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Etiqueta: Isla Negra

ENTRE TODOS ME HICIERON PARTE DE LO QUE SOY

ENTRE TODOS ME HICIERON PARTE DE LO QUE SOY

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así

He oído historias tan maravillosas como las narradas por el maestro poeta humano Hierro, forjadas en románticas luchas libertarias. Me han contado todos los cuentos imaginables y con ellos durmieron mi juventud, como le sucedió al quijotesco poeta de Tábara. Y me he asombrado con una hoja de hierba, – con una simple brizna de hierba -, como le sucedió a Whitman, cantándose a sí mismo frente al espejo.

Han lustrado mi ignorancia los consejos, sentencias y donaires del sabio Juan de Mairena. Tuve asombro de novedad primera frente a los rompientes de Isla Negra, con Pablo en el corazón. Bebí agua marina del Puerto con el poeta azul enamorado de la mar. Y me dejé arrullar por el quejido peludo y sedoso del rucio infantil que puso al moguereño en la historia universal.

Alimenté mi desnutrida esperanza con cebolla escarchada en dolor filial por un sensible cabrero de Orihuela. Me acostumbré a la incertidumbre agónica del poeta vasco-castellano afincado en Salamanca. Pregunté a Mario por la enseñanza del exilio y me respondió desde Montevideo. Fue Jorge Luis quien me enseñó la mirada intelectual de la ceguera. Y Gabriel me mostró el camino de los versos hacia el compromiso, para enterrar a los tiranos en el mar. Pero nunca penetré en el duende que el poeta de la vega granadina otorgó a los gitanos en su romancero.

Todo lo aprendido con ellos va conmigo lacrado en memoria eterna de imborrable recuerdo, que dejaré en manos de quienes me acompañaron en la vida, aunque solo recorrieran conmigo dos pasos y su sombra se extinguiera en el tiempo, sabiendo que ninguno de tales compañeros permitirá al olvido ocupar un espacio en el memorial que guarden de mi vida.

RELECTURAS

RELECTURAS

Unknown

Hay lectores voraces que consumen toda la literatura que pasa por sus manos; otros se circunscriben a un género literario concreto; algunos se instruyen con ensayos para acrecentar su erudición; y no faltan quienes leen portadas y contraportadas de libros antes de abandonar los textos en las estanterías domésticas.

Yo dedico mi preferencia a las relecturas de libros que me han complacido en su primera lectura, proporcionándome momentos de dulce bienestar, salvo cuando las investigaciones me han llevado a textos de obligada lectura para documentar mis libros.

Confieso mi rechazo a las novedades literarias por el espanto que me han producido algunas de ellas, y sólo me acerco a páginas nuevas cuando reiterados amigos en los que confío, me recomiendan la lectura de una obra, aunque no figure entre las más vendidas, junto a impresentables “ambiciones” de la princesa populachera.

La relectura evita que los árboles de la trama o el mensaje, impidan ver el hermoso bosque literario que un libro esconde en sus páginas, imposible de llevar a las pantallas, como le sucede a la historia de la familia Buendía, a las aventuras del señor Quijano, al maestro poeta sevillano, a los gitanos granadinos, al marinero de Isla Negra, a los sueños y buscones del cojo Villegas, al hijo de Gertrudis en Dinamarca y a los pocos escritores que en el mundo han sido.

En contra del sentir común, no creo que las imágenes valgan más que las palabras, sino todo lo contrario. Pienso que la fina artesanía de una frase bien trabada, es imposible mostrarla en imágenes por perfectas que éstas sean, como sucedió en Macondo, La Mancha, a orillas del Darro, frente al océano, por las calles de Madrid o en otros lugares.

Releer textos placenteros sabiamente literaturizados es revivir la felicidad que reportan a voluntad propia, sin prisas por llegar al desenlace, entreteniéndose en el camino cuantas veces requiera el placer de la lectura, retornando a la página anterior o saltando arbitrariamente de página, porque el argumento ya es conocido y solo se pretende alargar placenteramente las horas con la lectura.

PABLO NERUDA

PABLO NERUDA

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A las 22:30 horas del domingo 23 de septiembre de 1973, moría en la clínica Santa María de Santiago de Chile, Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, el más grande poeta del siglo XX, en palabras de García Márquez, doce días después que el general Pinochet y sus muchachos liquidaran a tiro limpio la democracia en Chile, encerrando al país en el pozo más negro de su historia.

Murió Pablo de dolor por la tragedia de su patria, aunque el pretexto oficial fuera el antiguo cáncer de próstata que le acompañaba desde hacía tiempo, siendo llevados sus restos a la casa que tenía frente al mar en Isla Negra, cuando ya el dictador había quemado todos sus versos, exterminado con pólvora su esperanza y rapiñado lo poco que al poeta le quedaba.

Entre mascarones de proa se despidió de la vida, dejándonos eternos sueños de amor en sus estrofas, cantos de libertad en poemas rebeldes a la injusticia, rutas de solidaridad entre los versos, ecos solidarios en caracolas y nostalgias salobres fraternales que hoy recuperamos en el aniversario de su muerte.

