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HECHICERÍA EN LA CUEVA

HECHICERÍA EN LA CUEVA

Unknown

Existe en Salamanca un espacio legendario, excomulgado y condenado en otro tiempo, donde la brujería y los sortilegios congregaban bajo la bóveda de la cueva en la iglesia de San Cebrián, a pitonisos, magos, adivinadores, profetas, embaucadores y charlatanes, condenados por la cruz y la espada al destierro y la mazmorra.

Los antiguos colaboradores y visitantes de la Cueva de Salamanca fueron castigados por las autoridades eclesiásticas de la ciudad, pretendiendo evitar que practicaran sus malas artes patrocinadas por el maligno sin conseguirlo, porque quienes acudían al maldito recinto tenían más afición a la nigromancia que temor a la sanción.

En la cueva se reunían estudiantes y ciudadanos con aviesas intenciones invocando al diablo y realizando toda suerte de hechicerías, pues Salamanca era la sede más importante donde se congregaban magos, brujos, hechiceros, astrólogos y nigromantes. A tal punto llegó entonces su expansión y mala influencia, que las autoridades civiles ordenaron cerrar aquel antro para evitar que los estudiantes pudieran seguir los cursos que allí se daban, y aprender pecaminosos saberes.

La Iglesia, por su parte, decretó pena de excomunión contra la hechicería, negando cristiana sepultura a los que promovieran, enseñaran o participaran en acciones demoníacas. Incluso la superstición estuvo considerada como grave pecado mortal.

Los confesores tenían la obligación de preguntar a los pecadores que se acercaban al sacramento penitencial, si habían hecho en algún momento conjuros para poseer mujeres, para evitar enfermedades o para alejar tempestades. También les preguntaban si creían en los encantamientos, sortilegios, agüeros y predicciones de los pretendidos adivinadores y si consultaban a estos o al demonio.

Pero la pena de excomunión no preocupaba a todos por igual ya que se abusó mucho de ella, provocando con tanto exceso que algunos fieles excomulgados no se inquietaran por la pena lo más mínimo, llevando su descrédito con descaro, pues había en la condena más espíritu jurídico que sentido evangélico.

Además, en algunos casos, era bastante fácil conseguir la absolución de la excomunión ya que bastaba para ello con soportar de rodillas una simbólica flagelación sobre el torso desnudo, rezar unos salmos o cumplir la penitencia que impusiera el canónigo de turno.

DIAGNÓSTICO ECLESIAL

DIAGNÓSTICO ECLESIAL

Ha sido recordado por la historia, anunciado por la jerarquía eclesiástica, pregonado por los feligreses y predicado por la clerecía, que la Iglesia católica es redentora de condenados, liberadora de oprimidos y salvadora de pecadores, pero nunca sospechamos que fuera también experta en medicina social, con capacidad para diagnosticar enfermedades sociopolíticas, aunque sean notorios sus milagreos en santuarios marianos.

En opinión de la Conferencia Episcopal Española, la sociedad está enferma, muy enferma, enfermísima, contaminada por una “cultura de la muerte” que la ha llevado al matrimonio homosexual y al aborto. Vaya por Dios, amigos, la decepción que me he llevado al comprobar lo equivocado que estaba, creyendo que la grave enfermedad social que nos afecta, tiene orígenes diferentes a los expuestos por la infalible Iglesia católica.

Creía ingenuamente que la alteración fisiológica de la sociedad era debida a la corrupción generalizada en todos los estamentos sociales, incluida la Iglesia. Pensaba que la dolencia era causa de la injusta distribución de la riqueza, contándose la Iglesia de los pobres entre las Instituciones más ricas del planeta. Consideraba que esto, unido a la pederastia y el quebrantamiento sistemático de votos sacerdotales por parte de los profesionales de la virtud, desacreditaban toda crítica.

Fijaos lo equivocado que estaba, que había llegado a pensar que  las guerras santas y los crímenes contra la Humanidad que iluminaron tantas hogueras inquistoriales, eran la causa de muchos males históricos y el origen de lastimosas secuelas.

También creía yo que el todopoderoso Estado católico que padecimos los de mi generación, amordazados, sin pensamiento divergente ni opinión contraria, tenía mucho que ver con las voces que todavía impone la Iglesia en la sociedad, creyendo que aún estamos en tiempo de dominio y condenas a otras ideologías y creencias religiosas, haciendo que la innombrable laicidad no pase de ser una palabra sin contenido real en nuestra Constitución.