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CARTA DE KALA

CARTA DE KALA

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Queridos amos nuestros:

Os escribo en nombre de mis cánidos hermanos, con miedo a ser castigada por deciros aquello que no os gusta oír, aunque algunos de vosotros lo pregonéis en oídos de los sordos de corazón que nos tratan como a perros, sin percibir que sufrimos y sentimos como vosotros, amando incluso a quienes nos cuelgan de los árboles, abandonan por las calles, doman a correazos o nos venden con desprecio a cambio de una lenteja.

Debo recordaros que ninguno de mi especie ha pedido ocupar un lugar en vuestras vidas ni os hemos forzado a convivir con nosotros, es decir, que si por voluntad propia decidís hacernos un espacio en vuestra vida, debéis respetarnos, atendernos y alimentarnos, aunque no esperemos que correspondáis a la lealtad que siempre os tendremos.

Quiero pediros que no os hagáis demasiadas ilusiones sobre las facultades que tenemos, ni llevéis nuestra capacidad de pensar y sentir más allá del lugar que ocupan en la especie animal, porque si sobrevaloráis nuestro entendimiento por encima de las posibilidades reales que la naturaleza nos ha dado, acabaremos decepcionando vuestras expectativas.

Somos lo que somos y no lo que vosotros quisierais que fuéramos. Tal vez por eso nos habláis como si perteneciéramos a vuestra raza, dirigiéndonos palabras afectuosas, mensajes cifrados y discursos ininteligibles para nosotros, pidiéndonos comportamientos inalcanzables a nuestro limitado raciocinio.

Sabed, pues, que nuestras actitudes se corresponden con la especie a la que pertenecemos y que el instinto nos lleva a ser más enigmáticos que descifrables; más humildes que soberbios; más imparciales que objetivos; más obedientes que insumisos; más contradictorios que lineales; y más incondicionales que críticos con nuestros dueños.

Por eso nos mostramos próximos y lejanos; rebeldes y conformistas; salvajes y domésticos; y, sobre todo, animales en ningún caso racionales como vosotros, aunque nos asista algo de común sentido y un punto de cordura que sobreestimáis más allá de nuestras facultades, muy por debajo del olfato que utilizáis en beneficio vuestro sin pedirnos permiso, a cambio de una caricia que compensa el servicio que realizamos.

Nos complace el collar que nos ponéis cuando éste simboliza nuestra alianza, garantiza protección y evita que hagamos aquello que no debemos; pero detestamos el puntiagudo collar que nos predispone al combate entre nosotros o contra vosotros, cuando somos educados para hacer lo contrario a nuestro natural instinto protector, nada belicoso y agresivo con vosotros.

Gustamos de acompañaros en vuestros paseos, pero no de seguiros corriendo hasta reventar, tras una bici, una moto o una galopada. Preferimos el afecto respetuoso, al empalagoso enamoramiento imposible. Y solo esperamos ser tratados como animales de compañía, no como hijos vuestros, porque ese espacio no nos corresponde, aunque carezcáis de herederos.

Nos gusta recibiros con alegría cuando os acercáis a nosotros. Proteger vuestras pertenencias con ladridos. Acompañaros en la soledad. Aliviaros la tristeza. Reconfortaros en la desgracia. Consolaros en la mala suerte. Y aguantar silenciosos vuestro mal humor y castigos cuando hacemos alguna trastada, aunque haya sido promovida por vuestro comportamiento, que os hace corresponsables del daño que causamos.

Pero no somos juguetes de comprar, usar y tirar, porque tenemos alma, corazón y vida. Alma, para conquistaros, corazón para quereros y vida para vivirla a vuestro lado hasta que la muerte nos separe, sin saber quién partirá primero. Pero si os adelantamos en el viaje, no os molestéis en prevenirnos de ello cuando nos acompañéis a la inyección eterna, porque sabremos donde nos lleváis con solo miraros a los ojos.

¡Ah! y os diré algo que sabéis, aunque todos lo ignoren: no sois nuestros dueños, sino todo lo contrario, porque nos permitís ser vuestros amos y dominar la voluntad con la que aparentemente gobernáis la nuestra, algo que conseguimos sin esfuerzo, pues nada hay más fácil para nosotros que ser amos de nuestro amos.

TEMOR AL SER HUMANO

TEMOR AL SER HUMANO

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Llama la atención que el mayor temor del ser humano, sea al propio ser humano, es decir, al animal de su misma especie, porque en lugar de protegerse mutuamente entre ellos, se lían a cinturazos, castigos, torturas, cañonazos y tiro limpio, para apropiarse unos de los bienes que pertenecen a otros.

