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DERECHOS DE LOS NIÑOS

DERECHOS DE LOS NIÑOS

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Mientras algunos celebran hoy el aniversario de la muerte de Franco y otros lloran la desaparición del general, muchos de nosotros miramos para los peques con intención de festejar con ellos el día universal de sus derechos, desde que el 20 de noviembre de 1989 se acordaron en la Convención sobre los Derechos del Niño y fueron aprobados posteriormente por la Asamblea General de las Naciones Unidas y ratificados por doscientos países.

El colectivo social más vulnerable, quedó así protegido legalmente de quienes discriminaban a los niños, despreciaban sus intereses, limitaban la supervivencia, olvidaban su desarrollo y despreciaban las opiniones de los infantes en cuestiones que les afectaban.

Es un buen día para recordar que tienen los niños el derecho a nacer y vivir libremente con dignidad, a disfrutar plenamente de juegos educativos, a tener nombre, nacionalidad y más derechos, sin discriminación por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión, origen, posición económica o cualquier otra condición.

Tienen derecho los niños a vivir en una casa digna, recibir la alimentación, ser atendidos y protegida su salud con beneficios sanitarios antes de nacer, al nacer y después de haber nacido, así como a criarse en un ambiente familiar y social de afecto y seguridad, donde prime el amor y la comprensión.

Tienen derecho los niños a ser protegidos contra toda forma de abandono, compraventa, crueldad y explotación, no pudiendo trabajar antes de una edad mínima adecuada, ni dedicarse a ocupación o empleo alguno que pueda perjudicar su salud o educación o impedir su desarrollo físico, mental o moral.

Tienen derecho los niños a recibir educación gratuita y obligatoria, en igualdad de oportunidades, que les permita desarrollar su sentido de responsabilidad moral y social, así como recibir información adecuada y formación conveniente, que promueva el respeto, la paz y la convivencia social

Tienen, finalmente, derecho los niños a vivir en armonía, a estar protegidos contra toda discriminación, y ser aleccionados para la comprensión, tolerancia, amistad y solidaridad, para que consagre sus energías, esfuerzos, afanes y aptitudes al servicio de los demás.

GENE SHARP I I

GENE SHARP I I

El noventa por ciento de los ciudadanos del mundo necesitamos leer la segunda parte del libro de Gene Sharp, a la vista del éxito mundial obtenido con la primera parte de la obra en países como Birmania y Egipto, por citar dos de ellos entre la decena que ya se han beneficiado de sus tesis.

Con su primer ideario “De la dictadura a la democracia. Un sistema conceptual para la liberación” ha conseguido liberar a muchos pueblos de funestas dictaduras, predicando la revolución pacífica, desde su Institución Albert Einstein con sede en Boston.

Ahora le toca escribir la segunda parte. Tiene que decirnos Gene cómo pasar de un sistema capitalista sin futuro a otro nuevo sistema que haga más felices a la mayoría de los humanos, recurriendo para conseguirlo a las pacíficas armas que han puesto patas abajo a muchos regímenes totalitarios.

La respuesta a la inevitable decadencia del capitalismo sólo puede venir de mentes como la de Sharp, si no queremos hundirnos en la mierda antes de lo previsto y sin posibilidad de redención futura.

Algo que fue bueno en el contexto del siglo XV, cuando surgió el capitalismo al hilo de los intercambios marinos y la transformación de las fuerzas productivas, ya no sirve para el siglo XXI. Algo, como el dinero, que fue instrumento de cambio en su época, se ha convertido en referente obligado para este capitalismo feroz que convierte en mercancía hasta los valores morales más esenciales.

Todo ello en un marco institucional soportado en tres pilares deteriorados, donde la política, la religión y la economía especulativa ya han dicho todo lo que tenían que decir en la historia de la humanidad. Soportes obsoletos y rancios que no merecen el poder que tienen y han de ser sustituidos por odres nuevos.

Si estamos viviendo una crisis originada por deudores que no pagan a especuladores, la solución no pasa por limitar las posibilidades de trabajo y recursos de los insolventes, sino en promover nuevas áreas productivas que fomenten el mercado laboral y permitan a los entrampados pagar su deuda, sobre la base de que sin gasto no hay producción, sin producción no hay dinero y sin dinero es difícil pagar empréstitos.

