ella, con los deberes y derechos que son propios de los cristianos”. 

Actualmente, la Iglesia deja clara su postura a partir del 22 de febrero de 1987, cuando el Prefecto de Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal Joseph Ratzinger rubricó el documento Donum Vitae, afirmando que la vida de todo ser humano debía ser respetada desde el momento mismo de la concepción y nadie podía atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente. Esto dice ahora la Iglesia.