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SEVERO OCHOA

SEVERO OCHOA

Unknown

Hoy, que la iglesia católica recuerda a todos los santos desconocidos, muertos en diferentes lugares y días del año, rendimos en esta bitácora honores a un sabio, santo y descreído, que se nos fue un día como hoy de 1993, dejándonos una estela de amor, honor, trabajo y sabiduría, perfumada con ética moralizante.

Los 88 años de vida transcurridos entre Luarca y Madrid estuvieron jalonados de aventura científica en el exilio y enamoramiento enloquecido de Carmen, con quien permanece hoy unido bajo una losa de mármol, con un lacónico epitafio dictado por él: «Aquí yacen Carmen y Severo Ochoa, unidos toda una vida por el amor y ahora eternamente vinculados por la muerte».

La incivil guerra española le obligó a emigrar a Alemania hasta que el partido nazi le dio un empujón al Reino Unido, y la Segunda Guerra Mundial lo puso rumbo a Estados Unidos, cruzando el océano Atlántico como puente colgante en la incertidumbre del futuro, para  afincarse en Estados Unidos, volcando su sabiduría, ilusión y trabajo en las aulas y laboratorios de la Universidad de Nueva York, donde se jubiló en 1975, regresando a España en 1985 con tiempo para publicar su último trabajo científico un año después.

Estremeció al mundo expresando su dolor por la muerte de Carmen, diciendo que si tuviera valor para el suicidio acabaría con su vida, pero decidió continuar entre nosotros para defender valores eternos que dignifican la condición humana, con la simpleza de una ética basada en hacer el bien sin dañar a nadie, moralizando su vida sin Dios.

Enemigo de la fiesta nacional y amante del Martini blanco con ginebra y limón, siempre defendió que la ciencia era la mayor fuente de riqueza de un país moderno, afirmando que España no tendría futuro mientras siguiera viviendo de prestado y de la investigación ajena, pues sólo el progreso y la tecnología eliminarían las injusticias sociales, vencerían el dolor, erradicarían el hambre y acabarían con la pobreza.