Digo esto, como buen español, que sin entender de ello me permito la licencia de opinar, ejerciendo un derecho que a nadie perjudica porque no decido nada. Quien tiene que darnos una solución a la crisis del capitalismo es Sharp, o alguien como Gene Sharp, a quien cedo la palabra.

LAICIDAD

LAICIDAD

LAICIDAD

Más de tres décadas como profesor me permiten confirmar el desgaste intelectual que supone explicar muchas veces cuestiones evidentes a quienes no desean entenderlas. Esfuerzos baldíos que caen en barbecho ante la falta de voluntad y entendederas de los oyentes, por elementales que sean los argumentos.

Esto ocurre con la laicidad desde finales del siglo XIX cuando se decidió que las diferentes iglesias y los estados debían respetarse mutuamente y no cruzar sus caminos, porque la libertad de conciencia personal no autorizaba la injerencia de normas o valores morales religiosos en asuntos que concernían a cada cual.

Debatir sobre laicismo – ya que curiosamente la Academia no permite hablar de laicidad – debía ser ocioso en una democracia por ser consustancial a ella. Concepto tan obvio y constitucional no merecería ni un segundo del tiempo que a todos ocupa en múltiples páginas humedecidas con ríos de tinta, en aclaraciones innecesarias, en resolver problemas inexistentes y en manifestaciones diarias por los rincones con exaltaciones de fervor religioso desmedidas, en esta España católica, apostólica y romana.

Incluso mentes despiertas que alcanzan cuestiones muchos más complejas, se niegan a comprender lo proclamado en el artículo 16.3 de nuestra Constitución, donde se establece que ninguna confesión religiosa tendrá carácter estatal. Algo que no tiene nada que ver con el anticlericalismo ni la condena de los valores religiosos, pero que va a la esencia misma del respeto que cada ciudadano merece, al optar por una ideología concreta.

El proceso de laicización es consecuencia legal y lógica de aplicar una doctrina que defiende la independencia del hombre, la sociedad y el Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa, sea ésta católica, protestante, musulmana, judía o budista.

Es decir, el laicismo no es una actitud antirreligiosa, ni mucho menos, sino todo lo contrario. Tampoco va contra religión alguna, ni creencia sostenida, porque sólo pretende dar trato igualitario a todos los credos, alejándolos de la institucionalidad oficial que en muchos casos se otorga a una religión concreta.

Laicizar es poner las cosas en su sitio, dando al César lo que a éste pertenece y a los dioses lo que a cada cual corresponde. No se trata de impedir prácticas religiosas, pero tampoco de imponerlas, porque las creencias personales son patrimonio individual y propiedad privada de cada cual, reservándose las personas el derecho de admisión en el ámbito de su intimidad ideológica.

Por eso, en un Estado laico como el nuestro que consagra en su Carta Magna la independencia religiosa, no es de recibo que los representantes del pueblo hagan ostentación pública de apoyo a una religión concreta con su presencia en actos donde a todos representan, ni que autoridad religiosa alguna intervenga en la gobernabilidad del Estado o interfiera en uno de sus tres poderes.

Un Estado laico debe proteger la libertad de religión, culto e increencia de cada ciudadano, porque los descreídos también tienen derecho a disfrutar de la secularización estatal. Algo que no ocurre en Estados constitucionalmente ateos, opuestos a toda creencia y práctica religiosa, o el los teocráticos, como extremos de la realidad. El Estado laico no prohíbe las manifestaciones públicas religiosas de los ciudadanos adscritos a cualquier religión, siempre que éstas no se institucionalicen.

Dicho esto, cualquier desfanatizado debería comprender que la jerarquía católica española no tiene licencia para moralizar desde la tribuna pública a la sociedad estableciendo límites entre el pecado prohibido y la gracia permitida, porque carecen de autorización legal para hacerlo, aunque se arroguen el derecho moral de predicar fuera del púlpito a quienes no son de su grey.