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LA OTRA CARA DE GALICIA

LA OTRA CARA DE GALICIA

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Quienes somos extranjeros en otros lugares, perdemos la condición de foráneos al pisar Galicia, por deseo expreso de los gallegos que con sus hospitalarios gestos hacen el milagro de hacernos sentir en propia casa, por alejados que estemos de nuestro lugar de origen.

Tanto cobijo nos obliga a mantener con gozoso celo el paisanaje, la morriña y el amor a esta tierra en cualquier espacio donde nos encontremos, por encima de la distancia, uniendo devoto recuerdo en la mente y exigente anhelo de retorno para hermanarnos con todo lo invisible a los ojos.

Porque Galicia no es solo escaparate de marisco y pescado con destino a privilegiadas mesas, sino doloroso reflejo de pupilas enviudadas en alta mar, cuando la galerna se alza por encima de las redes, dejando al descubierto la fe de las estampas.

No es Galicia romántica lluvia con deje poético y saudade, sino tormentoso aguacero que dobla la esperanza mar adentro abrillantando chubasqueros amarillos sobre la cubierta zozobrante, con raquíticos sueldos inmerecidos para tanto riesgo.

No es tampoco Galicia néctar de cepas afortunadas libadas por paladares exigentes, sino madera amparadora de pies descalzos sobre el barro en la nostalgia de los protectores zuecos aldeanos.

No es Galicia bálsamo redentor de belleza en sus verdecidos paisajes, sino fuego especulativo y vesánico, que ennegrece intencionado laderas humeantes de irracionalidad, por un plato de lentejas.

No es Galicia territorio de feministas adornados con bisutería de escaparate, sino dura espalda femenina curtida en difíciles quehaceres, que transporta pesados haces de leña al hórreo para ahuyentar el frío del invierno.

No es Galicia espectáculo de espuma en rompeolas contra las rocas, sino castigo injusto a los percebeiros que se juegan mutilaciones en olas que baten inclemente la piedra, sin reparar los cuerpos que se encuentran en el camino para estrellarlos contra las rocas.

A esta Galicia oculta a los ojos del visitante dedico mi abrazo junto al faro que anuncia a los viajeros el fin del mundo.

YA HUELO GALICIA

YA HUELO GALICIA

La primera impresión que recibo siempre que llego a esta bendita tierra es el inconfundible olor que despliegan sus entrañas para saludarme. Eterna bienvenida de años llamando a las puertas de mi alma cada vez que cruzo la frontera del Cebreiro, a cuyo templo llegué camino de Santiago, las tres veces que emprendí esa aventura mística con vocación laica.

Olor mentolado a eucalipto centenario para abrir la esperanza de lo venidero, junto a los primeros verdores destilados por El Bierzo, al subir por desfiladeros que despiden el castillo de Villafranca con olvidados pañuelos a las puerta de sus antiguas bodegas, hoy en la noche del olvido, donde tantas veces perdí el equilibrio junto a mi amigo Fidel, notario de la villa.

Y el mar….  Al final siempre termino en el mar. ¿O la mar? ¡Siempre la mar! Para complacerme con el marinero en tierra del puerto.  Olor a mar de costa gallega inconfundible, con aromas singulares a salitre bravío y a despedidas eternas en las bocanas de los puertos.

Olor a mar enloquecido de flotante espuma, al estrellarse contra las rocas, alternado con serenas caricias en anchas playas de Sada, y sobre el festivo templete aldeano de Betanzos, donde puede olerse pan candeal y nostalgia desparramada por sus plazas.

Olor a supervivencia de valientes percebeiros suicidas y encorvadas mariscadoras descalzas. Olor a berberecho hervido y queso de tetilla, en meriendas atardecidas junto a María Pita, siempre bien acompañado.

Olor a redes sudorosas y chubasqueros naufragando en agua marina,  rebelde a los timones y timoneles, cuando despierta del sueño y ocupa espacio en los Cantones, indignados por el abuso de unos pocos y el insulto diario de la justicia distributiva.

Pero, sobre todo, Galicia huele a noble amistad. A sincero abrazo, mano franca y acogida generosa, desconocida en otras latitudes. Un año más aquí he llegado, buscando en esta tierra lo que no es posible encontrar fuera de ella.

He vuelto a Galicia y os dejo su olor en mi bitácora, porque compartirlo con vosotros es la mejor forma de agradecer el afecto que recibo, para  enviárselo a los gallegos que viven fuera de la tierra que los vio nacer, como mi entrañable cooperante Sofía.