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CAÑETE, EL INCOMPRENDIDO

CAÑETE, EL INCOMPRENDIDO

El ministro Cañete  no merece la extrema dureza con que algunos medios de comunicación le han criticado por estar aplaudiendo verónicas gaditanas y estoconazos  en el hoyo de las agujas a morlacos,  junto al jefe del Estado, mientras las llamas flambeaban la piel de toro llevándose por delante vidas humanas y parque nacionales.

Los censores ignoran que el pobre ministro Cañete no ha tenido más opción que obedecer a pies juntos y en primera posición del saludo, las instrucciones llegadas de la Presidencia del Gobierno ordenándole que se dejara en paz de tonterías y acudiera a la corrida de toros del sábado en Cádiz.

A él, – al ministro me refiero -, le hubiera gustado cumplir con sus obligaciones y mostrar solidario espíritu, – del que va sobrado -, a las familias de los dos brigadistas muertos en el incendio, pero el que manda, manda, y no tuvo otra opción que sacrificarse viendo como los muñecos trágicos de la tauromaquia lucías sus trajes ante las reses bravas.

El ministro de Agricultura hubiera preferido controlar personalmente la evacuación de 5.000 personas en La Gomera, pero los toros, son los toros; la diversión, es la diversión; y las órdenes, son órdenes; que la obediencia y el festejo también forman parte del poco sueldo que recibe el inocente Cañete.

Sabemos que el responsable de Medio Ambiente presentó la dimisión a Rajoy por obligarle a ir a los toros, en vez de estar presente en la extinción de incendios en los parques nacionales de Garajonay, Doñana y Cabañeros, pero se olvidó enviar la carta de dimisión por tener que acompañar al rey de España en el festejo.

Eso sí, al rey nadie le obligó a ir a los toros, faltaría más. Pero acudió a la corrida porque lleva los cuernos en la sangre, para demostrarnos que esos borbónicos genes son la causa del aborrecimiento que Sofía siente por la fiesta nacional, pues bastante tiene ya con las lidias domésticas que ha sufrido en palacio.

ROSA PARKS

ROSA PARKS

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Una simple gota desesperada puede derramar el vaso de la resignación; y una chispa indignada es capaz de provocar un incendio que haga cenizas el paraíso donde habitan quienes están desesperanzándonos a todos.

Recuerdo con nostalgia el tiempo en que confiábamos en el amor para salvar el mundo. Tiempo de generosidad, entrega y sacrificio por el vecino. Tiempo de lucha solidaria por las libertades y el bienestar común. Tiempo de hacer realidad utopías inalcanzables.

Pero aquellos días de lozana mocedad y juvenil madurez en el que vivíamos al este del edén, se ha tornado en oscuro pasadizo hacia el estercolero, llevados de la mano por la indiferencia de un poder que impide la convergencia de nuestras almas. Tiempo este de ocaso y derrumbe que nos obliga a caminar entre cascotes ruinosos y jirones de vida.

¿Dónde están los herederos espirituales de Mahatma Gandhi? ¿Qué almas guardan el sueño de Martin Luther King? ¿Quién sostiene hoy la antorcha del Che Guevara? ¿Cuántos están dispuestos a mantenerse sentados frente al poder como hizo Rosa Parks?

Fue ese gesto de Rosa la chispa que desató el Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos, negándose a ceder su asiento en el autobús a un hombre blanco, sabiendo que su actitud la llevaría a la cárcel por perturbar el orden establecido por los explotadores.

Hoy no queda rastro del legado que nos dejaron estos vecinos, porque hemos dilapidado el capital humano en urnas electorales y ventanillas bancarias, sin percibir que estábamos alimentando a un monstruo que ha terminado por devorarnos sin apartar la vista de su cuenta corriente.

Hoy gobiernan el mundo todos los demonios contra los que luchamos en tiempo de entrega generosa a la redención de nuestros vecinos. Hoy nos ponemos el chubasquero para protegernos del dolor ajeno, en vez de salir a la calle a coger de la solapa a los sinvergüenzas y politiqueros que construyen su vida sobre la ruina ajena. Hoy el que tiene resuelta su vida disfruta de ella sin importarle la basura humana tirada al borde de la acera. Hoy nadie lucha por invertir el giro de la tierra y poner vertical el horizonte.

Hoy somos muchos los que echamos de menos a Rosa Parks al ver que hay más ciudadanos dispuestos a vivir de rodillas que a morir de pie.