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HIJOS ASILVESTRADOS DE PADRES DESPREOCUPADOS

HIJOS ASILVESTRADOS DE PADRES DESPREOCUPADOS

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Con respeto y delicadeza, invitó el propietario de un bar a un grupo despreocupado de padres a que abandonaran el recinto donde cerveceaban, porque sus asilvestrados hijos molestaban al resto de clientes con sus gritos, disputas, galopadas, llantos y alborotos,

La expulsión del local, provocó el enfado de los papás que se fueron airados y con cajas destempladas, sin comprender lo que entendería cualquier bípedo racional con el mínimo sentido para darse cuenta que la libertad de cada cual no puede sobrepasar la linde del vecino.

Como sufridor de tal circunstancia y testigo de otras parecidas, entre las que se cuentan el atropello con un carro guiado por un niño en el supermercado que casi deja sin tobillo a una señora, o el balonazo que recibió un caballero que estaba sentado en una terraza de verano, propinado por un niño que jugaba al fútbol entre las mesas, me autorizan a dejar en esta página dos reflexiones:

Las normas son expresiones coactivas justificadas por el valor que las sustenta, siendo en este caso la convivencia social el soporte de la norma, primando el cumplimiento de la misma con el razonamiento y la persuasión hasta donde sea posible, tratando de evitar el conductismo para evitar comportamientos socialmente indeseables.

Por otro lado, los irresponsables pequeños vándalos que van atropellando derechos ajenos en lugares públicos no tienen otra culpa que la de ser hijos de sus padres, máximos responsables de la educación moral, cívica, intelectual y social de los hijos, a quienes la ley nada les exige al respecto.

ALUMNOIDES

ALUMNOIDES

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Los primeros pasos del curso escolar dan pie a reflexionar sobre una subespecie de la raza humana, perteneciente sin mérito alguno a la fauna estudiantil, que de nuevo ocupará los pupitres escolares este año, creyéndose con derecho a cuanto se le antoje, aunque nada merezcan estos antojadizos seres.

Me refiero a los alumnoides, ese grupoide deformado de escolares que tanto perturba en los centros escolares a profesores, funcionarios administrativos, conserjes y propios compañeros de pupitre, que pasan por las aulas sin recibir el trato escolar que merecen, por razones que no hacen al caso.

Se habla en exceso de los profesores, menos de los alumnos y casi nada de tal subespecie, que ha proliferado últimamente en las aulas, en muchos casos amparada por los padres de tales animalitos, silenciada por sus compañeros y desconocida para la soiedad, que nada sabe de lo que presume ser experta.

Los alumnoides mantienen actitudes antropoideas heredadas de sus antepasados arbóreos, ocupando un escalón evolutivo inferior a la raza humana que los mantiene en estado salvaje mental, aunque vistan a la moda de los bípedos racionales, hablen su lenguaje, coman en platos de porcelana y se acomoden en pupitres en vez de mantenerse colgados de las ramas arbóreas como correspondería a su estado.

No es que los alumnoides sean vagos – que lo son – gandules de oficio, no. Eso no es lo peor, sino que utilizan su cerebro para buscar fórmulas que perturben la convivenia escolar, alteren el desarrollo de las clases, conculquen la disciplina académica, vulneren derechos de los demás y quebranten las normas impunemente por mandato personal.

Es hora de remangarse y poner en su sitio a esta minoría de alumnoides que cada día van ganando más espacio en los centros educativos, tratando de hacerse con todo el espacio cuando se trata de un pequeño grupo de perturbadores, por notorios que sean sus desmanes y tolerante el sistema que se los permite.

COMIENZO DE CURSO

COMIENZO DE CURSO

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Declaraban ayer unos padres su alegría por el inminente comienzo de curso ya que podrían “empaquetar” a sus hijos y enviarlos a la escuela, quedando ellos descargados de problemas filiales, sin pensar que otros cargarían con ellos, ni agradecimiento alguno a los porteadores de sus dificultades, por parte de quienes quedan liberados de la carga.

A tal ingratitud se añade con frecuencia la incomprensión y críticas al colectivo de profesionales que tiene que soportar a treinta niños y jóvenes tan molestos como esos dos hijos de los felices padres que se hacen insoportables en ocasiones, sin que los maestros puedan quejarse ni poner mala cara ante el grupito de indomables que este año les toque.

No solo deben hacer bien su oficio los profesores, educando e instruyendo a los hijos de los vecinos, sino que tienen que soportar en silencio y por añadidura las impertinencias y faltas de respeto de alumnos y padres, porque en estos tiempos hay papás que se suman a los hijos en sus ataques y críticas a los profesores, sin percibir el error que cometen.