Frente al apacible mar del recuerdo, compartimos lunas, pétalos y sonrisas, alzando nuestra copa de vino para brindar por la eternidad de Pablo, junto al viento ultramarino que alimenta la desesperanza en la imposible redención de la herida en su costado, mientras La Chascona y La Sebastiana continúan llorando reclinadas frente a la bahía de Valparaíso.

ISLA NEGRA

ISLA NEGRA

Tal día como hoy de hace 39 años, moría a las 22:30 horas en la clínica Santa María de Santiago de Chile, Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, el más grande poeta del siglo XX, – según García Márquez -, a causa del «mal de Chile», aunque el pretexto fue un cáncer de próstata, siendo llevados sus restos a la casa que tenía frente al mar en Isla Negra, cuando ya el dictador Pinochet había quemado todos sus versos.

Nunca estuve en Isla Negra, ni dejé mi huella en el piso de madera crujiente, ni recorrí sus estrechos pasillos. Tampoco dejé mensajes en sus muros ni cartas en su buzón. Ni siquiera apuntalé las empalizadas para impedir el paso a los rapiñadores enviados por el general Pinochet para esquilmar los gritos del Canto General.

Pero entre sus mascarones de proa encontré palabras libertadoras. En los mapas descubrí  la ruta a la solidaridad. Bebí en sus botellas nostalgias fraternales. Me sumergí en mares agitados contra la injusticia. Y pasé horas conversando con Pablo en el interior de una caracola.

 Frente al mar compartimos camarones, vino y disfraces. Alzamos nuestras copas por Federico, Luis, María Teresa, Rafael, Maruja, Salvador, Fraud, Natalia y todos los compañeros de la Residencia de Estudiantes, sin pensar que el viento ultramarino alimentaria la desesperanza en la imposible redención porque la dictadura perforó con su lanza el costado de Neruda, mientras La Chascona y La Sebastiana lloraban reclinadas sobre una ladera frente a la bahía de Valparaíso.

PABLO EN EL CORAZÓN

PABLO EN EL CORAZÓN

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Hace treinta y ocho años nos dejaba el alma seca de dolor y frustración la prematura muerte del poeta del amor. Con él partió la voz liberadora de esclavitud y se extinguió el compromiso social de los versos. Fue Pablo defensor de la libertad, amante de la vida y redentor de la justicia, quien vio saqueada su casa, esquilmado el futuro y aniquilada su patria, tras el pinochetazo que tuvo lugar un aciago 11 de septiembre de 1973.

Horas antes de abandonarse al sueño eterno dijo a quienes le rodeaban: “Tenéis que tratar de sobrevivir a este temporal, que puede ser largo. Evitad ser detenidos, porque si os capturan vais a ser torturados, y en ese caso tendréis que hablar, porque si no os sacarán los ojos”. Y quienes oyeron esto, quedaron ciegos días después.

Tan largo asedio a las libertades del pueblo chileno duró diecisiete años sin reposo para los verdugos y matarifes. Años de persecuciones, asesinatos y brutal represión a los ciudadanos leales al régimen democrático de Salvador Allende, que había nombrado días antes al traidor Augusto Pinochet, Comandante en jefe del Ejército chileno.

Siete días después del golpe de Estado, Pablo Neruda viajó ya enfermo a Isla Negra con Matilde, para celebrar allí la independencia chilena de España, con unas sencillas empanadas compradas sobre la marcha, al tiempo que renunciaba al refugio político y al avión que el presidente de México, Echeverría, les ofreció a él y a su compañera.

Fue Matilde quien pidió de madrugada que trasladaran a Pablo a Santiago, recorriendo el premio Nobel los 120 kilómetros en una ambulancia, hasta llegar al hospital tras pasar varios controles militares para comprobar si debajo de la camilla se escondía algún fugitivo a exterminar, mientras el poeta lloraba por Chile en cada registro.

Consumido por el dolor de la patria, no por la enfermedad, Matilde le oyó susurrar varias veces: “Los están fusilando”, recostado en la cama del hospital, cuando rebotaban en las paredes los ecos de los disparos que llegaban nítidamente a la oscura habitación.

Casi sin aliento para quejarse, supo que a Víctor Jara le habían roto las manos y metido 44 balas en el cuerpo, así como el  salvaje saqueo de sus casas de Santiago y Valparaíso, llenas de recuerdos que enjugaron sus ojos.

No fue el cáncer, lento y controlado, la causa de su muerte el 23 de septiembre, sino la insoportable barbarie y enloquecida sinrazón, quienes ahogaron el alma del poeta.

Se veló el cadáver en su casa destrozada de Santiago, y a su funeral asistieron miles de temerosos chilenos, venciendo el miedo y la hostigante vigilancia militar, en la primera manifestación pública contra la dictadura que les había arrebatado la libertad.