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LA MUERTE DEL GRILLO

LA MUERTE DEL GRILLO

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No le deis más vueltas, amigos. Todas nuestra desgracias politiqueras vienen por la muerte del grillo, -de Pepito me refiero, claro-, no del insecto ortóptero de la familia grilloidea que adormecía nuestros sueños urbanos infantiles en las noches estivales, cuando al fresco en tajuelas y con botijo, oíamos cantar las horas al sereno.

El grillo de Collodi al que me refiero, inseparable amigo de Pinocho, era el norte que orientaba sus pasos hacia la honestidad, al ser la conciencia del muñeco que le permitía distinguir lo bueno de lo malo, obligándole a realizar lo hacedero por su bondad y despreciar lo vicioso por su maldad.

Con la muerte de Pepito Grillo la conciencia ha desaparecido de ciertos espíritus politiqueros que rigen Instituciones públicas, haciendo que la nariz de tales pinochetes crezca y crezca de día en día con sus mentiras, hasta alcanzar la cumbre de la cucaña a la que ascienden por sus narices, para no emplear otros nombres alusivos a depósitos genitales de ambos sexos.

Sin Pepito Grillo en el cerebro, los despepitados electoreros se van descerebrando paulatinamente, infectados por un virus más dañino que el astrológico cangrejo, con la diferencia de que este microorganismo proteínico y nucleico acabará vencido, mientras la enfermiza epidemia de codicioso poder se expande irremediablemente por los sillones amenazando con atrofiar las meninges ciudadanas de un pueblo harto de cambalaches, mercadeo, prepotencia y cinismo, propiciado por incapaces holgazanes que llevan meses cobrando suculentos sueldos, sin dar un palo al gua, salvo los chapuzones que disfrutan en piscinas privadas y salados mares, camuflados en playas para evitar ser descubiertos y abucheados por los vecinos de su sombrilla.

NOSTALGIA DE LA MAR

NOSTALGIA DE LA MAR

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Siendo marinero de tierra castellana adentro, con rechazo a la playa veraniega, menosprecio al salitre y aborrecimiento a las sombrillas, mantengo un indescifrable y reverencial amor a la mar, sin saber dónde está el origen de tal pasión, ni las razones de mi permanencia como sentimiento profundo que siempre me ha acompañado.

No sé si son las metáforas vitales y estremecedoras de sus tempestades, cuando la goleta personal que gobernamos zozobra en el infortunio y un golpe de dolor abre en nosotros vías de agua por los cuatro costados solo restaurables en el astillero del tiempo, haciendo posible el milagro de la resurrección.

Tal vez mi eterno maridaje con la mar se deba al aprendizaje de pequeñez y humildad a que me obliga su testimonio de grandeza y poderío, obligándome a llevar sobre los hombros la dulce carga de la inmensidad que abarca, empequeñeciéndome hasta reducir a un punto mi vanidad.

Puede ser su estremecedora belleza en la agitada bravura contra las rocas la causa de mi enamoramiento; o el contrapunto de la placida lisura en rojos atardeceres y complacientes despertares quien nutre mi complacencia, cuando la niebla ciega el horizonte y su estampa fantasmal se convierte en refugio de sueños y esperanzas almohadilladas en la fina arena que lamen las olas.

Tampoco sé si tal encantamiento tiene su origen en el misterio que siempre permanece bajo el azogue del espejo superficial que se extiende hasta donde los ojos no alcanzan, obligándome a soñar realidades existentes solo en la imaginación que siempre acompaña mi visión de la mar desde ventanas y balcones.

O, tal vez, sea debido, simplemente, a que me hice mardependiente una tarde de diciembre torrecialmente lluviosa en el acantilado isleño de Cabo Blanco, cobijado en un coche zarandeado por el viento, contemplando una cortina de agua con el alma en vilo, el cerebro bloqueado y el corazón latiendo con amores renovados por la nostalgia de una mar, testigo de mis cavilaciones.

SALVADA DEL OLEAJE

SALVADA DEL OLEAJE

Anamar

Debemos carta a quien nos envía sonrisas azules y abrazos pespunteados en crestas de mansas olas, portando nostalgias volanderas a la playa sobre espumas sombreadas con silueta mecida entre ellas, gozando melancólica de los jarales serranos.

Esto hace quien fue salvada del oleaje cuando la tempestad de la vida hizo naufragar la goleta donde navegaba acompañada por un timonel que la dejó abandonada con una vía de agua en el alma, imposible de restaurar en astillero alguno, hasta que la mar ahogó el insomnio en la almohada del agua, devolviéndole la sonrisa.

Sirena del Mediterráneo, que guarda confidencias acuosas de luminosos amaneceres en playas desiertas, donde su huella deja palabras como testigo de íntimas conversaciones, paseando sobre la arena cálida que lisuriza la playa, al tiempo que certifica el paso de la sirena adoptiva recordando el corazón que abandonó en la sierra.

Mar que inunda la ventana de luz donde sueña con recuperar cuanto tuvo, mereciendo el privilegio de los afortunados con la mirada azul que le devuelve la vida compartida hoy con el abandono del agua, donde sumerge la esperanza que los profetas proclamaron al viento de levante, al llevarse los recuerdos al olvido.

Hablando hacia dentro con el mar ha vuelto a encontrar el sentido de las palabras y recuperado las promesas que estaban emigradas en paradero desconocido, cuando el desamor tiró la puerta abajo destrozando la intimidad compartida en la inocencia de una juventud recuperada con vocación de permanencia.

Arrancamiento profundo y desgarrada herida cerrada con puntos de ola, dejando la cicatriz visible solo a quienes merecen la confidencia de la sirena, que hoy nada libremente en el mar de la vida dejando afectuosa huella en todos los que encuentra a su paso, porque la extremaunción es un recuerdo sustituido por la unción de felicidad ganada con su sonrisa.