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ANCIANOS

ANCIANOS

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A la ancianidad llegaremos todos los que estamos a la puerta y los que vienen de camino hacia nosotros, si antes no pagamos con la vida la posibilidad de arribar a ese espacio despojado, en el que la vida ha dado de sí todo lo impredecible en la juventud y la aventura de la existencia se hace cada vez más ciertamente profética.

La sociedad camina ruidosa y despreocupada por la vida, arrinconando a quienes hicieron posible que llegáramos donde ahora estamos, agrupando en la sala de espera de la estación terminal a los ancianos que esperan su turno para coger el tren a la eternidad, con el billete en la mano, la resignación en el alma, sin equipaje y con los bolsillos vacíos.

Piden los ancianos ligereza a la muerte, pero se aferran con sus escasas fuerzas a la vida porque han adquirido la dulce costumbre de vivir a pesar del abandono, desvalimiento y olvido que acompaña la soledad, el desamparo y la decepción con que recorren los últimos pasos antes de que caiga el telón, mientras censuran al guionista por descubrirles tarde y a destiempo que “envejecer y morir es el único argumento de la obra”.

El vértigo que ciega este mundo, impide recordar que todas las culturas se dejaron llevar por la sabiduría de los ancianos, atendiendo sus consejos, aprovechando su experiencia y respetando sus palabras, conscientes que portaban una erudición imposible de encontrar en las páginas de los libros.

Dejemos, pues, hacer a los ancianos lo que nadie puede hacer por ellos. Recuperémoslos de los sótanos donde están confinados. Beneficiémonos de su sabiduría. Aprovechémonos de su experiencia. Amémoslos y desterremos la gerontofobia dominante, si queremos conquistar el futuro.

SUSAN FLESCHE

SUSAN FLESCHE

Unknown

Ahora, que muchos magnates, especuladores y dirigentes políticos americanos se oponen a la reforma sanitaria de Obama, conviene recordar a la primera mujer india que obtuvo el doctorado en Medicina en los Estados Unidos con veinticinco años de edad, convirtiéndose en la médica de los indígenas de su tribu omaha, que sobrevivían confinados en una mísera reserva de Nebraska.

Trabajó sola, sin descanso y gratuitamente, por la salud de los miembros de su tribu, de día y de noche, sábados y domingos, en verano y en invierno, sin otro aliciente que curar enfermos, consolando a los incurables, haciendo reír a los niños y ayudando a morir a los agonizantes.

Todo ello combinando sabiamente la medicina aprendida en las aulas universitarias de la Facultad de Medicina de Pensilvania, con las recetas aprendidas de sus abuelos, que utilizaba para aliviar dolores y hacer más larga y feliz la vida de quienes le rodeaban, en el hospital que fundó en Walthill, el primero en una reserva india financiado con fondos privados, dos años antes de morir.

DERECHO A MORIR

DERECHO A MORIR

Unknown

Traslado a esta bitácora lo que dije a un amigo el otro día, durante el debate que mantuvimos sobre la eutanasia, para no esconder mi opinión a los lectores de este blog sobre un tema tan real como inquietante, y doloroso como inevitable.

No coincide la eutanasia con la asistencia a un suicidio compasivo o la sedación paliativa a enfermos irreversibles en las puertas del gran viaje, siendo una acción u omisión que acelera la muerte de los enfermos desahuciados para evitarles sufrimientos adicionales, con su permiso y solicitud, o el otorgamiento de familiares, cuando el paciente ha dejado de ser quien era.

La Organización Mundial de la Salud añade al debate un punto esencial, exigiendo que los pacientes terminales hayan expresado “el deseo competente y libre de ser asesinados”. Algo que ya distingue la eutanasia de las otras formas, estableciendo así el derecho de las personas a morir, al considerar que no se puede obligar a vivir en contra de la voluntad del afectado, pero tampoco obligarle a morir sin su consentimiento, como sucede en la pena de muerte.

Esto nos lleva a condenar la pena de muerte, pero también a rechazar de la pena de vida a las personas que expresen libre y conscientemente su voluntad de ser ayudados a dejar este mundo sin dolor y cuanto antes.

Conclusiones hay que lo explican porque nada reporta continuar sufriendo unos días más cuando ya el revisor del tren de la vida nos ha picado el billete para el eterno viaje, porque si el dolor no lleva a curación alguna, es inútil prolongarlo, algo que no cuestiona la sagrada misión del médico por salvar la vida del enfermo, cuando ésta es insalvable.

MORIR CURADO

MORIR CURADO

Durante 2.500 años, los médicos pretendieron curar neumonías, melancolías, reumatismos, apoplejías, roturas óseas, neurosis y hasta los dolores de cabeza, sangrando a los pacientes a tajazo limpio o con sanguijuelas, para librar los cuerpos enfermos de la mala sangre.

Es obvio que las sangrías no conseguían otra cosa que debilitar a los pacientes hasta acabar con su vida en muchos casos, convirtiéndose así en la peor peste, aunque los médicos que las aplicaban mostraran su satisfacción afirmando que los enfermos morían curados. Esto explica los millones de sanguijuelas vivas que compraban todos los países cada año.

Hoy las sangrías no tiñen de rojo los hospitales, ni los sangradores llevan bata blanca. Hoy las sanguijuelas tienen forma humana y ocupan despachos protegidos por leyes que les benefician. Hoy las sangrías expelen fluidos incoloros con amargo sabor a lágrima.

Hoy los sangradores lucen trajes de alpaca y almas de trileros mientras nos sangran, afirmando que nos están curando, aunque sepan que moriremos desangrados a causa de la disentería política, la hidropesia parlamentaria, la dispepsia bancaria, la hipocresía religiosa, el mamostesio institucional y la estafaresia corruptiva, sin que ellos se apliquen una lavativa para facilitar la salida de la mierda moral que llevan dentro.