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Etiqueta: niños

COMIENZO DE CURSO

COMIENZO DE CURSO

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Declaraban ayer unos padres su alegría por el inminente comienzo de curso ya que podrían “empaquetar” a sus hijos y enviarlos a la escuela, quedando ellos descargados de problemas filiales, sin pensar que otros cargarían con ellos, ni agradecimiento alguno a los porteadores de sus dificultades, por parte de quienes quedan liberados de la carga.

A tal ingratitud se añade con frecuencia la incomprensión y críticas al colectivo de profesionales que tiene que soportar a treinta niños y jóvenes tan molestos como esos dos hijos de los felices padres que se hacen insoportables en ocasiones, sin que los maestros puedan quejarse ni poner mala cara ante el grupito de indomables que este año les toque.

No solo deben hacer bien su oficio los profesores, educando e instruyendo a los hijos de los vecinos, sino que tienen que soportar en silencio y por añadidura las impertinencias y faltas de respeto de alumnos y padres, porque en estos tiempos hay papás que se suman a los hijos en sus ataques y críticas a los profesores, sin percibir el error que cometen.

Deseo, pues, a los profesores la mejor de las suertes en el comienzo del nuevo curso, y les pido que tengan la paciencia que muchos padres no tienen con sus hijos, el interés por su oficio para suplir el abandono institucional de la enseñanza, el esfuerzo por seguir dignificando una hermosa profesión tan maltratada socialmente y que mantengan el romanticismo de un oficio que nunca los hará ricos, pero sí felices.

HIJOS VÁNDOLOS DE PADRES ASILVESTRADOS

HIJOS VÁNDOLOS DE PADRES ASILVESTRADOS

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“¿Quiénes son los padres de esos niños?”, preguntaba con evidente mal humor el dueño de un restaurante, viendo correr, golpear y gritar a tres niños entre las mesas del restaurante, ante el creciente malestar de todos los comensales que ocupaban el salón, salvando los dos matrimonios responsables de las molestias que las inocentes criaturas estaban causando a todos los presentes, ante la pasividad de los irrespetuosos y asilvestrados progenitores.

No son culpables los niños de la mala educación de sus padres, ni responsables de la falta de responsabilidad exhibida por quienes los trajeron a un mundo civilizado, a muchas leguas de la selva amazónica donde el comportamiento de los animales es un ejemplo de respeto social para ciertos niños sin desbravar.

La situación de chillidos, galopadas, disputas, riñas, ajetreos, rabietas, llantos, berrinches y alborotos de ciertos niños, – no de todos, claro, porque hay padres normales -, va más allá de bares y restaurantes, es una epidemia que se expande a supermercados, exposiciones de arte, trenes, oficinas públicas, salas de espera, autobuses urbanos y cualquier espacio público donde los despreocupados padres sueltan a sus cachorros, creyendo que el resto de vecinos tienen la obligación de soportar las molestias de sus ineducados hijos para vida social, donde el respeto a los demás es el primer mandamiento de la convivencia.

Como sufridor de la circunstancia descrita en el primer párrafo y testigo de otras parecidas, entre las que se cuentan el atropello con un carro guiado por un niño en el supermercado que dejó sin tobillo a una señora, o el balonazo que recibió un caballero que estaba sentado en una terraza de verano, propinado por un niño que jugaba al fútbol en la plaza, no voy a caer en la tentación de hacer juicio de valor global, porque hay niños bien socializados por sus padres, aunque los vándalos sean más notorios, evidenciando su procedencia de padres asilvestrados.

Seamos, pues, comprensivos y tolerantes con esos bárbaros porque ya tienen bastante castigo con soportar los ineducados padres que tienen, responsables de la irresponsabilidad y mala educación de sus descendientes, por su negligencia en la tarea de educar sin agredir, adiestrar sin domar y dirigir sin violencia, para que sus hijos adquieran la formación moral, intelectual y social, favorecedora de un mundo más respetuoso con los vecinos.

INFANTILES INFANTES

INFANTILES INFANTES

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Al titular con el nombre de infantes el artículo de hoy, no me refiero a los hijos de reyes sin condición principesca, ni a los soldados de infantería, sino a los pequeñuelos que corretean por la casa y descomponen lo que tocan, al tiempo que dibujan sonrisas en las caras de sus padres, conmueven el corazón de quienes contemplan su sueño y se emocionan con sus relatos.

