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RELIGIOSIDAD LAICA

RELIGIOSIDAD LAICA

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Verano, crisis...

Viendo a toda España en fiestas estos días con motivo de santos patrones y Madres de Dios que van desde San Roque a la Virgen de la Asunción, pasando por todos los santos y vírgenes imaginables, uno piensa si tanta festividad es fruto de la fe, para honrar a la Iglesia y glorificar de los festejados, o se trata simplemente de un milenario pretexto para el jolgorio laico, disfrazado con halos santorales y coronas virginales.

Ante tantas procesiones, bailes de imágenes, festejos laicos, alcohol destilado, tentaciones de la carne y beatíficas genuflexiones en altares, calles, iglesias y ermitas, la razón pasa por un túnel con dos salidas, sin saber a cual dirigirse, pues la religiosidad que justifica las jornadas festivas no cristaliza en compromiso evangélico una vez que el santoral pasa en el calendario.

Duda el sentido común del observador si es devoción y cumplimiento doctrinal o pretexto de piadoso breviario lo que podría ser fundativos, yantavales, turigorcias, comarciales o la rústica vinalia romana anticipadora de la buena cosecha cepera, pues en tierra hispana no hay campanario sin su vino, extendiéndose la algarabía como mancha etanólica por todo el territorio, porque hay espadañas litúrgicas en cada esquina de un país catoliquísimo como España.

Devoción y fiesta callejera unidos, hacen posible la religiosidad laica de esta tierra de María Santísima, donde la mayoría de creyentes no se han quitado el traje de la primera comunión ni madurado su fe y los bautizados olvidan que fueron nombrados en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la pila bautismal.

CARIDAD Y SOLIDARIDAD

CARIDAD Y SOLIDARIDAD

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Pobreza

La natividad del Señor que esta noche celebran los creyentes por mandato litúrgico, es también aprovechado por los infieles descreídos para hermanarse con los vecinos, con mutuos deseos de felicidad, estando los primeros movidos por la caridad y los segundos por la solidaridad.

Caridad y solidaridad son raíles de cristiandad y laicidad unidos por traviesas de amor al prójimo y empatía con el vecino, por donde circula el tren humanitario revestido de mandamiento divino o solidaridad comunitaria, ambos ocupados en la liberación de los pobres, desfavorecidos y olvidados por una sociedad más preocupada por la calidad del chocolate que por la hambruna en chozas africanas y chabolas europeas.

Es la caridad virtud teologal cristiana que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo, estando dispuestos los creyentes a dar la vida por los hermanos amándolos como Cristo los amó y redimió del pecado condenatorio sacrificando su vida en una cruz, en nombre de su misericordioso Padre celestial, permitiendo a los hombres y mujeres ganar el cielo y la felicidad eterna.

En cambio, la solidaridad es capacidad laica del ser humano para entregarse a los vecinos, sin distinción de raza ni condición alguna, compartiendo con ellos su hogar, alimentos, sentimientos y abrigo, sin pensar en beneficios extraterrenales consecuentes a esa actitud, recibiendo a cambio la satisfacción personal por una generosidad que dignifica a la persona y ennoblece la raza humana.

Por eso, quienes esquilman al vecino, permiten su indigencia, provocan la miseria o se desentienden de su hambruna, tienen poco de cristianos o de humanos, al carecer de la solidaridad laica o caridad cristiana que llevan al espíritu humanitario redentor de miseria en que viven los seres de su misma raza.

El amor al prójimo que aparentan profesar muchos poderosos que se dan golpes de pecho en los reclinatorios de las iglesias con la mano derecha, mientras dañan al vecino con la izquierda enviándole a las tinieblas sociales, está dando paso a la solidaridad popular de quienes practican un humanismo liberador, amparado en la empatía comprometida al servicio de los desfavorecidos.

PAZ INTERIOR

PAZ INTERIOR

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El respiro otorgado por los armisticios de paz que suspenden hostilidades guerreras entre pueblos o ejércitos beligerantes, no es comparable al bienestar y dicha que reporta la paz interior, ajena a protocolos y firmas. Concordia íntima que revitaliza la esperanza, guarnece el amor, refuerza la amistad, conforta el ánimo, depura incertidumbres, esparce felicidad y destierra el insomnio, permitiendo descansar plácidamente en gozosa nube emocional reservada a quienes nutren su vida con bienes espirituales.

Al sosiego anímico de la paz interior se llega caminando con ascéticas almohadillas contemplativas por el sendero de la reflexión y buen entendimiento consigo mismo, haciendo de la reconciliación, virtud; indulto, de los pleitos personales; acuerdos, de las discordias; sosiego, de las turbaciones; y quietud de la agitación diaria provocada por desazones comunales, profesionales, sociales o familiares.

No es la paz interior patrimonio de la mística, ni coto privado de los altares, ni privilegio exclusivo de claustros conventuales, ni heredad de piadosas celdas. También la ascética espiritual laica es beneficiaria de los favores testamentarios legados por ermitaños medievales a los anacoretas rurales y urbanos del presente siglo, acelerado por la urgencia, el apremio y la impaciencia.

Es la paz interior soporte de la existencia presente y profilaxis espiritual del futuro personal de cada cual. Es mosquetón que afianza la voluntad y garantiza la seguridad contra vientos anímicos y tempestades espirituales, en escaladas de la vida, desgraciados barranquismos sociales, soledades espeleológicas morales y rescates personales, que precisan el aliento cálido de la paz para ver con nitidez el bosque de la vida sin pantallas de árboles que impiden ver la salida a la luz de la esperanza.

