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ALUMNOIDES

ALUMNOIDES

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Los primeros pasos del curso escolar dan pie a reflexionar sobre una subespecie de la raza humana, perteneciente sin mérito alguno a la fauna estudiantil, que de nuevo ocupará los pupitres escolares este año, creyéndose con derecho a cuanto se le antoje, aunque nada merezcan estos antojadizos seres.

Me refiero a los alumnoides, ese grupoide deformado de escolares que tanto perturba en los centros escolares a profesores, funcionarios administrativos, conserjes y propios compañeros de pupitre, que pasan por las aulas sin recibir el trato escolar que merecen, por razones que no hacen al caso.

Se habla en exceso de los profesores, menos de los alumnos y casi nada de tal subespecie, que ha proliferado últimamente en las aulas, en muchos casos amparada por los padres de tales animalitos, silenciada por sus compañeros y desconocida para la soiedad, que nada sabe de lo que presume ser experta.

Los alumnoides mantienen actitudes antropoideas heredadas de sus antepasados arbóreos, ocupando un escalón evolutivo inferior a la raza humana que los mantiene en estado salvaje mental, aunque vistan a la moda de los bípedos racionales, hablen su lenguaje, coman en platos de porcelana y se acomoden en pupitres en vez de mantenerse colgados de las ramas arbóreas como correspondería a su estado.

No es que los alumnoides sean vagos – que lo son – gandules de oficio, no. Eso no es lo peor, sino que utilizan su cerebro para buscar fórmulas que perturben la convivenia escolar, alteren el desarrollo de las clases, conculquen la disciplina académica, vulneren derechos de los demás y quebranten las normas impunemente por mandato personal.

Es hora de remangarse y poner en su sitio a esta minoría de alumnoides que cada día van ganando más espacio en los centros educativos, tratando de hacerse con todo el espacio cuando se trata de un pequeño grupo de perturbadores, por notorios que sean sus desmanes y tolerante el sistema que se los permite.

DE LA EXPERIENCIA A LA EMPATÍA

DE LA EXPERIENCIA A LA EMPATÍA

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No siempre son escuchados, atendidos y secundados los consejos que padres, profesores, parientes y vecinos dan a los jóvenes, porque estos solo gustan de experiencias propias, más allá de los riesgos, peligros e incertidumbres que acompañan las novedades inesperadas que acechan a quienes van con prisa hacia la vida adulta.

Tampoco es fácil empatizar con problemas ajenos sin tener experiencia de ellos, ni es probable comprender situaciones personales de otros, no vividas en carne propia, porque la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro se consigue cuando ambos viven situaciones idénticas.

La inexperiencia de sensaciones, dolores, desgracias, temores y enfermedades sufridas por otras personas, hace imposible la fusión anímica de uno mismo con la realidad ajena por mucho empeño que se ponga, como le sucede al creyente con el descreído; al liberado con el dependiente; o al maridado con la viuda, por citar unos ejemplos.

La imposibilidad de compartir el dolor físico y el sufrimiento moral hace inviable la absoluta empatía del observador con la persona dolida, de la misma forma que no se alcanza a empatizar plenamente con la angustia de un enfermo terminal o con quien pasa la última noche en una celda del corredor de la muerte.

¿Cómo emparejar con la impotencia de las personas dependientes? ¿Cómo sentir el estremecimiento de la mujer embarazada con un hijo deficiente en su vientre? ¿Cómo percibir el miedo de un soldado acorralado por el enemigo? ¿Cómo entender el pensamiento de un suicida fundamentalista?

Imposible sentir el horror de quien contempla el cuerpo de un amigo destrozado por la metralla, ni el miedo apretado en el pecho antes de un combate cuerpo a cuerpo, ni el pánico de las llamas que se acercan amenazantes, ni el olor nauseabundo de cadáveres descompuestos esparcidos por las calles.

SESIONES DE CLASE

SESIONES DE CLASE

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Recién comenzado el curso académico, recuerdo las sesiones de clase compartidas durante más de tres décadas con jóvenes esperanzados por alcanzar la vida que esperaba, pero desganados por el tedio de la tarima y aburridos ante la rutinaria tarea que recomenzaba tras el descanso estival descubridor del “verano del 42”, inolvidable refugio donde todos estuvimos amparados algún día.

En las sesiones de clase se ejecuta el plan previsto horas antes, con actividades escolares de motivación, aprendizaje y evaluación, acordes con la metodología adecuada para desarrollar cada objeto de aprendizaje, utilizando materiales de apoyo en un tiempo prefijado de antemano.

