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Etiqueta: macartismo

INQUICENSORES

INQUICENSORES

Opinar en voz alta tiene el peligro de ser escuchado por capitidisminuidos inquicensores, herederos directos de intolerantes actitudes inquisitoriales mezcladas con espuelas censoras dictatoriales, pretendiendo llevarnos a las más casposa sociedad represiva de tiempos indeseables, donde la condena podía llegar no por lo que se decía, sino por lo que el inquisidor pensaba que se decía, aunque no se afirmara lo que el caciquillo opinaba que se decía.

Por denuncia de ensoberbecidos, frustrados, envidiosos y rencorosos colegas del claustro, Fray Luis de León fue condenado a prisión durante cinco años, hasta demostrarse que la malévola lectura hecha por los denunciantes sobre la traducción realizada por el agustino del Cantar de los Cantares para su prima, nada tenía que ver con lo que el fraile pensaba.

Siglos después, refería Unamuno en sus críticas a los inquisidorcillos políticos, que las normas impuestas por ellos eran desdichados preceptos, origen de abusos y secuela de arbitrariedades, para satisfacer los caprichos de un poder apoyado en el miedo colectivo, donde se manejaban las voluntades de sumisos fiscales sometidos al patrón.

Aplicando funestos criterios derivados de semejante estatuto legal, fueron cerrados periódicos y condenadas personas por delito de opinión, en muchos casos no por lo que decían sino por aquello que los déspotas suponían que decían, recordando el caso de un capitán del ejército que dijo autoritariamente a un soldado:

– Se está usted riendo de mí.

– No, mi capitán.

– No, por fuera, pero sí por dentro, que yo lo veo.

– No, mi capitán.

– ¡Cómo que no! Queda usted arrestado.

El macartismo no es buen camino a seguir en una sociedad plural, libre y democrática, por mucho que el añejo reaccionarismo se empeñe el volver a lejanas épocas rancias, ya condenadas por la historia y desterradas de la sociedad por ciudadanos que aspiran a vivir en libertad.

INJUSTO ASESINATO DE LOS ROSENBERG

INJUSTO ASESINATO DE LOS ROSENBERG

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Ser comunista en la época del macartismo tenía más peligro que meterse en la bañera con una docena de gremlins, porque el alcohólico senador era poco melindroso en cuestión de chamuscar a rojos en la silla eléctrica, como hizo con el matrimonio Rosenberg en junio de 1953, acusándoles de pasar hipotéticas informaciones a los rusos sobre la bomba atómica, que años después se demostró ser falso, cuando los judíos Julius y Ethel ya habían sido achicharrados en la prisión estadounidense de Sing-Sing.

La desclasificación de los documentos relativos al caso, demostró la falsedad de los testimonios aportados por los testigos de cargo presionados por el FBI en sus interrogatorios para que dijeran lo que McCarthy quería oír, poniendo en evidencia concluyentes pruebas de que el ingeniero eléctrico Julius y la frustrada actriz-cantante Ethel no habían cometido el delito por el que fueron electrificados, con cierta dificultad porque la señora tuvo que soportar tres descargas para que oliera a chamusquina el recinto.

Se confirmó que los secretos militares revelados por Rosenberg no tuvieron nada que ver con las bombas atómicas fabricadas por los rusos para igualarse con los estadounidenses en armamento militar de destrucción masiva quitándole la exclusiva a los yanquis, cuando las dos Coreas andaban a garrotazo limpio y los americanos estaban enfrascados en cazar brujas por los rincones.

Bastó a los jueces la sospecha y al Gobierno la duda razonable, para condenar sin paliativos a pena de muerte a la pareja por si acaso, incinerando por lo sano la inocencia que proclamaron los acusados sobre las acusaciones que echaron en sus espaldas los cómplices de dos asesinatos que permanecen impunes en la historia de un país sin aparentes fisuras democráticas.