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Etiqueta: mendacidad

RESISTIR

RESISTIR

Camiliño, nuestro último premio Nobel, solía decir que en España el que resiste, gana. O, lo que es igual, en España gana quien resiste. Pero la resistencia no siempre es igual, porque no todas las personas están en las mismas condiciones ni tienen el mismo aguante. En esto, los políticos aventajan al resto de los mortales porque están adiestrados para la resistencia, mientras los votantes agotados desertan, se aburren y hastían, ahogando en la impotencia la resignación por hechos que desaprueban.

Abandonada la lógica natural, oscurecido el sentido común, desterrado el concepto de Estado, postergada la convivencia social, desempolvados anacrónicos fantasmas y con los ciudadanos cansados de defender causas que se defienden solas, quedan pocas opciones para la resistencia, mientras las náuseas nos impiden digerir los platos que nos ponen sobre la mesa política.

Son tantos los digo-diegos, tanta la mendacidad dominante, tantas las promesa incumplidas y tantas las contradicciones, que los ciudadanos deambulamos sonámbulos con el emoticono del asombro en la cara, incapaces de dar una respuesta, porque a nuestra rebeldía apenas le quedan unas gotas en el depósito de la resistencia, mientras planea sobre nuestras cabezas el buitre negro de una nueva crisis, que solo afectará a quienes no la estamos provocando.

Nunca la sordera política fue mayor, aunque todos los líderes presuman de haber entendido el mensaje del pueblo, sin comprender nada. Todos presumen de victoria, menos el “ciudadano” que perdió la brújula y ninguno de su equipo fue capaz de prevenirle sobre el acantilado que tenían delante, donde todos se han despeñado camino de la travesía del desierto que les espera.

Mientras se ponen fronteras unos a otros desde las tribunas, la humanidad cruda y espesa de militantes forman coro rechazando que “no” debe en ocasiones ser “sí”,  o gritando “a por ellos” con la amnesia propia de quien olvida las consecuencia que ese grito ha tenido para los españoles en su historia, cubriendo con ignorante yeso el cuadro de los garrotazos de Goya, preludio de la tragedia más indeseable.

Felicitemos, pues, a todos los líderes vencedores por la derrota que los ciudadanos hemos sufrido, recordándoles la herida que están abriendo como testimonio de una victoria que entrará en la historia por la puerta de atrás, siendo recordados tales líderes como los más carentes del sentido de Estado tan necesario en estos momentos de obligado entendimiento, concordia y esfuerzo unido para salvarnos de lo que parece inevitable.

MENDACIDAD POLITIQUERA

MENDACIDAD POLITIQUERA

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Hemos aceptado resignadamente que los polítiqueros mientan de oficio, oculten verdades y sean cómplices de las mentiras de sus colegas por el silencio que guardan sobre ellas, hasta el punto de hacer célebre el sarcástico modismo: “mientes más que un polítiquero”, importándoles a estos la descalificación menos que a un esquimal las calenturas del Ecuador, porque unen a su cara de cemento armado, la seguridad de que siempre que nos convoquen a las urnas iremos a ellas como los corderos van al matadero, para votar a sus candidatos, los suyos, en listas cerradas que nos impide decidir quien sí y quien no debe representarnos, porque yo no votaría a ninguno de los cuatro jinetes de la apocalítica que cabalgan sobre nosotros clavando espuelas en nuestra frustración.

–   ¡Qué obsesión tienes, Paco, con las listas electorales abiertas!, -me decía ayer un amigo.

–   Sí.  Y con la doble vuelta electoral, también. Y con los sueldos, privilegios y poder que disfrutan los polítiqueros, microfoneros y tribuneros, y con la gandulería de muchos, la incompetencia de otros, la perpetuidad en los cargos, el incomprensible aforamiento, la manipulación política de altos tribunales económicos y judiciales, la irresponsabilidad ante la mala gestión, la impunidad ante el despilfarro del erario público que a todos pertenece, el fraude en los cargos de libre designación donde el amiguismo predomina sobre la competencia, las respuestas sobre el tiempo que hace en el Ártico cuando se les pregunta por incumplidas promesas, la incultura intelectual de muchos, y la corrupción que….

