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RACISMO

RACISMO

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Denuncia un periódico que rebrota el fantasma del racismo como exacerbación de la raza, sentida por el grupo étnico dominante que persigue etnias consideradas inferiores por ellos, llegando el racismo a confundirse en algunos casos con la xenofobia que odia, repugna y hostiga a los extranjeros, aunque uno y otra vayan por caminos paralelos sembrando dolor y lágrimas con sus espuelas.

No se quedan los racistas en defender la existencia de diferentes razas, además se atribuyen gratuitamente la superioridad y el derecho a exterminar a los ciudadanos que pertenecen a otra raza, casta o linaje, sin justificar moralmente los abusos cometidos en nombre de inexistentes derechos de fumigación.

Advertimos que no es la corrupción, ni el crimen histórico, ni el deterioro del medio ambiente o los pecados capitales, las mayores vilezas cometidas por el ser humano, sino el racismo que cubre de tinieblas la Tierra como plaga bíblica enviada a pieles de color diferente, masacradas por los racistas a machetazo limpio.

Epidemia que impunemente corroe el tejido social humano y denigra la raza única a la que todos pertenecemos como bípedos racionales, sin que los verdugos reciban el castigo que merecen por burlar leyes, quebrantar declaraciones universales, doblar varas de la justicia y conculcar valores eternos que justifican a la raza humana que a todos nos define.

Solo puede reafirmar el sentimiento de pertenencia a una tribu racista aquel que  mantiene su espíritu entre los dinosaurios; solo el inculto se sostiene hormigonado al primitivismo de los clanes neolíticos; solo el déspota usurpador expulsa a otros terrícolas de la Tierra que a todos pertenece, abanderando su etnia y atribuyéndose poderes que nadie le ha otorgado.

Oculta el racismo un odio injustificado a supuestas razas inferiores creadas por los razzistas, argumentando falsas e inexistentes razones para aniquilar pieles descoloridas, ennegrecidas o aceitunadas, que solo existen en cerebros irracionales y desestructurados, con perfiles de miseria moral, enajenación mental perpetua y escarcha en las venas.

ESO, INSTINTO BÁSICO

ESO, INSTINTO BÁSICO

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Poco esfuerzo mental se necesita para comprender que los instintos son pautas de comportamiento que, en los animales, contribuyen a la conservación de la vida del individuo, aunque este juego de palabras que los académicos se han sacado de la manga no aclare a qué se refieren los sabios que han llegado a tal definición sobre aquello que determina el comportamiento humano.

Sobrevivir y reproducirse, es decir, comer y copular, son las dos funciones instintivas básicas que realiza el ser humano siempre que puede, porque en ellas se fundamenta la perduración personal y de la especie, produciendo ambas acciones indescriptible placer a las personas que las practican.

El irracional, antihumano, contranatural y conculcado voto de castidad impuesto a religiosos, religiosas y laicos votivos es, además, contrario al mandato divino de “creced y multiplicaos” y al deseo de Jesús que eligió al casado San Pedro como apóstol cabecera (Mc. 1, 29-31), demostrando la experiencia que puede más el instinto de reproducción en muchos clérigos y monjas, que las normas religiosas y los mandatos eclesiásticos.

El gozoso afán de los humanos por practicar el sexo, pocas veces se ejerce con intención de reproducir la especie, sino de obtener el gratificante goce carnal que produce, al que los seres racionales nos entregamos con oficio y gusto en todo tiempo, para diferenciarnos de los irracionales que solo practican el coito en época de celo.

ROUSSEAU A LA PALESTRA

ROUSSEAU A LA PALESTRA

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Hay quien parafraseando a Rousseau se atreve a decir que el ser humano es bueno por naturaleza, pero que el poder lo corrompe, como si se tratara de un virus sin tratamiento alguno, cuando la realidad es que la honradez mamada en la cuna y nutrida con honestidad en la madurez, evita el contagio de tan peligrosa enfermedad.

La iniquidad comenzó con el primero que dijo «esto es mío y solo mío», dando origen a la propiedad privada, y con ella a la sociedad que padecemos, caracterizada por el gobierno de un grupo de poder plutocrático formado por agentes depredadores, capaces de quitarle caramelos a los huérfanos y sillas de ruedas a los inválidos.

En “El contrato social”, el ginebrino Juan Jacobo dejó muy claras las condiciones del pacto que vincula y une a gobernantes y gobernados, afirmando que el régimen menos imperfecto es el democrático, en el que todos los ciudadanos participan de la soberanía, sometiéndose la libertad a las leyes.

Bonito proyecto que la privilegiada minoría de gobernantes se encarga de entorpecer, aunque se les llene la boca con la palabra democracia sin percibir que los hechos contradicen sus mentiras, considerando que el pueblo padece una enfermedad colectiva incurable, cuyos síntomas principales son la sordera, el silencio y la resignación a un destino que no merece.

Lo que ignoran algunos iletrados déspotas que nos gobiernan es que las ideas ilustradas del ilustrado despotismo, prendieron la mecha de la revolución burguesa que dio al traste con el despotismo absolutista generador del nepotismo y la desigualdad social, por abuso de las pelucas aristocráticas.

