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SOLEDAD POST-ELECTORAL

SOLEDAD POST-ELECTORAL

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Pasado el rubicón electoral, vagan por los pasillos de las sedes partidistas y se esconden en los rincones sociales los aspirantes a escaños que han sido rechazados por las urnas, sin encontrar consuelo en las palmadas de ánimo que le dan en la espalda los compañeros afortunados por el recuento de las papeletas.

Estos cadáveres políticos sufren desprecios desconocidos por los muertos naturales, al mantener la sensibilidad que tanto les hace sufrir cuando el teléfono deja de sonar; sus nombres desaparecen de los medios de comunicación; las crónicas de sociedad se olvidan de ellos; y les sobra el vestuario acumulado en el armario durante el tiempo que estuvieron entretelados al sillón.

Tales aspirantes frustrados pierden el poder, pero no la emotividad, por eso les aflige ver que algunos se cambian de acera para no saludarles. Han perdido autoridad, pero mantiene la sensibilidad que les estristece cuando nadie les obedece. Tienen más tiempo libre pero nadie lo comparte con ellos. Carecen de privilegios, pero conservan intactas las fotografías rebeldes al olvido. Han perdido el mando, pero mantiene el deseo de mandar y se enojan cuando no se tienen en cuenta sus opiniones. Pierden influencia, pero recuerdan a quienes beneficiaron, sintiendo el arponazo de la decepción con quienes se olvidan de los favores recibidos. Sufren el drama de la indefinición existencial, porque cuando estuvieron “vivos”, evitaron que se supiera lo “vivos” que eran, y ahora que no “viven” quieren recordar a todos que siguen “vivos”.

Pero algo bueno les queda porque ahora disfrutarán de la paz doméstica, recuperarán amigos, darán nuevo rumbo a su vida y encontrarán refugio en la lealtad de los amigos adolescentes, restauradores de los jirones que las papeletas han dejado en sus vidas, luchando por conseguir el bastón de mando que tuvieron ocasión de acariciar y pasó por delante de su puerta sin detenerse.

VAMOS A ESTRUJAR EL DÍA

VAMOS A ESTRUJAR EL DÍA

Amanecer

Es obligado soplar cada mañana la negra nube de la rutina para cruzar felices el rubicón del día que nos espera. Hay que apartar la losa agónica de la nada eterna para alcanzar la resurrección en la jornada. Es preciso gritar, alzar los brazos, cantar, reír y saltar asombrados ante el milagro de la vida que amanece, para ahuyentar la pesadumbre.

Vamos, pues, a ganar la vida que hoy nos espera, mirándola a la cara sin extrañeza por su llegada, reservando las dudas para mañana y sin tener en cuenta sus andanzas de ayer para evitar el rapto de la memoria, porque debemos hospedarnos cada día en la jornada que despierta con el deseo de alcanzar la sorpresa desprevenida que no ven los profetas del infortunio.

Vamos a estrujar todo lo bueno que nos traigan las horas que tenemos por delante, aprovechando la nueva oportunidad que nos da la suerte para hacerlo, conscientes de que no será un día menos que nos queda sino el día a mayores que hemos robado a la innombrable, aunque sepamos que nos espera cuando no podamos cumplir nuestro propósito de ganarle cada día un minuto más de felicidad a la vida.

CRUZANDO EL RUBICÓN

CRUZANDO EL RUBICÓN

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Cuando Julio César decidió cruzar con sus tropas el arcilloso río Rubicón, sabía que la guerra civil sería inevitable, algo que no nos sucederá a partir de hoy a los once salmantinos que ayer cruzamos el metafórico rubicón con un proyecto en la mano, la ilusión en el alma, el esfuerzo a la espalda y la esperanza en el corazón, poniendo en marcha la Asociación de Amigos de Unamuno en Salamanca, a la que esperamos se sumen todos los simpatizantes de don Miguel.

Empresa con felices consecuencias garantizadas porque serán muchas las manos que nos ayudarán a cruzar el Tormes de orilla a orilla, donde nos esperan generosos espíritus que tomarán con nosotros los remos para navegar sobre las aguas del río, cristalino espejo donde se retratan las doradas torres cuando pasa solemne Unamuno bajo el puente viejo dejándonos su vida, obra y pensamiento.

