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Etiqueta: juventud

HAY DÍAS…, …Y DÍAS

HAY DÍAS…, …Y DÍAS

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Hay días en los que no es posible buscar huellas pasadas, ni rastrear perfiles en la niebla, porque en tales jornadas es mejor no doblar esquinas ni torcer veredas, para rememorar momentos felices, porque la vida bloquea los atajos, la desmemoria se impone y el olvido se muestra en carne viva.

Sin embargo hay otros días en los que, sin querer, abre sus exclusas la memoria  y contra todo pronóstico volvemos la cabeza ante una palmada de la vida en la espalda, para recrearnos sin cautela en las fotos en sepia, reviviendo historias compartidas con añoranza inevitable.

Junto a ellos, hay días en los que se esconde el alma en la corteza del insomnio, impidiéndonos soñar quimeras y recordar noches de luna llena frente al mar recostados en amores perdidos, abandonándonos en la desmemoria por descuido de las sombras que amenazan con incertidumbres doloridas.

Pero también hay días que traen bienestar en las alforjas, buenas intenciones y proyectos vestidos con esperanza de futuro, en los que se entrelazan recuerdos con vocación de eterna permanencia, cubriendo el rostro de las gallinas ciegas para que éstas no den con el paradero de las quimeras.

Junto a tales días azules hay jornadas negras que llegan a nosotros sin previo aviso, ni merecimiento, ni  explicación alguna, en las que es inútil todo esfuerzo por recuperar el tiempo ganado a la vida, encargándose esta de milagrear otras jornadas imprevistas que nos adornan con sonrisas el camino.

Ya veis, amigos, hoy no debíamos abrir las puertas del organillo, pero un correo electrónico ha tirado abajo las expectativas, obligándome a olvidar lo que cualquier otro día serían felices recuerdos de la infancia y juventud, intramuros de la tapia.

MADUREZ, DIVINO TESORO

MADUREZ, DIVINO TESORO

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Discrepo de los nostálgicos emparentados generacionalmente conmigo, que añoran la juventud huida de las manos como tesoro divino que fue, sin percibir que tienen con ellos el vellocino de oro de la madurez, tras haber pasado el calvario juvenil, donde solo el vigor gratifica la existencia.

Etapa joven inestable, turbulenta, conflictiva, insegura y agitada, que hace del aprendizaje, pesadilla; de los errores, costumbre; de la ignorancia, cretinez; de la aventura, afición; y de la pujanza, soberbia; sin percibir la coetaneidad excluyente de diferencias temporales, permitiendo al azar abrir rendijas en el muro de la edad cuando el infortunio juega al escondite con la antojadiza parca.

La mala digestión de los codiciados ritos iniciáticos provoca vómitos emocionales juveniles que la madurez ha superado. Las contradictorias propuestas de familiares a los deseos personales y complicidades amistosas deslizan el inestable futuro de la juventud por el filo de la navaja que divide la realidad y el deseo.

Madurez estable enfrentada a las turbulencias y desajustes juveniles. Armonía interior frente a vulnerabilidad adolescente. Seguridad profesional frente a la incertidumbre laboral de los principiantes. Consolidación afectiva, frente a inestabilidad emocional de los amores alternativos. Firmes decisiones frente a inestables criterios sin firme asidero. Y predicciones futuribles frente a hipótesis volanderas.

La madurez aporta conciencia interior y percepción exterior, inalcanzable en la juventud por su déficit experiencial, escasa prudencia y menguada sabiduría, propia de quien camina a sobresaltos con andaderas inestables hacia la paciencia, estabilidad, constancia, reflexión, tolerancia, coherencia, pericia, templanza, experiencia y personalidad propia de la madurez.

MÁS ALLÁ DE LA VEJEZ

MÁS ALLÁ DE LA VEJEZ

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En la antesala del gran viaje, cuando se abandona la vejez, la madurez queda atrás, la juventud es imposible anhelo y la infancia un recuerdo olvidado, es buen momento para dar un paso hacia delante y recoger los frutos que la experiencia ha dejado en el fardel de la vida y compartirlos con quienes van de camino hacia la estación término.

