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MARTES Y TRECE

MARTES Y TRECE

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Unknown

Si pudiera, hoy me casaría y embarcaría rumbo al estrecho de Magallanes, para convencer a los supersticiosos de que nada ocurre casándose o embarcándose un martes y trece como hoy, porque las supersticiones son creencias absurdas, irracionales y falsas, por mucho que la tradición popular siga imponiéndolas a los ingenuos, con la misma fuerza que las promesas electorales.

A las supersticiones se añaden otros supuestos hechos que mueven la fe de las personas o determinan sus sentimientos, por muy tozuda que sea la realidad mostrada por la historia durante los milenios que la Humanidad lleva caminando en sentido contrario a las increíbles creencias de algunos bienintencionados vecinos.

La evidencia científica y la vida real no bastan para convencer a los supersticiosos del sinsentido y la falta de racionalidad que acompaña a sus credulidades, por mucho que la realidad de los hechos demuestren diariamente lo contrario a sus convicciones, corroborada por la propia historia personal de cada cual.

Pero bueno, como no puedo casarme ni embarcarme, aseguro que hoy romperé un espejo, pasaré debajo de escaleras apoyadas en las paredes, derramaré sal y aceite, invertiré el pan en la mesa, buscaré un gato negro, me reuniré con doce amigos para sumar trece contertulios, abriré un paraguas en mi casa y, si fuera mujer en menstruación, haría mayonesa, regaría las plantas y daría de comer a los animales.

Lo que no haré hoy ni nunca será apagar la vela que tengo encendida a San Pancracio, ni omitiré a “Jesús” en los estornudos, ni dejaré de santiguarme al salir de casa, ni mataré golondrinas, porque estas fueron quienes le quitaron a Jesucristo las espinas de la corona cuando fue crucificado en el Calvario….

¡ VIERNES !

¡ VIERNES !

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Los jubilados compensamos nuestra cercanía a la estación término, olvidándonos del calendario y desconociendo el día de la semana en que vivimos, para equilibrar así la lejanía en que se encuentran del gran viaje los jóvenes que trabajan, sin prevenir que la malhadada suerte puede picarles el billete a la vuelta de la esquina.

Recuerdo sin nostalgia el bullicio festivo de los viernes en los patios escolares y las prisas azarosas por acabar la jornada, en horas previas a la cena extramuros que abría las puertas de madrugada a un viaje parisino, la pista de tenis en Bulle, el senderismo suizo, los museos londinenses, el mercado belga de “las pulgas” o simplemente el sillón doméstico en zapatillas con el libro de la mano y música lejana acompañando la lectura.

Con la jubilación se entremezclan los días de la semana en cóctel suave, de pocos grados, escasa agitación y digerible, para ser libado a pequeños sorbos, sin distinguir los sabores que tuvieron en tiempos laborables los siete días que componen el reconfortante brebaje que los trabajadores se beben a grandes tragos durante la semana.

Tiene el lunes sabor a cansancio desganado; el martes viene con el amargo paladar de lo inaccesible; deja el miércoles voluble gusto a incertidumbre; el jueves emboca las papilas con anhelo; impregna el viernes de esperanza el inmediato futuro; el sábado complace la embacadura con joviales aromas; y el domingo por la tarde acidifica la vida con decepcionante hastío hacia un nuevo comienzo desganado.

Pero hoy es viernes, María. Y mañana, sábado, Ángel. Te quedará luego la mañana del domingo, Rafael. Pero todos iréis el lunes a la sala de espera del viernes que hoy os toca vivir con la alegría que los jubilados gozamos durante los años que estuvimos atados con siete lazos a los días de la semana.

MARTES Y TRECE

MARTES Y TRECE

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Mal día hoy para los supersticiosos, es decir, para aquellos que aborrecen ver gatos negros de noche, espejos rotos, cuadros torcidos, sombreros en las camas, derramar sal o pasar debajo la escalera, porque creen en la maldición del número 13 desde que Jesucristo se sentó a la mesa con doce amigos para despedirse de ellos.

Creencias extrañas a la fe religiosa, sin evidencia científica y contrarias a la razón que se les supone a los seres racionales, pero que algunos hacen reales como la vida misma, al tiempo que otros se sonríen con tales certidumbres sin meditar mucho en su propio credo, aunque también repugne a la razón. Y no digo más, para evitar ofensas no deseadas por mí.

Todos caminamos con supersticiones a cuestas alimentando esperanzas imposibles y creyendo hechos virtuales que la realidad contradice cada día de la semana y del mes, sin tener en cuenta si es trece, catorce, quince o dieciséis, como obligó Muñoz Seca a decir en su venganza a don Mendo.

Yo, por ejemplo, mantengo la creencia mágica de que algún día las matanzas a bocajarro entre los seres humanos desaparezcan, a pesar de la tozuda realidad histórica vivida desde el quijadazo de Caín, y prefiero mirar para el lado opuesto, confiando más en la bondad humana que en la realidad.

Me sumo al grupo de ingenuos que se mantienen haciendo cola extramuros del paraíso terrenal que clausuró la serpiente, esperando que algún día abra de nuevo sus puertas y podamos entrar en él para gozar juntos de la vida, el tiempo que nos corresponda permanecer en ella.

Dejemos en paz a las meigas habitar en su misterioso mundo, sentémonos todos al fuego fatuo de la esperanza y conjuremos a los mochuelos, sapos y espíritus maléficos que nos rodean, para quedar libres del embrujamiento que expanden, origen de males sociales que padecemos, incinerando en el fuego todo lo detestable que nos rodea, para reír felices con las empanadillas de martes y trece.