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SISSABEL Y LETIZIA

SISSABEL Y LETIZIA

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El 24 de abril de 1854 se produjo la idílica boda de la joven de dieciséis años Elisabetta von Wittelabach, duquesa de Baviera, con el emperador austriaco Francisco José I, para convertirse la niña en la emperatriz cinematográfica Sissi, obligándonos a poner blanco sobre negro, porque nada tuvo que ver la realidad con el amoroso romanticismo peliculero que se ha difundido.

La chiquilla no lo pasó nada bien en la corte austriaca por el rígido protocolo exigido en las ceremonias palaciegas, teniendo que sufrir además la permanente intromisión de su suegra en su vida social, familiar y personal, reprimiendo sus díscolas actitudes y manteniendo a raya sus desmanes.

Esto trae e la memoria la espontaneidad demostrada por Letizia el día de su petición de mano y aquel famoso “Déjame terminar”, dirigido al príncipe Felipe, con anillo de oro blanco en el dedo, que obligó a intervenir no se sabe a quién, para meter en cintura a la periodista.

Tarea que debió cumplir bien el instructor, porque la señorita pasó de la regañina al heredero, a un espacio que nunca hubiera ocupado sin el principado y la corona, llegando incluso a descubrir la fe política principesca al conocer a Felipe y guardar en el desván de su corazón la bandera tricolor.

La emperatriz Sissabel no estaba hecha para las desventajas de la corte, ni soportaba las rígidas normas cortesanas, porque la condición de ser mona, simpática, decidida e independiente, no incluía la de estar callada con la pata quebrada y cosiendo puñetas en la corte.

También la periodista Letizia era republicana, mandona, perfeccionista y expresiva hasta que dejó de serlo. Pero mantiene la delgadez y obsesión por la apariencia, continuando en palacio con su negativa a comer alimentos que puedan deformar la estilizada figura que sostiene sobre sus altos tacones.

No fue Sissabel emperatriz de cuento de hadas, sino ejemplo de rebeldía y preocupación por la belleza física que la hizo bulímica y anoréxica, soberbia, mandona y caprichosa, con tiempo para visitar asilos de pobres con peinados de coste elevado, que la obligaba a pagar el más alto sueldo de la servidumbre, a su peluquera.

Pero Francisco y Felipe se casaron por amor y no por obligación, deber patrio o intereses, como lo hicieron sus padres. Tal vez por eso, el descontento rey-padre le recordó a su hijo que no hizo lo único que tenía que hacer por la monarquía: casarse con una mujer que no tuviera pasado, y Letizia lo tiene en México y Madrid.

DE RONDA CON DOS PAJARRACOS

DE RONDA CON DOS PAJARRACOS

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Anoche dos pajarracos me obligaron a salir con ellos de ronda por ciudad de México, Buenos Aires, Rosario, Lima y Santiago, “como un gato en celo” con cigarro en la derecha, copa de vino en la izquierda, guitarra a la espalda y recuerdos a flor de piel de felices épocas pasadas, cuando jóvenes entusiasmos acompañaban mi dorada esperanza.

Canté con ellos hasta quedar afónico en ronda nocturna, como aquella lejana noche en Zurich en que el grupo de teatro que allí dirigía tuvo el valor de llevar a Sabina sin cobrar un duro, para actuar ante veinte personas mal contadas y cenar con nosotros un bocadillo con jamón de Parma y pepinillo, mientras Viceversa vacío las pequeñas arcas llevándose cuatrocientas mil pesetas.

Años antes de ese encuentro, cuando los “grises” alegraban nuestras vidas con precipitadas carreras por el madrileño Paraninfo universitario de la Complutense entre las paradas de tranvía de las Facultades de Químicas, Derecho y Letras, satisfecho quedaba yo de cantar al Mediterráneo, a Lucía y a las Pequeñas cosas, del “antiespañol” Serrat.

Con resaca en el alma, alzo esta madrugada la copa llena de recuerdos con todas las horas pasadas junto a Joan Manuel y Joaquín sin que ellos supieran que les acompañaba, durante las cinco décadas que he permanecido a su lado, evocadas anoche frente al televisor, contraviniendo gustosamente la costumbre de recogerme temprano en brazos de Morfeo para recibir al sol en mi ventana de madrugada, tras despedir la luna y guiñar el ojo a las estrellas.

Uno mi emoción a la de Pancho Varona porque, tal vez, anoche fue la última vez que tuvimos ocasión de salir de ronda con estos entrañables pájaros, clásicos ya y atemporales, a quienes tantos momentos de amor, encuentros y felicidad tenemos que agradecerles.

