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TEMPLOS DE DIOS

TEMPLOS DE DIOS

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Acompañando a unos amigos a visitar la catedral salmantina, pregunté a una de las compañeras por qué se santiguaba al entrar en el templo al tiempo que inclinaba la rodilla en tierra, si ella era el verdadero templo del Dios vivo y no la arquitectura que visitábamos, por consagrada que estuviera.

Mi comentario dio pie a una larga conversación en la que esgrimí los mismos argumentos que dejo a esta bitácora, como reflejo de lo que pienso y siento, con intención de mostrar mi verdad desnuda y al descubierto, sin pedir que sea compartida, ni aplaudida, pero sí respetuosamente comprendida.

Llama la atención que Dios no se encuentre en ninguno de los miles de templos repartidos por toda la Tierra, por mucho que algunos se empeñen en llamarlos “casas de Dios” como si en ellos habitara el Todopoderoso, aprovechando su don de ubicuidad y el pan ácimo consagrado que se guarda en custodias y sagrarios.

El extenso y meritorio documento titulado “Catecismo de la Iglesia Católica”, cuya versión latina final fue revisada y hecha pública por el cardenal Ratzinger el 15 de agosto de 1997, recoge la doctrina católica sin aclarar a los pecadores cuál es el templo de Dios ni dónde está ubicado.

Parece claro, sin embargo, que ninguna Iglesia arquitectónica es templo de Dios, pues Él mismo se lo dice a los fieles en Los Hechos de los Apóstoles (7,48): “El Dios Altísimo no vive en templos hechos por la mano de los hombre”. Entonces, si Dios no habita en construcciones humanas, el empeño en edificar iglesias durante siglos tiene que ser para facilitar la reunión de creyentes y realizar cultos comunitarios. Para creernos esto, basta comprobar que en los evangelios no se alude a construcción de templo alguno.

Siguiendo la metodología doctrinal de Astete y Ripalda, preguntamos: ¿En qué templo está Dios?: En Jesús mismo, su Hijo, como nos dice San Juan (2, 19-21): “Jesús les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo”.

El mismo San Pablo, en la Primera Carta a Los Corintios (6,19), dice a sus feligreses: “¿O no sabéis que vuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y que habéis recibido de Dios?”

Que ningún creyente se engañe, porque Dios no está en las iglesias ni en los sepulcros blanqueados. Habita en los crédulos que practican su doctrina, no en quienes visitan rutinariamente los templos o se dan golpes de pecho en ellos sin amar a sus hermanos hasta dar su vida por ellos, como dicen que hizo el Hijo de Dios, inmolándose por la redención del género humano.

Esas artísticas construcciones son buenos espacios de reunión para presentar y consagrar a los creyentes ante la comunidad católica, como dice San Lucas (2, 22). Lugares donde impartir catequesis según narra el mismo evangelista (2, 46). Punto de encuentro para celebraciones, donde acudía Jesús para celebrar las grandes fiestas judías (Lucas 2,41). Y casa de oración y plegarias comunitarias, según palabras de Mateo (21, 13).

VISITA DE LA VIRGEN

VISITA DE LA VIRGEN

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Cuenta la tradición y canta la canción que “el 13 de mayo la Virgen María bajó de los cielos a Cova de Iría”, una pedanía portuguesa que adquirió fama universal en 1917 cuando la Madre de Dios se posó en carne mortal sobre una encina, para asombro de los creyentes católicos, capitaneados por Francisco, Lucía y Jacinta, tres pastorcitos que cuidaban solitarios un rebaño.

El hecho de que tal aparición mariana se produjera en Fátima, induce a pensar que la Virgen realizó un intento pacífico de nueva cruzada católica contra la toponimia infiel, pues la villa fue bautizada con ese nombre en recuerdo a la antigua ocupación de los árabes, ya que Fátima fue la hija preferida de Mahoma.

Consiguió María con su presencia promover el desarrollo de la localidad hasta la categoría de ciudad que le fue otorgado el 12 de junio de 1997 por las autoridades portuguesas, antes de revelarse el intrigante y enigmático tercer secreto revelado por la Virgen, que Lucía guardaba encofrado en su hábito carmelitano.

La primera revelación vaticinaba la muerte prematura de los hermanos Jacinta y Francisco, primos de Lucía. La segunda se refería «a la visión aterradora del infierno», que se interpretó como el final de la Primera Guerra Mundial, el estallido de la Segunda, la conversión de Rusia y el fin del comunismo.

El tercer secreto trajo a todos de cabeza hasta que fue revelado con motivo del viaje realizado por Juan Pablo II a Fátima, el 13 de mayo de 2000, para beatificar a Jacinta y Francisco, porque los tiempos ya “estaban maduros”, en palabras del pontífice. Ante 700.000 personas, el cardenal secretario de Estado, Angelo Sodano, hizo público que tal misterio se refería a la lucha del comunismo contra la Iglesia y al inmenso sufrimiento que habían padecido las víctimas católicas a lo largo del siglo XX.

Aclarado todo, Lucía murió tranquila, Juan Pablo II quedó satisfecho y el pueblo de Dios fidelizado, mientras el cardenal Joseph Ratzinger precisaba que era un llamamiento a la conversión, a la penitencia y a la fe, excluyendo revelaciones apocalípticas como el fin del mundo o el futuro de la historia. ¡Uf, menos, mal!