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NO LLEGAN CARTAS

NO LLEGAN CARTAS

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Entre los placeres que he ido abandonando en el camino a lo largo de la vida hay uno que estoy dispuesto a recobrar, aunque sé que mi deseo jamás se verá convertido en realidad debido a cosas de aquí y de allá, empujadas a la inmediatez exigida en este tiempo que ha transformado la diligencia en celeridad.

Entre e-mails, mensajes y watsappes, he perdido el sosiego, el tiempo y la palabra, quedándome apenas el recuerdo de lo que durante varias décadas ocupó un espacio privilegiado en mi vida, al cual estuvieron sometidos otros quehaceres y placeres menos importantes que verter sentimientos sobre el papel, comentar mis avatares y preguntar por la vida de las personas queridas.

Me refiero a tomar un folio en blanco, encender una vela, poner música de preferencia y comenzar a escribir a mano una carta de amor, de dolor, de alegría, de apoyo o de solidaridad, a quien con anhelo espera nuestras noticias.

Junto al lago de Zurich dejé abandonado mi epistolario y no he vuelto a recuperarlo, a pesar de los esfuerzos realizados para ello, pero conservo como un tesoro las últimas cartas recibidas, lamentando no guardar copia de las enviadas por mí.

Cartas espontáneas, brotadas del corazón con toda la fuerza de verdad que tienen los sentimientos. Desaliños de amor, frescura de sonrisa y confidencias a corazón abierto. Documentos privados de entrañable valor, epístolas comprometidas con lo dicho en ellas porque eran manuscritos avalados por la verdad.

En las cartas llegaban las noticias con olores del remitente y sabores de nostalgia a cuanto se deseaba tener y nunca llegaría a poseerse, ni recrearse de nuevo. Duende había en la doblez de la hoja que hacía presentir la mejor fortuna, sin que la desventura del olvido pudiera hacer algo para borrar de la memoria los recuerdos que reportaba al remitente.

Esto se me ocurre contar a los amigos de este blog desde mi Varykino, después de leer algunas de las cartas que conservo, remitidas por familiares, amigos, alumnos y dos compañeros de viaje que ya nos han abandonado, resucitando a la vida en mi recuerdo al ver su letra en el papel cuadriculado.

CARTA DE KALA

CARTA DE KALA

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Queridos amos nuestros:

Os escribo en nombre de mis cánidos hermanos, con miedo a ser castigada por deciros aquello que no os gusta oír, aunque algunos de vosotros lo pregonéis en oídos de los sordos de corazón que nos tratan como a perros, sin percibir que sufrimos y sentimos como vosotros, amando incluso a quienes nos cuelgan de los árboles, abandonan por las calles, doman a correazos o nos venden con desprecio a cambio de una lenteja.

Debo recordaros que ninguno de mi especie ha pedido ocupar un lugar en vuestras vidas ni os hemos forzado a convivir con nosotros, es decir, que si por voluntad propia decidís hacernos un espacio en vuestra vida, debéis respetarnos, atendernos y alimentarnos, aunque no esperemos que correspondáis a la lealtad que siempre os tendremos.

Quiero pediros que no os hagáis demasiadas ilusiones sobre las facultades que tenemos, ni llevéis nuestra capacidad de pensar y sentir más allá del lugar que ocupan en la especie animal, porque si sobrevaloráis nuestro entendimiento por encima de las posibilidades reales que la naturaleza nos ha dado, acabaremos decepcionando vuestras expectativas.

Somos lo que somos y no lo que vosotros quisierais que fuéramos. Tal vez por eso nos habláis como si perteneciéramos a vuestra raza, dirigiéndonos palabras afectuosas, mensajes cifrados y discursos ininteligibles para nosotros, pidiéndonos comportamientos inalcanzables a nuestro limitado raciocinio.

Sabed, pues, que nuestras actitudes se corresponden con la especie a la que pertenecemos y que el instinto nos lleva a ser más enigmáticos que descifrables; más humildes que soberbios; más imparciales que objetivos; más obedientes que insumisos; más contradictorios que lineales; y más incondicionales que críticos con nuestros dueños.

Por eso nos mostramos próximos y lejanos; rebeldes y conformistas; salvajes y domésticos; y, sobre todo, animales en ningún caso racionales como vosotros, aunque nos asista algo de común sentido y un punto de cordura que sobreestimáis más allá de nuestras facultades, muy por debajo del olfato que utilizáis en beneficio vuestro sin pedirnos permiso, a cambio de una caricia que compensa el servicio que realizamos.

