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Etiqueta: pobreza

NOCHEMALA EN HENARES

NOCHEMALA EN HENARES

Consciente de caer irremediablemente en el tópico navideño de recordar en nochebuena a los que celebrarán una nochemala más sin redención posible de su pobreza, me dejo llevar por mi sincera vocación de solidaridad con todos aquellos que pasarán mala noche, dejando en esta bitácora un recuerdo a quienes esperan el milagro de la imposible resurrección.

Esta noche de fraternidad compartida que llega a nosotros con billete urgente de vuelta a la inevitable realidad de cada día, no renuncio a sentar en mi mesa a todos aquellos que no tienen mesa donde sentarse, y abrazar a los que carecen de amigos para estrechar.

Pero, de forma especial, es mi voluntad compartir esta velada de gozoso encuentro familiar, con los treinta trabajadores sanitarios que pasarán mala noche en el vestíbulo de un hospital acompañados de padres, hermanos y amigos, dando la cara por los demás, hasta que se la partan.

Con estos celebrantes de nochemala, que humedecerán con lágrimas de impotencia el pan ácido de la rebeldía, quiero encerrarme en el Hospital de Henares para rendirles homenaje por los cincuenta días que llevan luchando por la salud de todos nosotros, dejándose la piel por conseguir una quimera que todos compartimos.

JUSTICIA, BIENESTAR Y PAZ

JUSTICIA, BIENESTAR Y PAZ

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El superjefe de la justicia española ha dicho en la homilía dominical pronunciada ayer con motivo de celebrarse el 200 aniversario del alto Tribunal que preside, que desea “una sociedad de justicia, de bienestar y de paz que sea el reino del futuro”. Yo también lo deseo, sabiendo que será difícil llegar a ella con personajes como el predicador de tal anhelo.

Yo también deseo una sociedad de justicia donde la ética y la ley vayan de la mano, sin que ésta última abra rendijas por donde puedan escaparse quienes abusan de inmorales principios éticos y religiosos no contemplados en las leyes, haciendo del sillón negocio con los “amiguitos del alma” como hizo el valenciano o de su toga un sayo con íntimos guardaespaldas, como hace el malagueño.

Yo también deseo una sociedad de bienestar, pero de bienestar para todos los ciudadanos, no sólo para aquellos que tienen el privilegio de gastar fondos públicos a su antojo en lujosos hoteles y selectas zonas de recreo, sin necesidad de dar cuentas a nadie, porque la ley abre una vía de agua por donde se destila la impunidad de los beneficiados.

Yo también deseo una sociedad en paz, donde reine la solidaridad, y el sacrificio por la supervivencia del vecino sea norma de conducta, por lejos que éste viva de nosotros. Una sociedad donde los golpes de pecho en las iglesias sean un símbolo real de compromiso por la liberación de la pobreza y no el somnífero que adormece preceptos evangélicos y pervierte la doctrina que dicen practicar quienes dan ejemplo de compromiso anticristiano.

NO CABE RESIGNACIÓN

NO CABE RESIGNACIÓN

Lo único que justifica la brutalidad de una guerra son las consecuencias que se derivan de ella. Me refiero a que el hambre, la miseria y la ruina, son consecuencias lógicas de una guerra. Detestables, sí; pero secuelas inevitables de la repugnante dialéctica irracional y exterminadora de la guerra.

Pero la pobreza que ahoga hoy el alma de millones de ciudadanos no es consecuencia de una guerra, sino del abuso, incompetencia, avaricia, insolidaridad y engaño, del selecto grupo de privilegiados que sobrevuela por encima de la desdicha colectiva.

Trágico desequilibrio en la balanza de bienestar social que exige corrección inmediata poniendo en el plato menos favorecido el peso de la fuerza que da la unidad de todos los que apenas tienen un mendrugo que llevarse a la boca, mientras los responsables de la quiebra siguen brindando con Moet Chandon en la cubierta de los barcos de recreo.

No cabe impunidad para los culpables de la tragedia por mucho que quieran convencernos de la necesidad de arruinarnos cada día más, mientras ellos están al abrigo de la intemperie, sin oír el castañeo de la necesidad.

No cabe el olvido para los despilfarradores del erario público que han gastado nuestro dinero en obras faraónicas multimillonarias, sin pies ni cabeza, para satisfacer una enfermiza megalomanía.

No cabe el indulto para quienes han metido mano en la caja común, llevándose en bolsas de plástico lo que a otros pertenece, por mucho que sus mercenarios pretendan inmolarse ante ellos por un plato de lentejas.

No cabe la amnistía fiscal para los defraudadores que toman piña colada en paraísos fiscales, mientras sus vecinos hacen cola en las agencias tributarias para sufragar los servicios públicos que aprovechan los estafadores.

Urge un nuevo proceso de Nuremberg donde veamos sentados en el banquillo a banqueros insaciables en su voracidad, a especuladores sin escrúpulos, a ladrones de guante blanco y a políticos inmovilizados con sueldos milenarios, que miran con envidia a los usureros que niegan el pan y la sal a quienes no tienen siquiera un terrón de azúcar para endulzar sus pesares.

