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RESURRECCIÓN

RESURRECCIÓN

UnknownAlguien querido mío a quien un TAC dio por muerto hace unos años, ha recibido confirmación clínica de su resurrección porque las células enloquecidas han recuperado su cordura tomando la senda de la vida y aplazando su viaje al valle de Josaphat donde todos partiremos algún día.

Quienes estamos cerca de él compartimos felizmente la renovación del pasaporte vital que le permitirá seguir viajando por la vida, gracias a su vocación de permanencia entre nosotros, más que al bisturí, la radio y la quimio, aunque estos se hayan esmerado en hacer bien su  tarea.

Quienes lo hemos visto luchar contra toda desesperanza y dolor familiar, entregarse con fe a su propio renacimiento, poner su voluntad incondicionalmente al servicio de la vida, dibujar sonrisas en el llanto de los demás y testimoniar con su sacrificio el deseo de vivir, sabemos que merece la resurrección.

Como las palabras tienen la fuerza de convicción que les otorguemos y la realidad se sustenta por sí sola, no voy a deciros que metáis los dedos en las llagas de su alma como santotomases, pero creedme si os digo que la enfermedad ya descrita en los papiros egipcios, hoy puede vencerse si el paciente pone voluntad en la victoria.

Así ha hecho este resucitado, soplando las letras prematuramente esculpidas en su lápida, desterrándolas a la nada, mientras el coro de amigos le cantamos coplas de bienvenida al mundo de los mortales, del que fue apartado por caprichosa voluntad de una irregular partición celular que la ciencia y él han corregido.

SUPERSTICIOSOS, DEÍSTAS Y ESCÉPTICOS

SUPERSTICIOSOS, DEÍSTAS Y ESCÉPTICOS

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La clasificación en creyentes, ateos y agnósticos que habitualmente se hace para distinguir a quienes tienen fe de los que carecen de ella o declaran inaccesible su entendimiento al conocimiento de todo lo divino que trasciende la experiencia, tiene su réplica en el encasillamiento de seres humanos en supersticiosos, deístas y escépticos.

Pertenecerían al primer grupo quienes tienen creencias fetichistas contrarias a la razón, fe desmedida y certidumbres ajenas a la fe religiosa que dicen profesar, traducido en adoración de imágenes, veneración de ídolos ancestrales, intercambio de sacrificios por favores y beneficios, prosternación ante reliquias, conservación de amuletos, imploración a estampas, participación en ritos y atribución de explicaciones mágicas a fenómenos no explicados por la ciencia.

Los deístas reconocen la existencia de un ser superior creador del mundo, el universo y la naturaleza, pero sin admitir revelaciones divinas ni realizar cultos externos a la deidad que aceptan, reafirmando la existencia de Dios, creyendo en la inmortalidad del alma y aceptando complacidos las consecuencias de todo ello.

Finalmente, los escéptico profesan desconfianza y duda de supuestas verdades, afirmando que estas no existen, pero que si existiera casualmente, el ser humano sería incapaz de conocerlas, lo que al escéptico impide tomar partido por tales cuestiones, necesitando para ser virtuoso más motivos que el deísta y la razón que le falta al supersticioso, creyendo solo aquello que la razón y la experiencia ponen delante de sus sentidos.

IMAGENOFOBIA

IMAGENOFOBIA

 

IMAGENOFOBIA

No voy por el camino de la iconoclasia ni creo que los iconoclastas vayan con la brújula bien orientada, porque no se trata de romper artísticas imágenes religiosas ni de perseguir a quienes las veneran, como en el siglo VIII hicieron los bizantinos con León III a la cabeza, destruyendo todas las representaciones de Jesús, María y miembros del santoral, de forma radical e indiscriminada. No, no se trata de eso.

Pero no me parece lejano del sentido común rechazar el culto y veneración de imágenes, pues tal actitud tiene más de idolatría que de latría, aunque los católicos que practican semejantes reverencias estén en desacuerdo con el fetichismo que condenan, sin saber que lo practican.

El ser divino o esencia divina que adoran como deidad es merecedor de latría, o sea, de la reverencia y adoración que se tributa a Dios. Pero queda para los pueblos primitivos el culto a los fetiches, ídolos u objetos a quienes atribuían poderes sobrenaturales.

Declararse imagenofóbico – aunque el diccionario no incorporé esta voz – no es un delito, sino el primer síntoma de salud mental religiosa y compromiso teológico, pues la tarea de pintores y escultores no debe llevarse a la divinización mística ni concedérsele más méritos que los artísticos, si los tuviera.

Por otro lado, esos rostros sanguinolentos, esas coronas de espinas, esos latigazos y cuantas torturas se han representado siguiendo la voz de  algunos evangelistas, no son del todo verdad porque no se infligían torturas ante la pena de muerte.  A los romanos les bastaba con burlarse de sus víctimas disfrazándolas de payasos o de reyes. Los investigadores consideran que las torturas fueron descritas por los evangelistas para satisfacer las profecías bíblicas que hablaban de un futuro Mesías escarnecido y torturado.

Sin pretender vulgarizar sentimientos ni herir la sensibilidad de los creyentes celestiales, recuerdo a los adoradores de imágenes que los tallistas y pintores utilizaban en muchos casos como modelos para sus cristos, vírgenes y santos, a familiares y personas reales – no siempre de honrada condición social – para facilitarse la tarea.

Esto nos lleva a preguntarnos  sobre la cara que pondrían los fieles si supieran que sus lágrimas, peticiones y rezos van dirigidas al  “malafacha”, “isoponcia” ,“pichote” o “Pepa la malagueña”, que tantas veces consoló ardores a Fernando VII. Tallas policromadas que una vez bendecidas y santificadas por el la capa pluvial y el hisopo se hicieron hueco en los altares, reservándose Juan de Juni, Berruguete, Salzillo, Carmona, Montañés, Mesa, Mora, Benlliure o Ávalos, la identidad de sus modelos o descubrirnos que fueron esmerado fruto de su imaginación.