Hablo de esos alocados enanos en flor, pendientes de hacerse fruto en pocos años, que llevan vidas paralelas a las de los adultos, con sus alegrías propias, sus tristezas, sus proyectos y sus preocupaciones, tan distantes de quienes tenemos la obligación de tomar decisiones sobre tales pequeñuelos, siempre necesitados de protección, manos cálidas, caricias oportunas y tutelas duraderas.

Pero la fatalidad del inevitable del crecimiento, exigirá a los actuales niños romper la dependencia externa para alcanzar la mayoría, en esa etapa inestable, liviana, irresponsable y feliz de la vida, cuando la muerte pasa desapercibida, la vulnerabilidad no existe y la buenaventura se antoja capricho eterno, ignorando la inabarcable indefensión que les acecha.

Tienen, a cambio, el duelo de la obediencia y la resignación inconsciente del sometimiento a doctrinas impuestas por la tradición de quienes le precedieron, sin darle posibilidad de optar por alternativas que desconocen, cumplir su voluntad y ejercer la libertad de opción, estando obligados a escribir en soledad las páginas en blanco de la vida adulta que les espera.

DERECHOS DE LOS NIÑOS

DERECHOS DE LOS NIÑOS

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Mientras algunos celebran hoy el aniversario de la muerte de Franco y otros lloran la desaparición del general, muchos de nosotros miramos para los peques con intención de festejar con ellos el día universal de sus derechos, desde que el 20 de noviembre de 1989 se acordaron en la Convención sobre los Derechos del Niño y fueron aprobados posteriormente por la Asamblea General de las Naciones Unidas y ratificados por doscientos países.

El colectivo social más vulnerable, quedó así protegido legalmente de quienes discriminaban a los niños, despreciaban sus intereses, limitaban la supervivencia, olvidaban su desarrollo y despreciaban las opiniones de los infantes en cuestiones que les afectaban.

Es un buen día para recordar que tienen los niños el derecho a nacer y vivir libremente con dignidad, a disfrutar plenamente de juegos educativos, a tener nombre, nacionalidad y más derechos, sin discriminación por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión, origen, posición económica o cualquier otra condición.

Tienen derecho los niños a vivir en una casa digna, recibir la alimentación, ser atendidos y protegida su salud con beneficios sanitarios antes de nacer, al nacer y después de haber nacido, así como a criarse en un ambiente familiar y social de afecto y seguridad, donde prime el amor y la comprensión.

Tienen derecho los niños a ser protegidos contra toda forma de abandono, compraventa, crueldad y explotación, no pudiendo trabajar antes de una edad mínima adecuada, ni dedicarse a ocupación o empleo alguno que pueda perjudicar su salud o educación o impedir su desarrollo físico, mental o moral.

Tienen derecho los niños a recibir educación gratuita y obligatoria, en igualdad de oportunidades, que les permita desarrollar su sentido de responsabilidad moral y social, así como recibir información adecuada y formación conveniente, que promueva el respeto, la paz y la convivencia social

Tienen, finalmente, derecho los niños a vivir en armonía, a estar protegidos contra toda discriminación, y ser aleccionados para la comprensión, tolerancia, amistad y solidaridad, para que consagre sus energías, esfuerzos, afanes y aptitudes al servicio de los demás.

INDEFENSIÓN INFANTIL

INDEFENSIÓN INFANTIL

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El poder que tiene la sonrisa de los niños para alejar la tristeza de quienes le rodean, unido a la fortaleza que les asiste para levantar el mundo con una mano, contrasta con la fragilidad de su vida, dependiente de la protección que le otorgan quienes viven por ellos y reviven la infancia que tuvieron, alentados por los recuerdos que los niños les inspiran.

Estos débiles seres humanos se sienten inmortales junto a las personas que les han dado la vida. Se consideran inmunes a posibles quebrantos. Y parecen invulnerables frente a toda desgracia, ignorando la enorme indefensión que tienen ante el más leve soplo de viento infortunado o el simple roce de un pétalo de rosa que caiga sobre ellos.

