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¿DÓNDE ESTÁ TU HERMANO?

¿DÓNDE ESTÁ TU HERMANO?

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Caín engañó a su hermano invitándole a dar un paseo por el campo con la finalidad de matarlo, y cuando Jehová le preguntó por Abel, el asesino respondió que no era su guardián, siendo condenado por Dios y maldito en la Tierra, culminándose así el primer asesinato de la historia de la Humanidad para los creyentes bíblicos, en forma de fratricidio, aunque no sepamos claramente como se produjo el homicidio.

Ante la ausencia de un modelo de matanza inspirado por Dios a los profetas, cabe pensar que fue voluntad divina no proponer manera alguna para matar a un hijo de Dios sin merecer condena, pero cualquier asesinato lleva aparejada la maldición del matarife y su condenación a vagar despreciado por la Tierra hasta caer en brazos de Lucifer.

Todos tenemos claro que quien mata a otro de un disparo, navajazo, hachazo o garrotazo, es un asesino. Pero tenemos dudas en calificar así a quien mata congéneres por órdenes superiores colgándolos del cuello por una soga, electrocutando sus cuerpos o inyectándoles en vena líquidos letal, como hacen los verdugos con los condenados a muerte.

En cambio, no hay ciudadano occidental, ni creyente civilizado, ni ley democrática que considere asesinos a quienes provocan la muerte de un niño cada siete segundos por la hambruna, ni a quien priva a los enfermos de medicamentos necesarios para la supervivencia, ni a los que ordenan guerras enviando soldados al matadero.

Los creyentes en las palabras de Yahveh contenidas en el libro sagrado que pertenezcan a estos tres colectivos, han de tener clara la maldición divina que reciben, la condena al fuego eterno y la vida errante que les espera en la Tierra mientras en ella pertenezcan, porque de no ser esto así cabe pensar en segundas verdades sobre tal pasaje bíblico, que pueden llevar a la revolución de los injustamente condenados a muerte, para salvar sus vidas.

PATRIMONIO DE LA MUERTE

PATRIMONIO DE LA MUERTE

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En el verano de 2007, el Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO aprobó la petición de Polonia de cambiar el nombre al “Campo de Concentración de Auschwitz” dado en 1979, por el de “Auschwitz-Birkenau, Campo de Concentración y Exterminio Alemán Nazi, 1940-1945”, en la lista de Patrimonios de la Humanidad.

Para muchos ciudadanos ese cementerio de vivos no es patrimonio de la humanidad, sino de la muerte, porque tal recinto amurallado y alambrado con espinas de dolor, es el mayor exponente de la locura humana, llevada a cabo por unos sádicos y demenciados que redujeron a humo, polvo, jabón y nada, a un millón doscientos mil seres  inocentes, que formaban parte de la Humanidad.

La macabra Solución Final pretendía exterminar en hornos crematorios, con fuego impurificador de locura colectiva, a todo judío que respirase, sin tener en cuenta el sexo ni la edad, junto a gitanos y otros prisioneros de guerra, para complacer el antisemitismo y racismo del Tercer Reich.

La combinación de torturas, trabajos forzados y asesinatos escandalizó a los habitantes del infierno, porque ni el mismísimo demonio habría llegado a tanto, desde que los doctores de la Iglesia hicieron del diabólico Lucifer el rey de la maldad.

Con ese otorgamiento, la UNESCO quiso denunciar y condenar la indignidad inhumana, cruel y metódica, llevada a cabo por los alemanes que protagonizaron atrocidad semejante, invitándonos a conservar en la memoria colectiva el recuerdo de lo que allí sucedió para que no vuelva a repetirse un genocidio de los más débiles.