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AMOS DEL MUNDO

AMOS DEL MUNDO

Cada palmo de tierra perdido en el campo tiene un propietario, pero la Tierra pertenece a unos cuantos amos del mundo, desde que los mercados y las empresas se extendieron hasta alcanzar una dimensión universal más allá de las fronteras nacionales, con transformaciones económicas globales, fruto de un capitalismo feroz amparado en las democracias liberales, una vez que cayó el comunismo occidental y se dio por concluida la guerra fría.

En poco tiempo, quedaron subsumidas las economías locales en grandes multinacionales, liberándose una circulación de capitales favorecedora de la enfermiza sociedad de consumo que padecemos, gobernada por transacciones financieras, cuentas corrientes y depósitos bancarios en manos de unos pocos privilegiados, que se reúnen periódicamente para mejorar la forma de engordar sus nutridas huchas con el sudor de la gran mayoría silenciosa, admiradora de los responsables de su tragedia.

La nota más característica de este mundo económicamente globalizado no es el beneficio común, sino la desigualdad y el retorno al siglo XVIII, en medio de un sectarismo que fracciona a los humanos en dos partes excesivamente desequilibradas, debido a la salvaje especulación de un mercado carente de solidaridad, en el que pueden quitarse caramelos a los huérfanos sin mover una pestaña, ni sentir remordimiento alguno.

Urge un rearme ético y la unión solidaria de los pueblos para frenar los beneficios y la especulación, derivada de una ambición desmedida y desvergonzada, porque de no hacerlo seremos devorados irremediablemente por el grupo de codiciosos que realmente gobierna el planeta, aunque a los demás nos dejen jugar con las urnas electorales en irreales democracias occidentales.

Y no soy yo quien esto dice, sino el profesor suizo Jean Ziegler desde su prestigiosa vicepresidencia del Consejo Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.

MILLONARIOS A COSTA DEL HAMBRE

MILLONARIOS A COSTA DEL HAMBRE

El ser humano cumple una pauta hereditaria de comportamiento, común a toda la especie, que le impulsa instintivamente a sobrevivir. Algo así como un eco ancestral irrenunciable que domina su voluntad, obligándole a satisfacerlo para mantener la vida.

Así es la supervivencia, cuyo timbre de alarma lo da el hambre avisando de la necesidad y exigiéndonos buscar alimento para saciarla, en lugares donde éste se encuentra. Circunstancia aprovechada por los aprovechados para hacerse millonarios a costa del hambre de los demás.

Y no hablo de los 925 millones de personas que no tienen nada que comer y van suplicando mendrugos de pan por las esquinas, buscando restos de comida en los contenedores, arañando raíces en la tierra o hacinándose famélicos en los campos de refugiados.

Me refiero a quienes dependemos de las 500 sociedades multinacionales que controlan el 52,8% del producto mundial bruto, que han visto incrementadas sus arcas intermediando con productos alimenticios básicos, las cuales han aumentado un 30% sus beneficios en el segundo semestre del pasado año, gracias a la especulación de sus empresas, a las cuales no ha llegado la crisis.

Multiplicación de ganancias a costa del hambre de los demás, como lo demuestra el aumento de transacciones especulativas con productos de alimentación básica, cuyo aumento entre los años 2002 y 2008, fue del 500%, inferior al incremento que tiene en la actualidad, en este mundo globalizado.

Todo ello, gracias al dominio de las políticas neoliberales que dirigen el mundo occidental, donde la solidaridad y la ética se han retirado de la escena, y los derechos sociales apenas ocupan un renglón en los libros de contabilidad.