La soledad interior del niño será su única compañía en el momento de escribir la primera en blanco de su diario, por mucho que se le lleve la mano por los renglones y se hagan propuestas para sustituirle en el incierto camino que debe recorrer desde la cuna a la tumba, hasta hacer realidad la esperanza que podrá llegar a ser en la vida.

Porque cuentan los niños con el gran poder que les confiere la ignorancia de saber que la muerte espera pacientemente su llamada y que todo lo realizado y atesorado en la vida será esfuerzo inútil, porque no hay redención posible de la vida, por mucho que se empeñen los libros sagrados en lo contrario.

¿ NIÑOS NO ?

¿ NIÑOS NO ?

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El Art.50.1 del Real Decreto 2816/82, de 27 de agosto de 1982, por el que se aprueba el Reglamento General de Policía de Espectáculos Públicos y Actividades Recreativas, establece que la empresa propietaria de un establecimiento lúdico “asume, frente a la Autoridad y al público, las responsabilidades y obligaciones inherentes a la organización, celebración y desarrollo” de las actividades realizadas en él. Es decir, que las personas físicas o jurídicas, entidades, sociedades, clubs o asociaciones son responsables – por imprudencia o negligencia – de lo que ocurra en el interior de los locales que regentan.

Esta circunstancia obliga a comprender que los propietarios limiten la entrada en sus recintos a determinadas personas, amparados en dicha ley y en la sentencia del Tribunal Supremo de 16 de febrero de 1993, firmada por el señor Bacigalupo con palabras incuestionables: “El dueño de un local no está obligado a tolerar la entrada de personas que, por las razones que sean, pueden generar conflictos que puedan afectar a otros clientes del bar o al propietario mismo”.

Falta añadir que la empresa no puede ejercer ese derecho colgando simplemente en sus paredes un rótulo anunciando “Reservado el derecho de admisión”, como hacen la mayoría de propietarios. El Art.59.1.e) del mencionado RD establece que: «El público no podrá, entrar en el recinto o local sin cumplir los requisitos a los que la Empresa tuviese condicionado el derecho de admisión, a través de su publicidad o mediante carteles, bien visibles, colocados en los lugares de acceso, haciendo constar claramente tales requisitos».

O sea, que si el propietario publicita adecuadamente los requisitos a cumplir por los clientes para entrar en su local, – siempre que no discriminen arbitrariamente -, tiene derecho a prohibir la entrada en el mismo quienes incumplan los requisitos, sin vulnerarse con ello el principio de igualdad.

Llegados a este punto, los lectores se preguntarán a qué viene un preámbulo explicativo tan extenso. Pues bien, tiene su origen en la decisión tomada por la dueña de un céntrico restaurante bilbaíno de prohibir la entrada en el mismo a los niños, advirtiendo en la entrada lo siguiente: «Reservado el derecho de admisión a quien con su comportamiento incívico cause molestias a otros usuarios, y también a los menores de edad, acudan solos o acompañados«.

Al parecer, la prohibición se debe a los chillidos, galopadas, disputas, riñas, ajetreos, rabietas, llantos, berrinches y alborotos de los niños, que causaban molestias a los comensales. Como sufridor de esta circunstancia y testigo de otras parecidas, entre las que se cuentan el atropello con un carro guiado por un niño en el supermercado que casi deja sin tobillo a una señora, o el balonazo que recibió un caballero que estaba sentado en una terraza de verano, propinado por un niño que jugaba al fútbol entre las mesas, me autorizan dejar en esta página dos reflexiones.

Nunca he sido partidario de prohibiciones y castigos colectivos provocados por un grupete de vándalos, y tampoco voy a serlo en este caso. A la propietaria del restaurante le bastaría
con reservarse el derecho de admitir “a quien con su comportamiento incívico cause molestias a otros usuarios”, sin excluir a todos los infantes porque hay niños bien educados por sus padres, aptos para acudir a restaurantes y vivir en sociedad, que no merecen esa prohibición.

Por otro lado, hay niños que no tiene culpa alguna de tener los padres que tienen, siendo estos los merecedores de tal prohibición, y no las irresponsables criaturas, maleducadas por sus progenitores, máximos responsables de la educación moral, intelectual y social de los hijos.