–   ¡Para, coño, Paco! No hablábamos solamente sobre las mentiras oficiales.

–  ¡Sí, pero es que cuando me pongo, me pongo! Sobre todo hablando de politiquería – no de política-, y de politiqueros – que no políticos-, que me necutecen, atiburcian y colapsitan.

–   ¡Pues dale a la mendacidad institucional, que de eso hablábamos! -exigió el amigo.

–  Antes de empezar con el cuento de nunca acabar, recuerda que la mentira no es propia de los políticos, sino de los politiqueros, y luce con brillo propio en la politiquería porque la política ha reservado el derecho de admisión y no la deja entrar en su territorio, pero se cuela de rondón, sin avisar y por la gatera, en bocas moralmente sucias de quienes utilizan la mentira en beneficio propio, sin ocuparse del país, ni preocuparse de quienes le alimentan, ni interesarse por los intereses de quienes han puesto el poder y la confianza en sus manos.

EL OFICIO DE MENTIR

EL OFICIO DE MENTIR

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Siendo la mentira inseparable compañera de viaje del ser humano en algún tramo del largo camino que en la vida recorremos, es para algunos caminantes vicio habitual ejercido con la inconsciente naturalidad que respiran, haciendo de la mentira, oficio; del cinismo, religión; de la hipocresía, rutina; del engaño, vicio; y del embuste norma.

Mentirosos profesionales por encadenar falsedades, pero también por ocultar información, manipular datos, pervertir argumentos y decir medias verdades que sanciona el refranero español con mayor castigo que sus habituales mentiras.

Manolo Kant, -que decía Carrascosa al referirse a este amigo suyo-, opinaba que la mentira era la mayor violación moral que el ser humano podía cometer contra sí mismo, negándose el filósofo a disculpar todo engaño, por pequeño que este fuera, aunque las mentiras no puedan medirse con un doble decímetro.

Siendo la mendacidad practicada por estos enemigos de la verdad algo detestable, no es posible erradicarla de sus vidas porque siempre encuentran una disculpa justificativa del engaño, en ocasiones para encubrir fechorías, otras veces para consolar a los enfermos, también para ocultar inseguridades personales o evitar sanciones si se supiera la verdad.

No faltan autoexculpaciones de sus trampas afirmando que todos mentimos alguna vez, comparando cínicamente la ocasional paja en ojo ajeno con la permanente viga que tienen en el suyo, aun reconociendo las mentiras que se cuelan de rondón en nuestras vidas para ganar la estimación de los demás, complacer al jefe, proteger a los niños, evitar ofensas, poner excusas, mejorar la imagen, postergar decisiones, fomentar la autoestima, vengar una afrenta, sortear un despido, conseguir un favor, ocultar sentimientos o conseguir objetivos.

No se dan cuenta los embusteros profesionales, que al hacer de la mentira oficio se engañan a ellos mismos sin el menor esfuerzo ni rubor, algo que les genera angustias, inseguridades, temores y vida cautiva, al verse obligados a fingir una personalidad que no les pertenece, habitando en un mundo irreal creado por ellos para sobrevivir en falsos modelos que se han fabricado con sus mentiras.

MENDICIDAD Y MENDACIDAD

MENDICIDAD Y MENDACIDAD

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Conviene distinguir a los mendigos de los mendaces, es decir, a los que piden limosna y solicitan ayuda hasta la humillación, de quienes mienten más que hablan porque temen la verdad, entremezclándose menesterosos y mentirosos cuando un vecino pobre falta a la verdad o un cínico es pobre de solemnidad.

La diferencia entre ambos es que el mendicante lo es por obligación y el mendaz por devoción. No pide limosna la persona necesitada porque en ello encuentre placer, mientras que el embustero engaña para obtener beneficio con sus fulerías, aunque algunas veces reciba el castigo que merece, traducido en el desprecio ajeno.

Mendicidad y mendacidad son estados personales descompensados socialmente por el capricho de una simple vocal que los distingue, haciendo de todos los pordioseros personas marginadas y de algunos mendaces individuos con prestigio social inmerecido y poder sobrado para aumentar a su antojo el número de mendigos con sus mentiras.