Todo ello sucederá mientras la esperanza descanse tranquila en el curso de la vida, haciendo crecer el recuerdo de don Miguel lento y seguro, como las encinas del campo charro, recibiendo de nuestras seculares piedras la fe, paz y fuerza para el espíritu, como nos dejó escrito el poeta del alto soto de torres salmantinas, provocando en nosotros el empeño de complacer su eterno deseo, diciendo lo que Unamuno ha sido en la tierra adoptiva donde abandonó su vida en manos del misterioso hogar del Padre Eterno.

LA SUERTE ESTÁ ECHADA

LA SUERTE ESTÁ ECHADA

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Julio César pronunció la frase “alea iacta est” antes de cruzar el Rubicón, con menos fe en la victoria que la mantenida por el grupo de once salmantinos que gritamos ayer con una sola voz “la suerte está echada”, antes de salir en un futuro inmediato a la palestra social salmantina con un proyecto ilusionante en las manos, para ofrecerlo a todos nuestros paisanos.

Aspiración que llevamos tiempo cocinando en los fogones de la esperanza, con desmedido entusiasmo, incondicional entrega y vocación de servicio, para llevar en volandas al más grande intelectual que ha tenido el Estudio en sus ochocientos años de historia, hasta el último rincón de la ciudad, sin esperar a cambio otra cosa que satisfacción por el empeño común que emprendemos.

Primer brote de un pequeño arbusto que esperamos se transforme en árbol frondoso con las hojas charras que en sus ramas crecerán, asociándose para hacer realidad lo que ahora no es más que noble intención de congregarnos a la sombra del maestro para recibir ejemplo de su testimonio vital, complacencia en su obra literaria, certificación de su honrado compromiso político y aserción de su entrega intelectual.

En manos de los que quieran unirse a nosotros pondremos el proyecto que presentamos esta mañana a quien corresponde, sin posibilidad de retroceso porque la suerte está echada con vocación perdurable, esperanza a flor de piel, esfuerzo anticipado, fortalecida voluntad, ilusión abanderada y entusiasmo creciente, manteniendo juntos la utopía visionaria de una hipotética realidad futura que suponemos cierta.

SOLEDAD FINAL

SOLEDAD FINAL

Al rodearme José Antonio con sus palabras en un abrazo solidario, unido al incondicional amor filial a la madre que tantos días humedeció la almohada con lágrimas de viudedad al verlo partir hacia el Infanta, no he tenido más opción que tomar la pluma para verter el sacudimiento interno que su recuerdo puso en la orfandad que compartimos, aunque jamás paseáramos juntos por el Patio Central.

Con su pregunta ha vibrado la fibra de Ángel y volado el recuerdo de José María a lejanos recuerdos junto al río Henares, haciendo posible el hermanamiento de nobles sentimientos en la pantalla virtual. Gracias por ello a quien propició la ocasión de tal encuentro y me dio la oportunidad de parafrasear los versos del poeta recordando ¡qué solos se quedan los viejos!

La inevitable soledad de la muerte a la que nos enfrentaremos todos en solitario y sin compañía alguna, por muchos que sean los que toman nuestras manos en el andén del último viaje, no justifica el abandono en la sala de espera de la estación de quienes nos han llevado hasta donde ahora estamos.

Abandono en algunos casos familiar y siempre profesional, sin comprensión alguna, en un alarde de despilfarro social y laboral que nadie evita, muy superior al despilfarro de la megalomanía política en obras faraónicas inservibles.

Aparcar en un rincón la experiencia lúcida de quienes han ido abriendo paso a los que hemos ido detrás; despreciar la sabiduría no contenida en libros ni en aulas universitarias; subestimar sabios consejos; postergar maduras opiniones; desdeñar la pericia demostrada, y rechazar la veterana voz ilustrada, son delitos sociales sin posible redención y actitudes que sólo conducen al suicidio moral de una sociedad ciega y sorda por voluntad propia.

Pero más triste es olvidarse de abrazar cada día a quienes todo lo han dado por aquellos que los olvidan. Más ingrato es olvidarse de corresponder a todos los bienes recibidos. Y más doloroso es abandonar a quienes saborean amargamente la soledad, porque los hijos que todo han recibido de ellos le niegan el tiempo que a ellos pertenece y el cariño que merecen.

“¿Tienes padres todavía?”, preguntaba José Antonio a todos sus compañeros en el libro de caras amigas, sin esperar respuesta. Y yo aconsejo a los afortunados que pueden abrazar a sus padres todavía, que no pierdan el tiempo porque su soledad no espera y una vez pasado el rubicón de la vida no cabe el arrepentimiento.