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PERRO POLICÍA

PERRO POLICÍA

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Que nadie interprete lo que no es, porque al decir “perro policía” no pretendo insultar a los policías llamándoles perros de presa, sino referirme a los perros que utiliza la policía para diferentes menesteres, entre los que se cuenta llevarlos a las manifestaciones populares para que muerdan a los ciudadanos que piden trabajo, pan y justicia.

Por otro lado, si el perro es el mejor amigo del hombre y vemos que en su jornada laboral se dedica a morder policías, ¿podemos concluir que los policías no son hombres? Pues no. Como tampoco pueden considerarse delincuentes merecedores de sanción a los vecinos que se manifiestan en la calle ejerciendo un derecho constitucional, o a los que pasean cerca de ellas o a los curiosos que cotillean desde las aceras.

La foto que encabeza este artículo es tan elocuente que apenas necesita explicación, pero sorprende ver a un perro policía dar ejemplo de insumisión para salvar sus convicciones, viéndole clavar sus colmillos en el cuerpo de los represores, en vez de seguir la orden de morder a los reprimidos.

Si una imagen vale más que mil palabras, la estampa gráfica de ese perro policía negándose a cumplir la misión para la cual fue adiestrado, es un testimonio ejemplar de algo que no tardará en suceder en la sociedad si los políticos no detienen la máquina exprimidora.

Ese humilde perro rebelándose contra las órdenes del “adiestrador” y atacando a un policía que cumple órdenes procedentes de algún despacho donde se despachan mandatos que no debían despacharse, puede ser el camino que sigan muchos ciudadanos desesperados.

SUPONGAMOS QUE…

SUPONGAMOS QUE…

Más indignado que los “indignados”, me puse ayer a pensar en el mejor futuro que cabría imaginar para todos, haciendo reales los deseos que anidan en la gran mayoría de nosotros.

Así comencé a suponer qué pasaría si se produjera una insumisión generalizada en el país. Es decir, si los ciudadanos encargados de mantener el orden establecido por los dirigentes del sistema, dejaran las porras en casa, se vistieran de paisano y gritaran a coro con sus vecinos.

Supongamos, igualmente, que todos votamos en blanco en las próximas elecciones para gritar con silencio ensordecedor que “¡así, no!”.

Supongamos también que los jueces se remangan las puñetas y mandan a hacer puñetas entre rejas perpetuas a corruptos, politiqueros, estafadores y usureros.

Supongamos que los rescates bancarios, las indemnizaciones multimillonarias, los hurtos bancarios y las abultadas pensiones vitalicias, se entregaran al pueblo.

Supongamos que retornara a España el dinero perdido en paraísos financieros y se  recuperan los euros ocultos por fraude fiscal a la Hacienda pública.

Supongamos que desaparece la usurera banca privada y se nacionaliza el negocio especulativo financiero.

Supongamos que el gasto militar se empleara en mejorar la sanidad, promover la educación y dotar de recursos humanos y materiales a la justicia.

Supongamos que la Iglesia jerárquica cumpliera su misión redentora, poniendo su enorme riqueza al servicio de los pobres y condenando a los explotadores.

Supongamos que todos los trabajadores, privados y públicos, hicieran huelga indefinida, mientras se mantuviera el actual sistema de gobierno económico.

Supongamos, finalmente, qué pasaría si a los ciudadanos nos dierales da por tomar la Moncloa, como los franceses hicieron el 14 de julio de 1789 con la Bastilla, para acabar con este régimen, instaurando un nuevo orden social más justo, solidario, igualitario y libre, donde no existiera especulación con vidas ajenas, se repartiera equitativamente la riqueza, los más capacitados y honrados organizaran la vida comunitaria y el Estado del bienestar no fuera patrimonio exclusivo de una casta.

DE LA CONTRADICCIÓN A LA INSUMISIÓN

DE LA CONTRADICCIÓN A LA INSUMISIÓN

Llevo tiempo anunciando lo inevitable y mis palabras rebotan en las puertas de los despachos destinatarios de las mismas. He hablado sobre la necesidad de ejemplificar los sacrificios para evitar la rebeldía del pueblo, pero los políticos no se dan por enterados. He anticipado agresiones a dirigentes sociales, pero los cargos públicos mantienen tapones en los oídos. Incluso he prevenido sobre el riesgo de tomar medidas demagógicas que sólo consiguen irritar a la población.

Pero en lo que más he insistido ante el desmadre gubernamental, es en el riesgo de insumisión ciudadana que puede llevar a la quiebra del Estado de Derecho, porque las vueltas de tuerca al pueblo desde sillones aterciopelados sólo puede conducir a la desobediencia civil y militar.

La contradicción que están viviendo los policías y guardias civiles apaleando a quienes defienden sus derechos, los de esos cuerpos, enviados a reprimirlos por quienes vuelan sobre la tragedia que a ellos amenaza, no puede acabar más que en la insumisión, por mucho que amenacen con medidas disciplinarias y despidos, quienes nunca serán despedidos ni castigados.

Que la desobediencia está llamando a nuestra puerta lo acredita la insumisión de la policía alemana de Frankfurt, quitándose el casco y uniéndose a los manifestantes contra el capitalismo, que tenían orden reprimir.

Y a la insumisión de los cuerpos de seguridad se añadirán el resto de cuerpos de la función pública, hartos de soportar desprecios y recortes por parte de quienes nunca utilizan las tijeras contra ellos mismos.

INSUMISIÓN

INSUMISIÓN

El sometimiento de unas personas a la voluntad de otras es un acto de acatamiento y subordinación que sólo encuentra respuesta en la insumisión, cuando el abuso de poder excede los límites fijados por las leyes, el respeto al ciudadano, la justicia social y el sentido común.

Patxi López ha optado por la insumisión civilizada que marca el Estado de Derecho, recurriendo al Tribunal Constitucional para expresar su rebeldía a la injerencia del Gobierno central en la autogestión autonómica, argumentando que las decisiones del Ejecutivo en materia de sanidad y educación, rompen el principio de igualdad y universalidad.

Actitud que corresponde a lo políticamente correcto, sin que ello menoscabe el espíritu insurrecto que la inspira, pues su levantamiento contra el Gobierno es consecuencia directa de las quejas ciudadanas que llegan hasta su mesa de despacho, gritando ¡basta ya! a la limadura que terminará haciéndonos virutas y llevando irremediablemente a los más desfavorecidos a una insumisión menos razonable que la del lendakari.

Sublevación que está al alcance de los que ya no tienen nada que perder porque lo han perdido todo salvo la vida, y no están dispuestos a dejarla abandonada a la puerta de un hospital. Insumisión activa de quienes llegan al final del sueldo sin acabar el mes, negándose a pagar las cuotas impuestas por aquellos a los que les sobra sueldo al final del mes.

A nadie extrañaría el bloqueo de autopistas y la silicona en las cerraduras de los centros educativos públicos. No cabe sorpresa en los hospitales si quienes no pueden pagar estancia, sillón y comida toman los centros sanitarios como los revolucionarios tomaron la Bastilla. Es normal que los enfermos crónicos con salario de subsistencia se nieguen a pagar las medicinas. Parece razonable que los afectados por la ley de dependencia bloqueen la entrada en la Moncloa con las sillas de ruedas. Y no sería extraño que los desvalidos hagan valer lo que valen valiéndose de su valor.