El sentido profesional avisa al profesor en qué momento debe introducir el chascarrillo que provoque la sonrisa, el comentario que relaje la tensión intelectual y la broma que divierta a todos. Porque las clases tienen que ser divertidas y relajadas, para introducir en ellas menos temor y más humor, de forma que los alumnos se lo pasen bien mientras incorporan aprendizajes en su estructura cognitiva.

A lo largo del tiempo ha cambiado el perfil de profesor, el modelo de alumno, la metodología, las interrelaciones, las actitudes y el tratamiento personal, hasta el punto que todo lo vivido por mi generación tiene escaso parecido con la realidad actual. No porque la clase en sí misma sea otra cosa, no. Las sesiones de clase mantienen un duende, una emoción, un encanto, un riesgo y una seducción, a la que es difícil substraerse.

Son la quintaesencia de la profesión docente, donde es preciso darlo todo, hasta lo que no se tiene, porque el periodo de clase representa el momento de máxima tensión intelectual en la tarea escolar, siendo a la vez la actividad más estimulante y satisfactoria de cuantas comparten docentes y discentes, representando el mayor reto al que enfrentan juntos, aunque algunas veces domine la indiferencia, el desinterés y el bostezo.

ADOLESCENCIA

ADOLESCENCIA

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Un buen amigo me expresaba ayer su malestar con las actitudes mantenidas por su  adolescente hijo, en paso vacilante por la turbulenta “edad del pavo”, donde toman cuerpo ritos iniciáticos que sorprenden y desconciertan al aspirante que pretende seguir un atajo para hacerse hombre, sin percibir que es tarea larga, difícil y dolorosa.

Es la adolescencia un puente colgante, inestable y resbaladizo entre dos orillas de obligado tránsito, donde se balancean y tiemblan almas esperanzadas de futuro, pero inseguras, sin asidero y a merced de agitaciones internas, vientos inesperados, turbulencias vitales y tempestades anímicas.

Cobran fuerza en la adolescencia pasiones triviales y sueños prefabricados que se cuelan de rondón en la voluntad del púber, para hacerse incombustible deseo en forma de modas, ordenadores, motos, decibelios musicales y pandilla, acompañando las primeras caricias furtivas, los iniciáticos desequilibrios etílicos y la sobrevaloración del grupo.

Encerrados en desmedida soberbia, desdeñosos a los consejos, rebeldes a toda imposición y doloridos por incomprensiones incomprendidas, muestran su altanería con andares cachazudos, respuestas extemporáneas, posturas arrogantes, sobrado menosprecio y provocaciones a los adultos que más detestan, representados por padres y profesores, que les imponen disciplina familiar y académica.

Deslumbrados por el descubrimiento de su cuerpo, pretenden evitar el primer acné y las espinillas adolescentes, ignorando que el éxito y el fracaso en la vida futura se desliza en la adolescencia sobre el filo de una navaja, sin que pubescente perciba que gran parte del adulto que será, cuajará en el arcilloso molde de su adolescencia.

Hablan, opinan, juzgan, califican sin recato, critican con osadía y se mueven entre la audacia de luchar por ser adultos y el temor de llegar a serlo, sin encontrar la comprensión que esperan en los adultos porque estos han perdido la memoria de sus años adolescentes.

SI WERT FUERA ESTUDIANTE

SI WERT FUERA ESTUDIANTE

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Contra viento sociales,  tempestades parlamentarias, mareas de profesores, desplantes de alumnos, pañueladas de padres, empujones de periodistas, barricadas de sindicatos, y quejas de costureras, churreros y aguaderas, el menistro Wert multiplica gratuitamente la crispación en un país muy crispado por los recortes, proponiendo una ley innecesaria, inoportuna e inadecuada, aprovechando que él se encuentra fuera del sistema educativo y no va a sufrir las consecuencias de su norma.

La mínima calificación obtenida por el menistro Wert en el barómetro del CIS con una nota de 1,76, permite asegurar que si el pilarista José Ignacio fuera alumno de Secundaria sería desviado hacia profesiones laborales alejadas de la Universidad y no podría estudiar la carrera de Derecho que cursó al abandonar el pilarismo.

Si Wert fuera estudiante, no pasaría ninguna de las selecciones que él mismo exige superar a los alumnos de 8, 11, 15 y 17 años, porque la puntuación de 1,76 que ha obtenido en el  examen social de los ciudadanos, no permite otra opción.

Si Wert fuera estudiante, carecería de amigos en el colegio porque no querrían jugar con él los compañeros en el recreo, le harían poco caso los profesores y los padres no le invitarían a fiestas de cumpleaños de sus colegas.

Si Wert fuera estudiante, iría solo a las manifestaciones convocadas por él mismo a favor de su ley, siendo despreciado por esquirol, disuelto con gases lacrimógenos por policías-padres y abucheado por los peatones.