Pasada la vejez conviene hacer reparto de bienes y advertir de lo que espera, porque la sabiduría acumulada no está en libros ni manuales, sino en páginas de vida que cada cual debe ir leyendo mientras pasa por renglones de años con la esperanza en vilo, porque nunca se sabe el destino que el azar tiene reservado.

Un querido amigo que ya ha pasado la frontera de la vejez, me confesaba el otro día que en la sala de espera donde se encuentra ya no preocupa el dinero, ni la opinión ajena, ni el miedo al error, ni el descanso de la libido, ni la persistencia del insomnio, ni el cansancio crónico, ni la torpeza de los gestos, ni las novedades tecnológicas, ni la memoria perdida, ni las modas, el dolor, la sordera, el reúma o la muerte. No, ni siquiera perturba la muerte inevitable que espera inquieta.

Preocupa la invalidez postrada, la dependencia de otras manos que laven, ayuden, guíen, levanten, acuesten, alimenten y acaricien. Molesta la subordinación a deseos ajenos. Aflige el sometimiento obligado a otras voluntades. Desazona la ingratitud de quienes todo los recibieron de uno y nada devuelven ni agradecen. Turba la soledad, conmueve el abandono y entristece saber que se está en el peor momento de la vida.

EL AMOR HECHO RIMA

EL AMOR HECHO RIMA

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Hoy, que el pequeño grupo de afortunados descorcha vino espumoso extremeño, valenciano, catalán o francés, para brindar por los euros que les han llovido desde nubes invernales de lotería navideña, otros recordamos al poeta de la rima que esculpió con su pluma inmortales versos de amor que todos guardamos en el más íntimo rincón de nuestros recuerdos adolescentes, cuando el roce de una mano se antojaba escalofrío y el beso furtivo, milagro de felicidad.

Evocamos hoy a Gustavo Adolfo Bécquer, porque se cumplen 163 años de su muerte y otros tantos de su resurrección en las almas enamoradas que convierten el parpadeo de las pupilas en poesía esta mañana de invierno, cuando las oscuras golondrinas descansan en los nidos del sur, preparando el vuelo a los balcones en la verdecida primavera.

Qué no daríamos en la madurez del amor por retornar a las convulsiones y azaramientos del primer encuentro, la primera caricia y el primer golpe de sangre agitada en la turbulencia de una juventud que proclamaba a los cuatro vientos el prendimiento mutuo y la promesa de feliz enajenación perpetua reflejada sobre el rostro fundido en las miradas.

Treinta y cuatro años de vida le bastaron al sevillano poeta para inmortalizarse en el romántico espacio amoroso de los encadenados por ligaduras de amor liberador con diástoles entumecidas y gestos anhelados, desde la triste despedida hasta la gozosa bienvenida, avecindando el espacio y el tiempo en el mismo territorio con ojos lacrimosos y paciente espera.

Ello así, porque los amantes saben que el amor perdura si se fortalece con renuncia propia a cambio de la felicidad ajena; si se blinda con generosidad desprendida, se protege con tolerancia y se renueva cada día con esperanzas renovadas para hacerlo invencible, porque mientras fundirse puedan en un beso dos almas confundidas, la poesía de Bécquer seguirá iluminando el gran misterio del amor y la heredad humana se vestirá de perfumes y alegrías, aunque la ciencia no alcance a descubrir los misterios de la vida, ni la historia sepa hacia donde camina el amor por la línea del horizonte, rozando mar y cielo con sus alas.

ANCIANOS

ANCIANOS

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A la ancianidad llegaremos todos los que estamos a la puerta y los que vienen de camino hacia nosotros, si antes no pagamos con la vida la posibilidad de arribar a ese espacio despojado, en el que la vida ha dado de sí todo lo impredecible en la juventud y la aventura de la existencia se hace cada vez más ciertamente profética.

