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ADIÓS, MARINA

ADIÓS, MARINA

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buena

El obturador de la cámara fotográfica de Juan Guzmán reunió en el gesto desafiante de una joven luchadora por la libertad, a todas las milicianas que se echaron un máuser a la espalda y se fueron por las trincheras a defender los ideales republicanos que votaron la mayoría de los españoles en abril de 1931, aunque ella siempre estuviera en retaguardia.

La fama de Marina Ginestá no sería tal, ni estaría en las portadas de todos los periódicos si se hubiera negado a retratarse en 1936 en la terraza del barcelonés hotel Colón, a las pocas semanas de comenzar la incivil guerra civil, que se llevó por delante a miles de españoles que todavía andan perdidos por las cunetas.

“Dicen que en la foto del Colón tengo una mirada arrebatadora. Es posible, porque convivíamos con la mística de la revolución del proletariado”, dijo Marina a un curioso periodista que le preguntó décadas más tarde por la foto que se hizo con sus juveniles 17 años de edad, en la terraza de dicho hotel.

«La foto refleja el sentimiento que teníamos en aquel momento. Había llegado el socialismo, los clientes del hotel se habían marchado. Había euforia. Nos aposentamos en el Colón, comíamos bien, como si la vida burguesa nos perteneciera y hubiéramos cambiado de categoría rápidamente», reconoció en su domicilio parisino al enviado por la Agencia Efe.

Marina pasó ayer a incrementar la nómina de milicianas desaparecidas, al abandonar su memoria en un hospital de la capital francesa sin decir palabra, con 94 años de edad y mirando la foto que le dio fama, honor y gloria entre los corazones rojos; y desprecio, insultos y vituperios de las camisas azules, en tiempos de particiones, roturas y divisiones, que urge enviar al olvido, para ganar juntos un futuro en paz.

Periodista de raza, intérprete descarada en la entrevista de Durruti con el periodista Koltsov y militante del PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña), fue herida y atendida en un hospital montpellerino, antes de exiliarse a la Republica Dominicana, de donde huyó en 1946 escapando de las amenazas del dictador Trujillo.

«La juventud, las ganas de ganar, las consignas,… yo me las tomaba en serio. Creía que si resistíamos ganábamos. Teníamos la sensación de que la razón estaba con nosotros y que acabaríamos ganando la guerra, nunca pensamos que acabaríamos nuestras vidas en el extranjero», rememoraba antes de morir.

A VEINTINUEVE DÓLARES EL NEGRO MUERTO

A VEINTINUEVE DÓLARES EL NEGRO MUERTO

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El desprecio por la raza negra, que para muchos era símbolo de ignorancia, pobreza, atraso y delincuencia, llevó a ciertos dirigentes políticos a eliminar de sus países todo punto negro que se moviera confundido entre la negrura de los suburbios y barrios marginales.

Así, cuando el dominicano general Leónidas Trujillo se propuso incorporar la República Dominicana a la senda del progreso económico, social y cultural, pensó que llegarían antes a la meta si dejaban por el camino a los negros que caminaban con ellos.

Con esa idea en el filo de la navaja, ordenó en 1937 a sus esbirros el descuartizamiento a machetazo limpio de veinticinco mil haitianos de raza negra, que deambulaban entre los cañaverales de azúcar del país, compartiendo territorio en la Española isla de las caribeñas Antillas.

Lo curioso es que este animal con apariencia racional, a la sazón mulato por parte de su abuela haitiana, tenía el macabro cinismo de blanquearse la cara con polvo de arroz para disimular su negritud y justificar la locura de su salvaje intento blanqueador del país.

Siniestra deuda que este predecesor de sucesivos matarifes pretendió saldar con el Gobierno haitiano pagándole veintinueve dólares por cada negro cuarteado, tras admitir que había hecho picadillo a dieciocho mil vecinos, por los que tuvo que pagar quinientos veintidós mil dólares.

De forma tan sencilla se cerró el trato de la transacción comercial más repugnante que ha llevado a cabo la raza humana, ante el silencio y complacencia de quienes pudieron evitarlo, en espera del genocidio nazi que llegaría años después.

Hoy no se machetea la negritud social de los desfavorecidos, basta con suprimirles las medicinas, impedirles el paso a los hospitales y quitarles las sillas de ruedas para rueden sus cuerpos por el suelo, dejando que la muerte vaya haciendo lentamente su trabajo, mientras los matarifes dictan leyes exterminadoras y los capelos se dan golpes de pecho en silencio, pidiendo a Dios la redención que ellos niegan a los condenados.