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ANESTESIADOS, ABURRIDOS Y CANSADOS

ANESTESIADOS, ABURRIDOS Y CANSADOS

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Tras el debate sobre el Estado de la Nación, donde el escenario, los protagonistas y los discursos han sido los de siempre, con un gobierno exhibiendo éxitos y la oposición denunciando fracasos, los ciudadanos hemos quedado anestesiados, aburridos, cansados y en silencio, pensando más en el fracaso de Tiananmen y los muertos en la plaza mexicana de las Tres Culturas, que en la victoria del mayo francés.

Olvidamos que en España gana el que resiste, demostrando el Gobierno tener mayor resistencia que los gobernados, incapaces de seguir el ejemplo de los estudiantes que tomaron las calles parisinas en 1968 exigiendo derechos que pretendían usurparles los mandamases desde los despachos oficiales, en plena crisis económica de los sesenta.

Hemos pasado de la indignación, la protesta y la lucha inicial que nos mantenía unidos y despiertos, al adormecimiento de la anestesia que nos inmoviliza, al aburrimiento que nos deprime el ánimo y al cansancio que nos retiene en el sillón de la frustración, alejando de nosotros toda posibilidad de redención.

Anestesiados estamos con la morfina oral de los discursos; aburridos de escuchar los mismos sonsonetes; cansados de peregrinar por el desierto; resignados a sobrevivir en medio de la crisis provocada por quienes no la están sufriendo; hartos de soportar abusos injustificados, impunes estafas, viciosas mentiras, caprichos injustificados y gratuitos quebrantos que nos dejan abandonados al pairo del poder político usurpador de urnas, a las que fuimos engañados con promesas de actuación contrarias a los hechos.

Anestesiados estamos con politicaína inhabilitante de toda respuesta a estímulos ofensivos contra la prepotencia gubernamental, las provocaciones insultantes y los engaños institucionales.

Aburridos estamos de discursos vacíos de contenido, palabras huecas, explicaciones incomprensibles y justificaciones inaceptables del «sin papeles» para mantenerse a la cabecera de una oposición que demanda urgente relevo.

Cansados estamos de ver las mismas caras, oír idénticos argumentos y sufrir descarados insultos al común sentido de los mortales por parte de «hunos» y «hotros», mientras todos ellos mantienen intactos su salario y privilegios.

Pero no estamos dispuestos a esperar en el andén de la vida la llegada del ángel exterminador que nos pique el billete para el gran viaje, sin liquidar antes a los revisores del tren que controlan la vida de los viajeros.

SECRETOS OFICIALES

SECRETOS OFICIALES

Ignoro si algunas de las cosas que ocurren en España, también suceden en todos los países, pero no me gustaría que así fuera porque se pasa mal cuando uno se entera de ciertos hechos acontecidos en el pasado, de los que no se tuvo noticia cuando sucedieron.

Me refiero al secretismo con que se tratan algunos asuntos que a todos nos afectan, como suele ocurrir en el ámbito de lo que se ha dado en llamar “cosa pública”. Los políticos tienen entre manos tantos secretos oficiales que crearon entre ellos una comisión para que se ocupe del tema, a partir de aquellas raras historias que sucedieron con los fondos de reptiles, también llamados fondos reservados.

¿Será cierto que la política tiene alcantarillas por donde discurre la mierda que alimenta a los roedores que en ellas viven? Porque, vamos a ver si alguien puede aclararnos las ideas. ¿Qué cosas hacen, dicen, negocian, pactan, compran o venden los políticos que no podamos saber los ciudadanos? ¿Es tan grave lo que sucede en esas alcantarillas políticas como para que el pueblo no pueda bajar a ellas por temor a ser mordido por alguna rata de esas que merodean en torno a las mesas de negociación?

Yo creo que la política de ocultación de hechos se relaciona más con los beneficios personales, que con el interés general. Tanto secretismo me habla más de un falso proteccionismo paternalista para ocultarnos la verdad, que del respeto que los ciudadanos merecemos a nuestra madurez. Hay personas, amigos, que se mantienen en sus puestos a fuerza de guardar secretos, porque saben que quien tiene información sobre la mierda que cubre a los poderosos, puede llegar a tener tanto poder como ellos.

Para mí que esto de los secretos oficiales tiene más que ver con la autocracia que con la democracia. Sí, porque lo más característico de la oligarquía no es la violencia, como piensan algunos, sino el secreto. Cuando en una democracia se empiezan a hacer las cosas a cencerro tapado, comienza a esparcirse por el ambiente el tufo de las cloacas y los ciudadanos salen huyendo del nauseabundo olor que destilan las fosas sépticas donde se recogen los muertos anónimos, la compraventa de armas, los traslados ilegales de presos, los crímenes de Estado, la oscura distribución del erario público y otras corruptelas que los políticos pretenden ocultar tras el tupido velo de la complicidad que comparten disfrazada de secretos oficiales, pues no quedan bonzos en la vida pública.

La democracia es, sobre todo: luz, taquígrafos y publicidad. Un pueblo maduro como el nuestro tiene que opinar sobre lo que deben hacer sus dirigentes; ha de estar informado sobre las acciones que realizan; y no necesita ninguna tutela real para gobernarse, ni poderes moderadores de ficticias tensiones que sólo existen en la mente de los beneficiados palaciegos, ignorantes de la historia de nuestra España. Es necesario encender la hoguera para quemar en ella leyendas y cuentos infantiles con los que nos han dormido desde que recuperamos la democracia.

No estoy pidiendo a los pintores de escenarios políticos clandestinos que hagan cuadros para los ciudadanos ciegos; ni a los que dirigen la orquesta en los procesos negociadores, que compongan música para quienes están sordos; ni a los que redactan los informes, que escriban cartas a los analfabetos. Pido, simplemente, que se respete la inteligencia de los ciudadanos. Que retiren los políticos de sus despachos las fotos que tienen de os vecinos con los patucos puestos y el chupete entre los labios.

Aunque nos den las peores noticias que cabe esperar, es mejor saber lo que está ocurriendo a ignorar cuanto sucede. Es mejor equivocarnos juntos de ruta, que ignorar donde nos llevan, aunque pretendan conducirnos al más poético parnaso.