Aparte de balazos, mordazas y prisiones empleados contra los rebeldes, habladores y luchadores, el grupo privilegiado y minoritario de terrícolas que gobierna a la inmensa mayoría de bípedos oprimidos desde las instituciones y entidades financieras, pervierte las bases de la convivencia y el derecho, en su propio beneficio.

Hoy se teme más al ser humano que a las tempestades, los desastres naturales, los terremotos, las inundaciones, las dentelladas de felinos, las epidemias exterminadoras, las picaduras de insectos o las mordeduras de cobras. Hoy el ser humano teme a los sartenazos que puedan venirle de animales de su misma especie, pero distinta ralea.

Se teme a los políticos que engañan, a sus decretos exterminadores, a su efecto institucional contaminante de podredumbre y a sus órdenes de guerra. Se teme a la codicia insaciable de los banqueros, a los millonarios sin escrúpulos, a los empresarios explotadores, a los capataces y los verdugos.

Se teme a los terroristas asesinos, a los politiquicías represores, a los violadores lapidarios, a los mercaderes humanos, a los matarifes exterminadores, a los fríos ametralladores, a los torturadores inclementes, a los maltratadores, a los matones a sueldo, a los mercenarios, a los explotadores y a otras subespecies degeneradas de la raza humana, que pueden arruinar la vida del vecino por una sola lenteja.

VÁNDALOS

VÁNDALOS

VÁNDALOS

En el quiosco se quejaba airado un ciudadano de que el puñadito de salvajes de turno le hubieran pinchado dos ruedas del coche y destrozado el espejo retrovisor a la puerta de casa, cerca de la “movida”. Locura que convenía mover a una isla desierta, con caníbales incluidos, para que estos maleantes no desentonaran.

“Pintadas” en puertas y fachadas sin gracia alguna, que más parecen garabatos malintencionados para hacer daño gratuito. Gritos, cantos, broncas y peleas que perturban el descanso de quienes lo merecen, unidos con daños a bienes privados y mobiliario público urbano que se han convertido en rutina semanal, cuando la jornada laboral abre las puertas de la jaula y deja en libertad a los vándalos, que campan por sus respetos, sin que las autoridades locales hagan mucho para evitarlo.

Los sábados y domingos a primera hora de la mañana, una parte de la ciudad reproduce el escenario donde se rodaron las más devastadoras escenas que produjo el paso de los cuatro jinetes de la Apocalipsis, la marabunta, las plagas de Egipto y el caballo de Atila, juntos, consiguiendo que los vecinos desarrollen un especial sentido del equilibrio que para sí quisieran muchos funambulistas, sortenado con asco las vomitonas, cascos rotos de botellas, vasos de plástico, huellas de alcohol y basura de contenedores vertida por una recua de humanoides descerebrados que no saben mear lo que beben y tienen que hacer méritos para ser integrados en la manada, dando la nota amarga.

Queda el consuelo de pensar que gran parte de nuestra juventud no es así, ni mucho menos. He pasado toda mi vida entre jóvenes y certifico que la mayoría de ellos responden a un perfil bien distinto. Sólo una minoría forma estructura social de grupoide, aunque sea muy ruidosa, irresponsable, dañina, temeraria e indeseable.

Estos bárbaros tienen una estructura mental tan reducida que no les permite divertirse sin alcoholizar sus venas y atentar contra los bienes ajenos. Muchos de estos patanes de feria son elementos neutros en manos del jefecillo de la banda que gobierna la manada de reses, sin espacio en su frente para dar cabida a una tarjeta de perfil.

Al contrario que los toros de lidia, cuando están aislados muestran la mansedumbre de los cabestros y basta una palmada para que salgan corriendo con el rabo entre las piernas a esconderse como ratas en las alcantarillas. Pero jaleados por la manada y desinhibidos por el alcohol, son capaces de rajar Las Meninas con una navaja, darle un martillazo al David o quemar El Quijote.

Tengo un grave problema intelectual con estos cafres, y es que no los entiendo.  Mi cerebro se bloquea y la lógica común pierde el rumbo en las extensas planicies de sus encefalogramas planos. Tal vez por eso los sufro con desprecio y pido para ellos la exclusión de la sociedad. No puedo entender el daño gratuito, el perjuicio indiscriminado o la lesión caprichosa, porque sólo concibo tanta maldad en mentes enfermas e irracionales.