La sociedad camina ruidosa y despreocupada por la vida, arrinconando a quienes hicieron posible que llegáramos donde ahora estamos, agrupando en la sala de espera de la estación terminal a los ancianos que esperan su turno para coger el tren a la eternidad, con el billete en la mano, la resignación en el alma, sin equipaje y con los bolsillos vacíos.

Piden los ancianos ligereza a la muerte, pero se aferran con sus escasas fuerzas a la vida porque han adquirido la dulce costumbre de vivir a pesar del abandono, desvalimiento y olvido que acompaña la soledad, el desamparo y la decepción con que recorren los últimos pasos antes de que caiga el telón, mientras censuran al guionista por descubrirles tarde y a destiempo que “envejecer y morir es el único argumento de la obra”.

El vértigo que ciega este mundo, impide recordar que todas las culturas se dejaron llevar por la sabiduría de los ancianos, atendiendo sus consejos, aprovechando su experiencia y respetando sus palabras, conscientes que portaban una erudición imposible de encontrar en las páginas de los libros.

Dejemos, pues, hacer a los ancianos lo que nadie puede hacer por ellos. Recuperémoslos de los sótanos donde están confinados. Beneficiémonos de su sabiduría. Aprovechémonos de su experiencia. Amémoslos y desterremos la gerontofobia dominante, si queremos conquistar el futuro.

ENVEJECER

ENVEJECER

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Nadie se atreve a poner con certeza una cruz en su calendario personal señalando el comienzo de la vejez, pero todos los que estamos en la sala de espera sabemos que el envejecimiento es inevitable, que se va instalando en nosotros de rondón, que nos encoge en futuro y advierte sobre la inutilidad de los pretenciosos cantos de sirena anunciando eternas juventudes espirituales.

Envejecer es un proceso que sólo pide vivir como requisito ineludible y caminar sin descanso por la vida hasta llegar a la estación término, sufriendo una irreversible agonía de años que se aproxima inexorablemente a su inmediato término, porque se madrugó más en la vida, como le sucede a las rosas marchitas de madrugada.

Pero no todo es frustración y desánimo, porque el envejecimiento alimenta una ternura desconocida en la juventud.  Recorta la distancia en las relaciones humanas facilitando el acercamiento. Serena el ánimo que destierra la excitación. Mejora la comprensión facilitadora del entendimiento. Amortigua la rivalidad. El amor gana terreno al apasionamiento. Y la intransferible sabiduría de la experiencia sustituye a las más eruditas enciclopedias.

Envejecer es irse acostumbrando a renunciar a la vida sin perder ocasión de renacer en las vivencias de cada día, porque la olvidada muerte desatendida en la infancia, toma cuerpo real en la vejez siguiéndole de cerca los pasos a la edad, para interponer la guadaña en su camino al primer descuido de la suerte.

EXECRABLE CÁNCER

EXECRABLE CÁNCER

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Caprichoso empeño de un grupo de células rebeldes a la norma, empeñadas en proliferar y reproducirse por su cuenta, sin atender a leyes ni mandatos, con la misión de invadir territorios del cuerpo que no le pertenecen, ante la impotencia de la ciencia, el dolor del enfermo, la solidaridad del médico y el sufrimiento de quienes están a su lado.

El pulmón de alguien querido no ha podido evitar la diseminación fatídica de una mancha en sus alvéolos, presagio de tragedia en la juventud de sus cuarenta y ocho años, cuando encaraba la vida con la esperanza puesta en sus tres hijos, sin pensar que un repugnante sarcoma se interpondría en su camino.

Ayer recibí el mazazo de la noticia y con él a cuestas caminaré largo tiempo, condenando la injusticia de un tumor que adelantó su llegada cuando nadie le había llamado, ni era deseado, ni se le esperaba, para darnos tiempo a maldecirlo y arrojar nuestra indignación contra la suerte traidora que se ha metido sin llamar en un pecho desafortunado.

Ahora toca rebelarnos ante la caprichosa desgracia que compartimos con él y sólo cabe la lucha frontal y sin descanso para que cese la fragmentación celular, en la que todos vamos a poner nuestras armas para vencer al invasor, sabiendo que la herida es grande, largo el calvario y difícil la resurrección.