BRASERO

BRASERO

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He merendado al calor del brasero en casa de Carmen y Agustín, el escultor salmantino más creativo y de mayor personalidad artística que tenemos entre nosotros, aunque él se sonroje y mire para otro lado.

Hacía años que no me sentaba a una camilla templada con un brasero bajo las cortinas de las faldillas, aunque la calidez procediera de una resistencia eléctrica y no de la combustión de cisco, como tantas veces hice para templar la  infancia.

Aquel brasero era hijo natural de la hoguera, nacida a campo abierto para entibiar a pastores, campesinos, cazadores y soldados. Las llamas imposibles en chozas y estancias, obligó a recoger las brasas de la hoguera en una cazuela o barreño para introducirlas en los hogares, dando así origen al brasero.

Calefactor de la pobreza a golpe de badila, era la forma más económica de ahuyentar el frío. Cálculos de la época afirmaban que una libra de carbón  hacía subir diez grados la temperatura de 10.799 metros cúbicos de aire, lo que significaba que una habitación de siete varas de largo, seis de ancho y cinco de alto, alcanzaba una temperatura superior en diez grados a la exterior, quemando solamente media libra de carbón por hora.

El brasero fue durante años punto de encuentro doméstico, lugar de obligada convivencia, espacio inevitable de diálogo y compañía amparadora a la luz de una vela o lamparilla. En torno al brasero se rezaba el rosario en familia, se escuchaba rutinariamente el “parte”, se acallaba el silbido del viento en la ventana,  se entretenían las horas con “el zorro, zorrito”, “Ama Rosa” y “Matilde, Perico y Periquín”, se aplaudían los goles de Matías Prat y se digería el cocido diario, sustento de una larguísima postguerra de hambre y estraperlo.

Hule limpio a golpe de estropajo y bayeta, antes de la partida de brisca, mientras la abuela remendaba calcetines con lentes de todo uso y leía el devocionario cada día como hábito heredado del tío sacerdote-relojero y curandero.

De aquellos años rescato el brasero, cobijo de sórdidas esperanzas inalcanzables, salvación de témpanos, protector de escarchas y consuelo de sabañones, a golpe de “firmas” y “escarbones” que dejaban “cabrillas” en las piernas femeninas, calenturas rojas semejantes a un rebaño de cabras.

La combustión incompleta nos hacía correr pasillo adelante al vaho helado de la calle, con el mareo en la cabeza, el dolor en la frente y el vómito en la garganta, intoxicados por indeseables “tufos”, que aparecían sin avisar.

¿CIRCUNLOQUIOS O CINISMO?

¿CIRCUNLOQUIOS O CINISMO?

Sorprende la capacidad de encaje y tolerancia de los españoles con el grupo político de su preferencia, por grandes que sean los disparates que cometan sus elegidos. Poco parece importar a los respetables votantes populares los exagerados abusos que estamos viendo, el irrespetuoso silencio del presidente, los desmedidos engaños y el descarado cinismo de quienes utilizan sus votos para llenar la copa de ambiciones personales, aprovechando que los socialistas no dejan de mirarse al espejo.

Apenas unas semanas llevan los populares en el gobierno y nadie parece inmutarse con nada, otorgándoles patente de corso para hacer cuanto les venga en gana, con el argumento de que no es posible hacerlo peor que sus antecesores. Pero están equivocados quienes así piensan porque con insultos al sentido común de los ciudadanos y mofándose del personal, llegamos cerca.

Agravian las justificaciones esgrimidas para subir impuestos porque sabían de sobra como estaba el patio cuando negaban el aumento de los mismos. Ofende la risa del ministro de Hacienda en la COPE cuando se le preguntó por los impuestos y su gangosa ironía al dirigirse a las miembras de la Cámara.

Pero más denigran nuestro buen sentido los juegos de palabras utilizados por los populares para no decir claramente lo que quieren decir, diciendo lo que nadie quiere que digan por muy necesario que sea decirlo. Esto, que en principio, pudiera ser un eufemismo, no lo es porque no son expresiones duras ni malsonantes. Son, aparentemente, circunloquios ya que sus expresiones podrían decirse más brevemente.

La situación me ha obligado a revisar, ampliar y corregir el diccionario de cinismo político cambiando antiguas expresiones por modernos términos populares.

Así, congelación salarial pasará a llamarse mejora de la competitividad.

Pobreza: bajo poder adquisitivo.

Subida de impuestos: Recargo temporal de solidaridad.

Recesión: Tasa negativa de crecimiento económico global.

Empresarios: Emprendedores.

Recortes: Ajustes económicos equitativos.

Rebajas fiscales a millonarios: Ayudas a los ahorradores.

Empleo precario: mini jobs.

Tijeretazo: Ley de Estabilidad Presupuestaria.

Abaratamiento del despido:  Flexibilización alternativa del mercado laboral.

Copago: Ticket moderador “convergente”.

Y, por último: regalar nuestro dinero a Cajas de Ahorros y bancos mal gestionados, para  enriquecimiento millonario para sus gestores, se dirá a partir de ahora: facilitar la gestión del patrimonio especulativo dañado en las usureras e insolidarias entidades financieras.