AGUSTÍN LARA

AGUSTÍN LARA

Lara

Llamado “músico poeta” y “flaco de oro”, el mexicano Agustín Lara vino a la tierra con el siglo y abandonó este mundo el viernes 6 de noviembre de 1970, tras pasar muchos años de su vida recordando ciudades españolas, bailando chotis por los arrabales y amando a muchas mujeres, aunque él nos dijera que solamente una vez 
amó en la vida, 
solamente una vez 
y nada más, porque 
una vez nada más 
en su huerto brillo la esperanza que alumbró el camino
 de su soledad.

Esa mujer amada fue María Félix, a quien rondó una noche triste que pasaba por su balcón hiriendo el alma, mientras la luna se quebraba sobre las tinieblas de su soledad para irse donde ella se fue, sufriendo por no saber con quién estaba y pregonando que la quería en una noche de ronda de las que hacen daño, dan pena y obligan a llorar.

Mientras trabajaba en cabarets, la corista Estrella le cruzó la cara con una cicatriz y fue testigo de fusilamientos policiales sin pruebas ni juicios que los justificaran, hasta encontrarse con el tenor Arvizu que dio vida a sus canciones, popularizando eternas coplas en el programa radiofónico “La hora íntima de Agustín Lara”.

Madrid le brindó la oportunidad de hacer a su chulona emperatriz de Lavapiés y bañarla con vinillo de jerez, mientras el general Franco le ponía una casa en Granada para agradecerle que su canto se hiciera gitano en esa tierra, ensangrentada en tardes de toros, donde las mujeres de sangre y sol, conservan el embrujo de los ojos moros.

Finalmente, un accidente que le destrozó la pelvis dio paso al derrame cerebral que se lo llevó a la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón de Dolores de la Ciudad de México, donde reposa tras pasar 71 años entre pentagramas, cabareteras, copas, toreros, humo y cantantes.

LEÓN FELIPE

LEÓN FELIPE

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Descansaba la luz sobre el perfil incierto de Ciudad de México la tarde del 18 de septiembre de 1968, cuando León Felipe Camino dio su último suspiro, recordando los días que pasó en la sierra madrileña durante el mes de julio de 1936, gritando a los cabreros: “¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo!”, sin que nadie le creyera. Pero el lobo llegó y devoró todas las cabras rojas que se encontró en el camino.

Farmacéutico, cómico, poeta, expresidiario, bohemio y quijotesco, voló León desde Guinea hasta las américas, para organizar la biblioteca de Veracruz, dar clases de literatura española en la Universidad de Cornell y traducir a Whitman, antes de volver al país azteca huyendo de la guerra civil española.

Romero quiso ser en la vida, y sólo romero fue, sin más oficio, sin más nombre y sin pueblo, pasando por todo una vez, una vez sólo y ligero, como pasó por la ventana de la posada alcarreña donde se hospedaba, aquella niña que iba a la escuela de tan mala gana, hasta que un día se puso mala, muy mala, y al día siguiente tocaron por ella, a muerto, las campanas,

No supo, León, muchas cosas, es verdad, por eso hablaba sólo de lo que veía. Y vio a lo largo de su vida que la cuna del hombre la mecían con cuentos, 
que los gritos de angustia del hombre los ahogaban con cuentos, 
que el llanto del hombre lo taponaban con cuentos, 
que los huesos del hombre los enterraban con cuentos, 
y que el miedo del hombre había inventado todos los cuentos.

Al partir desnudo hacia el exilio con motivo el golpe de Estado, legó a Franco la hacienda, la casa, el caballo y la pistola, llevándose la voz antigua de la tierra y la canción, para que el dictador quedara mudo y no pudiera recoger el trigo, alimentar el fuego,  saciar la sed y obtener perdón. Pero no fue así, porque las espigas encañaron, las llamas sometieron voluntades, las marchas militares devastaron las libertades y los embalses ahogaron sueños de libertad.

TRES REVOLUCIONARIOS

TRES REVOLUCIONARIOS

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Bien

En ocasiones, la historia juega con el azar a las coincidencias, haciendo posible el encuentro de vidas, esperanzas, luchas y muertes, como sucedió con tres grandes revolucionarios, que lideraron la independencia y liberación de pueblos oprimidos: Emiliano Zapata, Augusto César Sandino y Che Guevara.

Los tres fueron hispanoamericanos, nacidos en México, Nicaragua y Argentina.

Los tres fundaron y dirigieron grupos populares de liberación.

Los tres arengaron a los revolucionarios con el idioma de la colonización.

Los tres murieron acribillados a balazos por elementos reaccionarios.

Los tres murieron en la juventud de sus treinta y nueve años.

