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Etiqueta: inmigrante

CLASES DE INMIGRANTES

CLASES DE INMIGRANTES

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Inmigrante es toda persona que emigra a otro país para instalarse en él, sin distinguir a los desplazados por su color de piel, sexo, ideología o procedencia, ni establecer clasificaciones entre ellos en función de los méritos acreditados, las habilidades demostradas, el conocimiento adquirido, la cultura mostrada, el pedigrí garantizado o la cuenta corriente exhibida.

Pero la realidad es bien distinta para muchos ciudadanos, políticos, financieros y publicistas del país de acogida, empeñados en distinguir unos inmigrantes de otros, dejando clara su preferencia por los que llegan a nuestra tierra en avión privado, frente a quienes desembarcan en patera huyendo de la hambruna.

Es oficio de los sectarios sociales, condenar, explotar, abusar, maltratar, encerrar y expulsar del territorio a los desterrados de su país por la miseria, al tiempo que aplauden, agasajan, elogian, respetan y glorifican a los inmigrantes de lujo que se inscriben en los censos y abren todas las puertas institucionales para obtener permisos de residencia que se niegan a los emigrantes de cayuco.

Poned el oído en el pecho de un exiliado por el hambre para oír los latidos de su corazón, y escucharéis el grito silencioso de su soledad, la voz ronca de su queja resignada, su dolor por la marginación, el abuso de las espuelas en sus entrañas y veréis sus pupilas enrojecidas por el llanto que palpita en la jaula del pecho.

Sabed que pasean por las calles inmigrantes protegidos por su cuenta corriente, junto a desvalidos emigrantes llegados sin zapatillas, que soportan en los costillares latigazos de desprecio por los mismos que se rompen las manos aplaudiendo a millonarios balompédicos llegados al césped de los estadios, sin otro mérito que saber golpear con el pie una bola llena de aire.

CARTA DE UN INMIGRANTE A LOS REYES MAGOS

CARTA DE UN INMIGRANTE A LOS REYES MAGOS

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Desconocidos Reyes Magos:

Me dirijo a ustedes sin conocerles, pero mi vecino me ha hablado de la generosa bondad que practican, y aprovecho su venida esta noche mágica para pedirles que dejen en mi alma el consuelo de su compañía y lleven a mi familia el abrazo que desde aquí les envío, esperando que mi soledad, trabajo, dolor y sacrificio, sirvan para hacerlos sonreír.

Pido también que muevan los corazones de quienes desgarraron mi carne con agudas concertinas, de quienes comercian con mi vida, de los explotadores que abusan de mi indigencia, de los legisladores que exigen mi persecución, de los ciudadanos que temen perder un trabajo que nunca realizarán y de la indiferencia que me aísla con otros marginados en guetos abandonados a su suerte.

Pido que el color de mi piel, la religión que profeso, la cultura que mantengo, la ropa que uso, el idioma que hablo y las costumbres que practico, no sean un obstáculo para el entendimiento con los ciudadanos de la tierra donde sobrevivo entre la miseria y el desprecio de la xenofobia.

Pido ser tratado con el mimo y cuidado que se dispensa a los animales de compañía y que la actitud mantenida por estos sirva de ejemplo a mis vecinos, porque el afecto, lealtad y apoyo que recibo de mi perro es comparable en magnitud a la hostilidad y el desapego que me otorgan los seres que comparten raza humana conmigo.

Les pido, majestades, que agiten el alma ciudadana y renueven el amor evangélico de los creyentes, para que la la empatía y solidaridad alivie esta noche la soledad origen de mis lágrimas, el temblor por el incierto despertar, la pesadilla vital que me oprime, el doloroso alejamiento familiar, la pobreza de mi mesa y la falta de regalos en mis zapatos.

Pido, finalmente, a Baltasar que comparta con nosotros el cariño que hoy se le otorga, porque los de su misma piel merecemos cada día el mismo respeto y afecto que recibimos cuando lo suplantamos en las caravanas reales que hacen felices a los niños, pues los inmigrantes también tenemos corazón, familia y sentimientos que merecen un puñadito de felicidad, ayuda, cariño y comprensión.

INMIGRANITIS

INMIGRANITIS

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El duro comentario pronunciado por unas personas al pasar junto a varios hombres de raza negra que vendían en la calle sus productos, me ha confirmado que la inmigranitis es una enfermedad crónica propia de quienes padecen xenofobia, caracterizada por una inflamación persistente de la glándula insolidaria, productora de aversión enfermiza al inmigrante, cuando éste ofrece sudor y lágrimas al país de acogida.

Si el inmigrante viene a tomar el sol, dejar propinas, meter goles, llenar hoteles y consumir, es bien recibido, sin importar el color de su piel. Pero si se hacina en pisos, busca alimento en los contenedores, hace trabajos despreciables, es explotado y mendiga por las calles, entonces hay que dejarlo agonizar a las puertas de los hospitales.

Si el inmigrante exhibe tarjetas platino, juega al fútbol y toma piña colada en la cubierta de los barcos, es venerado por los súbditos nativos que les abren las puertas; pero si trabaja veinticinco horas al día realizando tareas que desprecian los aborígenes y cobra cantidades simbólicas para engañar el hambre, entonces se les mira con desprecio.

Si el inmigrante viene acompañado por un séquito de servidores y deja sin existencias lujosas tiendas, se le aplaude al salir de las galerías comerciales; pero si consigue un puesto de trabajo con papeles y gana el mismo salario que el nativo, hay que expulsarlo del territorio porque quita puestos de trabajo y arruina las divisas del país de acogida.

Si el inmigrante pasea en coches de lujo, se enriquece con dudosos negocios, blanquea bolsas negras de basura con billetes de color púrpura, entonces merece un asiento en los banquetes oficiales; pero si huele mal, va descalzo y lleva ropa ajada de empresa en empresa buscando trabajo, se convierte en intruso indeseable.

El dinero no necesita pasaporte para viajar, ni hay frontera que se oponga su paso, venga de donde venga. En cambio, el hambre muchas veces no llega siquiera a la frontera porque termina entre las algas del océano capturada en arrecifes para alimentar a los depredadores marinos o en comisarías policiales fronterizas o en centros de acogida donde el respeto brilla por su ausencia.