Deseo, pues, a los profesores la mejor de las suertes en el comienzo del nuevo curso, y les pido que tengan la paciencia que muchos padres no tienen con sus hijos, el interés por su oficio para suplir el abandono institucional de la enseñanza, el esfuerzo por seguir dignificando una hermosa profesión tan maltratada socialmente y que mantengan el romanticismo de un oficio que nunca los hará ricos, pero sí felices.

HIJOS VÁNDOLOS DE PADRES ASILVESTRADOS

HIJOS VÁNDOLOS DE PADRES ASILVESTRADOS

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“¿Quiénes son los padres de esos niños?”, preguntaba con evidente mal humor el dueño de un restaurante, viendo correr, golpear y gritar a tres niños entre las mesas del restaurante, ante el creciente malestar de todos los comensales que ocupaban el salón, salvando los dos matrimonios responsables de las molestias que las inocentes criaturas estaban causando a todos los presentes, ante la pasividad de los irrespetuosos y asilvestrados progenitores.

No son culpables los niños de la mala educación de sus padres, ni responsables de la falta de responsabilidad exhibida por quienes los trajeron a un mundo civilizado, a muchas leguas de la selva amazónica donde el comportamiento de los animales es un ejemplo de respeto social para ciertos niños sin desbravar.

La situación de chillidos, galopadas, disputas, riñas, ajetreos, rabietas, llantos, berrinches y alborotos de ciertos niños, – no de todos, claro, porque hay padres normales -, va más allá de bares y restaurantes, es una epidemia que se expande a supermercados, exposiciones de arte, trenes, oficinas públicas, salas de espera, autobuses urbanos y cualquier espacio público donde los despreocupados padres sueltan a sus cachorros, creyendo que el resto de vecinos tienen la obligación de soportar las molestias de sus ineducados hijos para vida social, donde el respeto a los demás es el primer mandamiento de la convivencia.

Como sufridor de la circunstancia descrita en el primer párrafo y testigo de otras parecidas, entre las que se cuentan el atropello con un carro guiado por un niño en el supermercado que dejó sin tobillo a una señora, o el balonazo que recibió un caballero que estaba sentado en una terraza de verano, propinado por un niño que jugaba al fútbol en la plaza, no voy a caer en la tentación de hacer juicio de valor global, porque hay niños bien socializados por sus padres, aunque los vándalos sean más notorios, evidenciando su procedencia de padres asilvestrados.

Seamos, pues, comprensivos y tolerantes con esos bárbaros porque ya tienen bastante castigo con soportar los ineducados padres que tienen, responsables de la irresponsabilidad y mala educación de sus descendientes, por su negligencia en la tarea de educar sin agredir, adiestrar sin domar y dirigir sin violencia, para que sus hijos adquieran la formación moral, intelectual y social, favorecedora de un mundo más respetuoso con los vecinos.

EL «OFICIO» DE SER PADRES

EL «OFICIO» DE SER PADRES

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En vísperas de Reyes Magos, cuando hacen de monarcas conseguidores los padres de las criaturas que sueñan el milagro de la magia, es buen momento para reflexionar sobre el oficio más antiguo de la Humanidad, aunque algunos pretendan conceder esta primacía a las mujeres de vida fácil, usurpando el privilegiado lugar a los padres, merecedores de tal honor por derecho propio.

No hay «oficio» más difícil, sacrificado y en ocasiones desagradecido, como la de ser padres. Ingrato, porque no siempre llaman a su puerta los beneficiarios para dejar una limosna de gratitud; difícil, porque los padres desconocen a veces la ruta a seguir para abrir sendero a los hijos; y sacrificado, porque no admite descanso, se trabaja a jornada completa de veinticinco horas diarias, se paga la vida como salario y no hay jubilación posible.

La paternidad y maternidad son estados que corresponden a padres y madres, compartiendo tareas sin desmayo con inagotable entrega a los hijos, perenne quehacer diario, dedicación incondicional, generosidad ilimitada, paciencia infinita y tolerancia beatífica, sin esperar a cambio más que besos y sonrisas de los favorecidos por tanta abnegación, sacrificio, renuncia, sudores y dolores.

Los padres engendran vidas que no les pertenecen, protegen aves que volarán lejos algún día a su propio nido, orientan el rumbo de náufragos hasta que ellos adquieren pericia para viajar por la vida, ejemplarizan con la esperanza de que sus actitudes perduren y entregan a los hijos cuanto les pertenece, incluido aquello que no tienen.