El líder de la Revolución mexicana llevó la sumisión de los campesinos a la resistencia activa contra los opresores, formando el Ejército Libertador del Sur. El revolucionario nicaragüense, “General de los Hombres Libres”, con sus ideas y testimonio estimuló la creación del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Y el comandante ideólogo de la Revolución cubana llevó la lucha armada por la liberación del tercer mundo a varios países de América latina y el Congo.

Despreciables personajes para unos y héroes para otros. Agitadores  del poder instituido, que se han convertido en símbolos de revoluciones populares por los derechos ciudadanos. Luchadores contra las injusticias sociales, rebeldes frente a los explotadores y generosos en su entrega a los desfavorecidos, que intentaron mantener espíritus incorruptibles en medio de la miseria.

RESTOS TRASHUMANTES

RESTOS TRASHUMANTES

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El deseo expresado por los vivos de que los muertos descansen en paz, lo expresan con las siglas R.I.P. que significa Requiescat In Pacen, es decir, descanse en paz. Esto le sucede a casi todos los ciudadanos que son llamados al valle de Josaphat, pero en el caso del conquistador de México no se cumple esto, sino todo lo contrario.

Hernán Cortés expresó en su testamento el deseo de ser enterrado en el convento mexicano de Coyoacán, pero como su muerte se produjo el 2 de diciembre de 1547 en el sevillano pueblo de Castilleja de la Cuesta, sus restos fueron a parar a una cripta del monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce, propiedad del duque de Medina Sidonia, y allí estuvieron tres años hasta que pasaron junto al altar de Santa Catalina del mismo monasterio.

En 1566 los restos de Cortés fueron trasladados al templo mexicano de San Francisco en Texcoco, junto a su madre y una de sus hijas, donde descansaron hasta 1629 en que pasaron al altar mayor de la misma iglesia. Pero una remodelación de la capilla en 1716 obligó a llevar lo que del conquistador quedaba, a la parte posterior del retablo mayor, donde permanecería 78 años.

En 1794, ordenó el virrey exhumar de nuevo la osamenta sifilítica del conquistador y llevarla a la iglesia contigua al mexicano hospital de Jesús, pensando que sería el último viaje de sus huesos. Pero no fue así, ya que pasados veintinueve años, en 1823 tratando de evitar una profanación de los restos con motivo de la recién conquistada independencia mexicana, fueron escondidos bajo la tarima del templo del hospital de Jesús hasta 1836.

Ese año, con los ánimos populares más calmados, fueron depositados en un nicho sobre la pared, donde fueron encontrados 110 años después, poniendo sobre el muro una placa de bronce con el escudo de armas de Cortés grabado y la inscripción: HERNÁN CORTÉS
 1485 – 1547, obteniendo sus huesos el descanso definitivo tras 8 cambios de destino.

Pero nada sabemos del paradero de su alma, porque entre los frascos que guardaba el indio Tomás, almero de Usumacinta, con las almas de los muertos, no se encontraba la del conquistador, obligando a pensar que algún espíritu azteca la robó del almario para que estuviera errando eternamente en busca de asentadero hasta redimir los abusos, expolios y muertes de tantos indígenas inocentes.

IN MEMORIAM

IN MEMORIAM

Seguirá siempre con nosotros el novelista mexicano Carlos Fuentes, aunque la parca detuviera ayer los pasos de forma inesperada a la puerta de su casa, para llevarse de un tajo los 83 años de vida que pasó boxeando con las palabras.

No ha muerto Carlos Fuentes por mucho que las agencias de noticias se empeñen en difundir la mala nueva de su fallecimiento, las notas necrológicas inunden los periódicos y la red quede bloqueada con recuerdos a él, como el que hoy ocupa mi bitácora.

En la historia de los premios Cervantes y Príncipe de Asturias quedará la memoria del mejor novelista que México ha dado a la Humanidad y su obra hará inmortal el pensamiento de quien “hubiera matado a Hitler con gusto”.

 El sureño barrio de San Jerónimo enmudece hoy y las colas a la puerta de su casa hablan de la resurrección en la memoria colectiva de quien nos contó como nadie supo hacer, “La muerte de Artemio Cruz”, hablándonos de “Terra nostra” para hacer de su tierra la patria común de todos.

Amó tanto a su país que mantuvo la crítica al nacionalismo oficial durante años, censurando todo aquello que no beneficiaba a su patria adoptiva, tierra de sus padres, y supo mantener la dignidad del pensamiento hasta que sus esperanzas se diluyeron en la hemorragia interna que se lo ha llevado por delante.

Vivirá Carlos Fuentes entre nosotros mientras haya ojos que lean, mentes que piensen y corazones que sientan. Vivirá y nuestra gratitud será eterna, porque inmortal es su legado.