Nos complace el collar que nos ponéis cuando éste simboliza nuestra alianza, garantiza protección y evita que hagamos aquello que no debemos; pero detestamos el puntiagudo collar que nos predispone al combate entre nosotros o contra vosotros, cuando somos educados para hacer lo contrario a nuestro natural instinto protector, nada belicoso y agresivo con vosotros.

Gustamos de acompañaros en vuestros paseos, pero no de seguiros corriendo hasta reventar, tras una bici, una moto o una galopada. Preferimos el afecto respetuoso, al empalagoso enamoramiento imposible. Y solo esperamos ser tratados como animales de compañía, no como hijos vuestros, porque ese espacio no nos corresponde, aunque carezcáis de herederos.

Nos gusta recibiros con alegría cuando os acercáis a nosotros. Proteger vuestras pertenencias con ladridos. Acompañaros en la soledad. Aliviaros la tristeza. Reconfortaros en la desgracia. Consolaros en la mala suerte. Y aguantar silenciosos vuestro mal humor y castigos cuando hacemos alguna trastada, aunque haya sido promovida por vuestro comportamiento, que os hace corresponsables del daño que causamos.

Pero no somos juguetes de comprar, usar y tirar, porque tenemos alma, corazón y vida. Alma, para conquistaros, corazón para quereros y vida para vivirla a vuestro lado hasta que la muerte nos separe, sin saber quién partirá primero. Pero si os adelantamos en el viaje, no os molestéis en prevenirnos de ello cuando nos acompañéis a la inyección eterna, porque sabremos donde nos lleváis con solo miraros a los ojos.

¡Ah! y os diré algo que sabéis, aunque todos lo ignoren: no sois nuestros dueños, sino todo lo contrario, porque nos permitís ser vuestros amos y dominar la voluntad con la que aparentemente gobernáis la nuestra, algo que conseguimos sin esfuerzo, pues nada hay más fácil para nosotros que ser amos de nuestro amos.

MALAS ENTENDEDERAS

MALAS ENTENDEDERAS

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Es de dominio público que no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni mayor ceguera que la de quien mira para el lado opuesto al que señalan millones de dedos; pero es aún peor empeñarse en ver las cosas con cristales de madera o entender los mensajes torcidamente, como están haciendo los dirigentes del colorín parlamentario.

No son de derechas, ignorantes o traidores los votantes de izquierdas que negaron la confianza al PSOE decepcionados con el Gobierno socialista, ni carecen de entendederas sino que faltan testimonios y explicaderas.

No son especuladores los ciudadanos timados con mentiras y letras pequeñas que han perdido sus ahorros, ni Pío García Escudero tan necio como para ignorar que los ingresos obtenidos hay que declararlos a la Hacienda Pública.

No son nazis, ni terroristas quienes piden entregar la vivienda para saldar la deuda contraída al comprarla, ni es “patochada inadmisible” o “tomadura de pelo”, el premio concedido por el Parlamento Europeo a la PAH.

No son perroflautas los indignados con la situación del país, ni tampoco piesnegros los que se manifiestan contra el abuso laboral, la corrupción institucional y la impunidad de los defraudadores.

No son peseteros los jueces que protestan contra las reformas de la justicia, ni embaucadores los profesores que están hartos de reformas educativas, ni manipuladores los médicos que ven tambalearse la sanidad pública.

No son gandules los parados que se muerden los puños de impotencia, ni son usurpadores los emigrantes que viven con desesperación el desprecio, ni chabolistas los que son expulsados de sus casas.

No son falsarios los desahuciados que se suicidan, ni sediciosos los ignorantes ciudadanos engañados con las “preferentes”, ni carroñeros los que buscan comida en contenedores, ni delincuentes los que asisten a manifestaciones.

Pero sí son malhechores los “cajeros” que han esquilmado las Cajas de Ahorro; estafadores, los buitres financieros que devoran inocentes; depredadores, quienes se aprovechan de la ruina ajena; herejes, los que predican la palabra de Dios y no son reconocidos por sus actos; pervertidores, quienes hacen de la voluntad popular su sayo; explotadores, los que consideran al trabajador bestia de carga que tira del arado capitalista.