En compensación, los padres son el primer blanco de la ojeriza infanto-juvenil de sus hijos, porque representan la fuerza opresora más inmediata y cercana, que impide a los principitos hacer aquello que les gustaría hacer y no deben hacer, obligándoles los padres a hacer lo que de ninguna forma harían si no fueran obligados a hacerlo.

El legítimo deseo de los padres y su mayor aspiración es ver crecer a los hijos sanos y felices, hacerse hombres y mujeres en libertad, trabajar en aquello que les satisface, tener una pareja que los complemente y formar un nuevo hogar, algo que contradice su aspiración  de que los hijos permanezcan siempre junto a ellos.

DE LA EXPERIENCIA A LA EMPATÍA

DE LA EXPERIENCIA A LA EMPATÍA

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No siempre son escuchados, atendidos y secundados los consejos que padres, profesores, parientes y vecinos dan a los jóvenes, porque estos solo gustan de experiencias propias, más allá de los riesgos, peligros e incertidumbres que acompañan las novedades inesperadas que acechan a quienes van con prisa hacia la vida adulta.

Tampoco es fácil empatizar con problemas ajenos sin tener experiencia de ellos, ni es probable comprender situaciones personales de otros, no vividas en carne propia, porque la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro se consigue cuando ambos viven situaciones idénticas.

La inexperiencia de sensaciones, dolores, desgracias, temores y enfermedades sufridas por otras personas, hace imposible la fusión anímica de uno mismo con la realidad ajena por mucho empeño que se ponga, como le sucede al creyente con el descreído; al liberado con el dependiente; o al maridado con la viuda, por citar unos ejemplos.

La imposibilidad de compartir el dolor físico y el sufrimiento moral hace inviable la absoluta empatía del observador con la persona dolida, de la misma forma que no se alcanza a empatizar plenamente con la angustia de un enfermo terminal o con quien pasa la última noche en una celda del corredor de la muerte.

¿Cómo emparejar con la impotencia de las personas dependientes? ¿Cómo sentir el estremecimiento de la mujer embarazada con un hijo deficiente en su vientre? ¿Cómo percibir el miedo de un soldado acorralado por el enemigo? ¿Cómo entender el pensamiento de un suicida fundamentalista?

Imposible sentir el horror de quien contempla el cuerpo de un amigo destrozado por la metralla, ni el miedo apretado en el pecho antes de un combate cuerpo a cuerpo, ni el pánico de las llamas que se acercan amenazantes, ni el olor nauseabundo de cadáveres descompuestos esparcidos por las calles.

ADOLESCENCIA

ADOLESCENCIA

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Un buen amigo me expresaba ayer su malestar con las actitudes mantenidas por su  adolescente hijo, en paso vacilante por la turbulenta “edad del pavo”, donde toman cuerpo ritos iniciáticos que sorprenden y desconciertan al aspirante que pretende seguir un atajo para hacerse hombre, sin percibir que es tarea larga, difícil y dolorosa.

Es la adolescencia un puente colgante, inestable y resbaladizo entre dos orillas de obligado tránsito, donde se balancean y tiemblan almas esperanzadas de futuro, pero inseguras, sin asidero y a merced de agitaciones internas, vientos inesperados, turbulencias vitales y tempestades anímicas.

Cobran fuerza en la adolescencia pasiones triviales y sueños prefabricados que se cuelan de rondón en la voluntad del púber, para hacerse incombustible deseo en forma de modas, ordenadores, motos, decibelios musicales y pandilla, acompañando las primeras caricias furtivas, los iniciáticos desequilibrios etílicos y la sobrevaloración del grupo.

Encerrados en desmedida soberbia, desdeñosos a los consejos, rebeldes a toda imposición y doloridos por incomprensiones incomprendidas, muestran su altanería con andares cachazudos, respuestas extemporáneas, posturas arrogantes, sobrado menosprecio y provocaciones a los adultos que más detestan, representados por padres y profesores, que les imponen disciplina familiar y académica.

Deslumbrados por el descubrimiento de su cuerpo, pretenden evitar el primer acné y las espinillas adolescentes, ignorando que el éxito y el fracaso en la vida futura se desliza en la adolescencia sobre el filo de una navaja, sin que pubescente perciba que gran parte del adulto que será, cuajará en el arcilloso molde de su adolescencia.

Hablan, opinan, juzgan, califican sin recato, critican con osadía y se mueven entre la audacia de luchar por ser adultos y el temor de llegar a serlo, sin encontrar la comprensión que esperan en los adultos porque estos han perdido la memoria de sus años adolescentes.