La paz interior es el consolador sueño que ambicionamos al despertar en medio de la pesadilla diaria. La gran esperanza en la reconstrucción cuando a nuestro alrededor todo son escombros. El disolvente que necesitamos para blanquear la negra aflicción que nos salpica. El aroma que extingue el dolor de la tristeza. La seda que enjuga las lágrimas. El refugio que ampara la soledad. Y el bálsamo que nos aleja del torbellino social, la prisa de los escaparates, la urgencia de la premura y el comercio dislocado del consumo, ayudándonos a disfrutar el presente, aliviar pasados quebrantos y ganar un futuro en paz, con templanza y moderación, que nos aleje de superfluas guerras interiores.

YA HUELO GALICIA

YA HUELO GALICIA

La primera impresión que recibo siempre que llego a esta bendita tierra es el inconfundible olor que despliegan sus entrañas para saludarme. Eterna bienvenida de años llamando a las puertas de mi alma cada vez que cruzo la frontera del Cebreiro, a cuyo templo llegué camino de Santiago, las tres veces que emprendí esa aventura mística con vocación laica.

Olor mentolado a eucalipto centenario para abrir la esperanza de lo venidero, junto a los primeros verdores destilados por El Bierzo, al subir por desfiladeros que despiden el castillo de Villafranca con olvidados pañuelos a las puerta de sus antiguas bodegas, hoy en la noche del olvido, donde tantas veces perdí el equilibrio junto a mi amigo Fidel, notario de la villa.

Y el mar….  Al final siempre termino en el mar. ¿O la mar? ¡Siempre la mar! Para complacerme con el marinero en tierra del puerto.  Olor a mar de costa gallega inconfundible, con aromas singulares a salitre bravío y a despedidas eternas en las bocanas de los puertos.

Olor a mar enloquecido de flotante espuma, al estrellarse contra las rocas, alternado con serenas caricias en anchas playas de Sada, y sobre el festivo templete aldeano de Betanzos, donde puede olerse pan candeal y nostalgia desparramada por sus plazas.

Olor a supervivencia de valientes percebeiros suicidas y encorvadas mariscadoras descalzas. Olor a berberecho hervido y queso de tetilla, en meriendas atardecidas junto a María Pita, siempre bien acompañado.

Olor a redes sudorosas y chubasqueros naufragando en agua marina,  rebelde a los timones y timoneles, cuando despierta del sueño y ocupa espacio en los Cantones, indignados por el abuso de unos pocos y el insulto diario de la justicia distributiva.

Pero, sobre todo, Galicia huele a noble amistad. A sincero abrazo, mano franca y acogida generosa, desconocida en otras latitudes. Un año más aquí he llegado, buscando en esta tierra lo que no es posible encontrar fuera de ella.

He vuelto a Galicia y os dejo su olor en mi bitácora, porque compartirlo con vosotros es la mejor forma de agradecer el afecto que recibo, para  enviárselo a los gallegos que viven fuera de la tierra que los vio nacer, como mi entrañable cooperante Sofía.

MARCHA LAICA

MARCHA LAICA

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Hoy se tiran a la calle miles de personas en defensa de un Estado laico, independiente de toda confesión religiosa, en el que no existan injerencias de credos ideológicos en la gestión del Estado, como ha venido haciendo el catolicismo durante tantos años de nuestra historia próxima y lejana.

No es una manifestación anti-Dios, ni anti-Papa, ni anti-Rouco, ni anti-religión, ni anti-cristiana. Es una marcha en defensa de la Constitución que consagra un Estado laico, liberado de subvenciones, injerencias, servidumbres, condenas y bendiciones de toda doctrina, sea ésta cual fuere.

Es hora de que los cristianos recojan las cruces en las iglesias; que los musulmanes protejan la media luna en las mezquitas; que los judíos exhiban la estrella de David en las sinagogas; y los budistas mediten ante el sedante Gautama en sus templos.

Se trata simplemente de eso, por mucho que el portavoz popular en la Asamblea de Madrid, Íñigo Henríquez de Luna, se empeñe en calentar los ánimos diciendo que la marcha laica es un «atentado a la libertad religiosa y la convivencia democrática». Esperemos que los manifestantes mantengan la cordura y el buen sentido, por mucho que el cuerpo les pida lo contrario. Y que las 150 las organizaciones convocantes entre partidos políticos, sindicatos, iglesias de base y ciudadanos laicos, no pierdan los nervios ante provocaciones y descalificaciones, aunque empieza mal la marcha porque el telediariario matinal acaba de anunciar la detención de un sujeto que pensaba atentar contra los participantes en ella.

Sea como fuere, estamos obligados a recordar los siglos de ostentación católica, – y sólo católica -, por las calles de España, la exhibición pública de imágenes religiosas, las celebraciones litúrgicas en las plazas con presencia de altos representantes políticos, los congresos eucarísticos y los rosarios en familia, en torno al brasero.

Ha llegado el  momento de airear las pancartas que han estado secuestradas desde que Teodosio decretó el Cunctos Populos, o Edicto de Tesalónica, en el año 380, imponiendo el cristianismo como religión oficial del Imperio romano, de la mano de Constantino, que terminó con la clandestinidad cristiana en el 313, imponiendo el Edicto de Milán.