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RESURRECCIÓN

RESURRECCIÓN

UnknownAlguien querido mío a quien un TAC dio por muerto hace unos años, ha recibido confirmación clínica de su resurrección porque las células enloquecidas han recuperado su cordura tomando la senda de la vida y aplazando su viaje al valle de Josaphat donde todos partiremos algún día.

Quienes estamos cerca de él compartimos felizmente la renovación del pasaporte vital que le permitirá seguir viajando por la vida, gracias a su vocación de permanencia entre nosotros, más que al bisturí, la radio y la quimio, aunque estos se hayan esmerado en hacer bien su  tarea.

Quienes lo hemos visto luchar contra toda desesperanza y dolor familiar, entregarse con fe a su propio renacimiento, poner su voluntad incondicionalmente al servicio de la vida, dibujar sonrisas en el llanto de los demás y testimoniar con su sacrificio el deseo de vivir, sabemos que merece la resurrección.

Como las palabras tienen la fuerza de convicción que les otorguemos y la realidad se sustenta por sí sola, no voy a deciros que metáis los dedos en las llagas de su alma como santotomases, pero creedme si os digo que la enfermedad ya descrita en los papiros egipcios, hoy puede vencerse si el paciente pone voluntad en la victoria.

Así ha hecho este resucitado, soplando las letras prematuramente esculpidas en su lápida, desterrándolas a la nada, mientras el coro de amigos le cantamos coplas de bienvenida al mundo de los mortales, del que fue apartado por caprichosa voluntad de una irregular partición celular que la ciencia y él han corregido.

PRIMER AVISO

PRIMER AVISO

Víctor

El primer aviso de que la vida iba en serio me llegó en el colpicio un mediodía incierto, enluteciendo con jirones negros los azules años de la infancia, al contemplar un cuerpo tumbado inerme en el suelo, sobre la estrechez delgada de una grieta que unía dos baldosas, frente al que todos pasamos llamados por el silbato, para  despedir el contorno gris y sin sombra de don Víctor, administrador que había muerto unas horas antes.

Ante él desfilamos todos para saludar por primera vez a la parca, que se haría cada vez más innombrable, a medida que la vida fue ganando terreno en las almas infantiles que cortejamos el esquelético cadáver de quien guardaba los ahorros de los huérfanos que les enviaban al colpicio las viudas madres.

Lívido relieve del cuerpo desfigurado por la menudencia de la muerte, que días antes caminaba ligero por los pasillos hacia la Administración, transformado la vía procesional en vaga silueta sobre el espejo del armario, que descansaba en la alcoba tras la cortina.

Sobrevivieron al cuerpo reseco por evaporación de la sangre: el sombrero negro descolorido, las gafas redondas de pasta, el reloj plateado de bolsillo, el chaleco brillante por el uso, la luctuosa corbata deformada y los zapatos abotinados con grandes lazadas.

El resto era hedor, cenizas y vocación marinera de un mar desconocido para él que descansaba en el reverso de una fecha desgastada, recordándole la bienaventuranza de los que en esta orilla no hicieron sino disponer la embarcación para el gran viaje que a todos nos espera.

Debemos ahora, sobre este recuerdo funerario, recrear el día y la imposible nostalgia de las velas y los recordatorios orlados, porque este es el origen de la niebla que siempre nos envuelve, y no otro, cuando el inagotable azul era algo más que una pesadilla.

Andemos pues hacia levante caminando sobre el agua redentora, antes que un golpe de tierra nos lleve al silencio de los cipreses y la ropa descolorida pregunte a la madera por el cuerpo deshabitado, dudando en qué extraño territorio clavaremos un día la estaca, para descubrir el hedor de las raíces al contemplar el mármol desgastado en las doloridas losas catedralicias.