Si Wert fuera estudiante, sus progenitores se avergonzarían del 1,76 obtenido por su hijo en la reválida ciudadana que él ha rescatado del pozo negro antieducativo con la propuesta de una evaluación sancionadora, selectiva y segregadora.

Si Wert fuera estudiante, no querría ser itinerado a los trece años hacia caminos profesionales que siendo adolescente rechazó y pediría las oportunidades de futuro que ahora niega a los jóvenes que sufrirán en las aulas su ley educativa, inspirada en fueros españoles y palomas espirituales.

¿QUIÉNES DEBEN MARCHARSE A CASA?

¿QUIÉNES DEBEN MARCHARSE A CASA?

La crisis que estamos pasando en esta gran empresa que se llama España, exige una Regulación de Plantilla, un Expediente de Regulación de Empleo o cualquier otro eufemismo que signifique mandar a su casa a todos los que sobran. Es decir, prescindir de parásitos, gandules, soplagaitas, granujas, chupamonas, pulgones, sablistas, mediocres y otras especies semejantes de la raza humana, que viven del sudor ajeno.

¿Deben marcharse a casa los ciudadanos ocupados en instruir, orientar, ayudar, formar y educar a la futura generación que ha de dirigir la empresa común?

¿Sobran en este país los vecinos que velan por nuestra salud durante las veinticuatro horas del día, incluso llevándose la fiambrera al hospital?

¿Alguien piensa que están de más las personas encargadas de protegernos y cuidar nuestra seguridad personal, nuestra familia y los bienes que nos pertenecen?

¿Es sensato prescindir de los que arriesgan su vida en incendios y catástrofes para salvar la nuestra, olvidando su seguridad personal?

¿Conviene reducir el número de empleados públicos que hacen posible el buen funcionamiento del Estado y de las Instituciones?

¿Hay que expulsar a los trabajadores manuales que sudan plusvalías enriquecedoras de cuentas corrientes en paraísos fiscales?

¿Es aconsejable quitar del medio los privilegiados cerebros que hacen posible el progreso científico y el bienestar de todos los ciudadanos?

¿Deben marcharse a casa los creadores del arte que nos deleita, la música que nos recrea y el teatro que enriquece la cultura y entretiene el ocio?

Si en España sobran personas porque faltan sueldos ¿Quiénes son, pues, los prescindibles? ¿Quiénes deben marcharse urgentemente a su casa, si los profesores, médicos, policías, bomberos, funcionarios, obreros, investigadores y artistas son imprescindibles para todos nosotros?

MANDAMIENTOS DEL PROFESOR

MANDAMIENTOS DEL PROFESOR

No es bueno para los/las profesores/as seguir la máxima ignaciana de evitar las mudanzas en tiempos de crisis, porque la situación actual pide cambios en los comportamientos que nada tengan que ver con los derechos humanos, constitucionales, civiles, sociales y profesionales.

Cambios conceptuales, procedimentales y actitudinales que demandan un nuevo perfil de profesor más acorde con los tiempos que corren por los escaños políticos, las rotativas de periódicos, las asociaciones de padres, las agrupaciones de alumnos, los sindicatos, las comunidades sociales y las cofradías del Cristo de la buena muerte.

Los profesores están un poco despistados tras perder el norte de su profesión con tantos cambios de sistemas educativos, reformas estructurales y crisis mundiales, lo que obliga a recordarles los mandamientos del profesor, de obligado cumplimiento para todos ellos.

1º – Amar el sacrificio diario y la pobreza eterna sobre todas las cosas.

2º – Soportar con resignación el desprecio social y la marginación oficial.

3º – Tolerar en silencio las agresiones verbales y físicas de los alumnos.

4º – Poner la mejilla izquierda a las bofetadas de los padres por la derecha.

5º – Santificar a la Administración para agradecerle los desdenes recibidos.

6º – Apoyar a los sindicatos que tanto apoyan y preservan a sus liberados.

7º – Promover periódicos, emisoras y televisiones que manipulen la situación.

8º – Votar en las elecciones para que los políticos sigan maltratándolos.

9º – Dedicar cientos de horas a mil actividades no reconocidas ni pagadas.

10 º –  Gratificar a las editoriales por las nulas atenciones recibidas.

         Estos diez mandamientos se encierran en dos: mantener la convicción de que en la profesión docente se puede ser feliz aunque pocas cosas contribuya a ello y seguir confiando en que algún día la Administración, la sociedad, los alumnos, padres y medios de comunicación se den cuenta que nada hay más importante en un país que la educación de sus ciudadanos, por lo que merecen mayores cuidados, atenciones, generosidad, comprensión, apoyo y respeto quienes forjan los espíritus jóvenes que un día gobernarán el mundo.