CARIDAD Y SOLIDARIDAD

CARIDAD Y SOLIDARIDAD

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Pobreza

La natividad del Señor que esta noche celebran los creyentes por mandato litúrgico, es también aprovechado por los infieles descreídos para hermanarse con los vecinos, con mutuos deseos de felicidad, estando los primeros movidos por la caridad y los segundos por la solidaridad.

Caridad y solidaridad son raíles de cristiandad y laicidad unidos por traviesas de amor al prójimo y empatía con el vecino, por donde circula el tren humanitario revestido de mandamiento divino o solidaridad comunitaria, ambos ocupados en la liberación de los pobres, desfavorecidos y olvidados por una sociedad más preocupada por la calidad del chocolate que por la hambruna en chozas africanas y chabolas europeas.

Es la caridad virtud teologal cristiana que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo, estando dispuestos los creyentes a dar la vida por los hermanos amándolos como Cristo los amó y redimió del pecado condenatorio sacrificando su vida en una cruz, en nombre de su misericordioso Padre celestial, permitiendo a los hombres y mujeres ganar el cielo y la felicidad eterna.

En cambio, la solidaridad es capacidad laica del ser humano para entregarse a los vecinos, sin distinción de raza ni condición alguna, compartiendo con ellos su hogar, alimentos, sentimientos y abrigo, sin pensar en beneficios extraterrenales consecuentes a esa actitud, recibiendo a cambio la satisfacción personal por una generosidad que dignifica a la persona y ennoblece la raza humana.

Por eso, quienes esquilman al vecino, permiten su indigencia, provocan la miseria o se desentienden de su hambruna, tienen poco de cristianos o de humanos, al carecer de la solidaridad laica o caridad cristiana que llevan al espíritu humanitario redentor de miseria en que viven los seres de su misma raza.

El amor al prójimo que aparentan profesar muchos poderosos que se dan golpes de pecho en los reclinatorios de las iglesias con la mano derecha, mientras dañan al vecino con la izquierda enviándole a las tinieblas sociales, está dando paso a la solidaridad popular de quienes practican un humanismo liberador, amparado en la empatía comprometida al servicio de los desfavorecidos.

DESOBEDIENCIA CIVIL

DESOBEDIENCIA CIVIL

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La desobediencia civil, consecuencia de la objeción de conciencia, es el rechazo de las personas a cumplir determinadas leyes y órdenes, por considerarlas contrarias a sus convicciones personales forjadas en principios éticos o religiosos. Fundamentos disconformes con exigencias impuestas por leyes y mandatos externos, que determinan la desobediencia civil del objetante, sin cometer delito por someter ordenanzas humanas a dictados naturales de la conciencia.

Eso ha hecho el bombero que ayer se ha negado a cizallar las cadenas de acceso a la vivienda de una anciana de 85 años que iba a ser desahuciada, ante la cara de asombro de los policías y agentes judiciales que reclamaron su presencia, y el aplauso de los ciudadanos solidarios que se oponían al desahucio. Nuevo brote verde de rebeldía e insumisión a órdenes que pretenden malversar la conciencia personal de cada cual,  preludio de próximas desobediencias si las autoridades se empecinan en seguir por el camino que han tomado.

La Constitución recoge en su artículo 30 este derecho ciudadano, pero sólo en el ámbito del servicio militar, olvidando que la conciencia personal va más allá de negarse a disparar balas contra otro ser humano, porque existen otras formas de matar o mutilar al vecino, sin necesidad de pegarle un tiro en el pecho o volatilizarlo de un bombazo.

¿Puede obligarse a un cirujano a dejar abandonado en la puerta del quirófano a un enfermo sin “papeles”? ¿Debe condenarse a un soldado por negarse a cumplir órdenes de matanza opuestas a su conciencia? ¿Merece castigo un bombero por cumplir su código deontológico, desobedeciendo mandatos que considera inmorales?  ¿Puede inhabilitarse a un policía por negarse a golpear ciudadanos que piden pan, trabajo y justicia o apartarle del servicio por disparar al aire pelotas de goma en vez de hacerlo a los ojos de quienes defienden los intereses del propio policía que los mutila? ¿Puede obligarse a un juez a dictar sentencia de desahucio contra un desposeído, basándose en una ley añeja que colisiona con su ética personal y su desacuerdo legal?

La objeción de conciencia provoca una dolorosa confrontación entre dos normas desiguales en su ámbito de influencia, pero con igual mérito, validez e influencia sobre las personas: la norma legal impuesta por la sociedad; y el código ético personal que determina los comportamientos individuales.

Existe un choque frontal entre el derecho objetivo y la norma subjetiva. El primero con más tinte de racionalidad que el segundo, aunque éste aventaje en convicción y compromiso al primero, amparándose en la Declaración de los Derechos Humanos y en  decretos naturales contrarios a ordenanzas legales, sean éstas las que fueren.

Los que pretenden someter la objeción de conciencia a las leyes comunes, alegando los valores democráticos que las dictan, olvidan que los ciudadanos no estamos sometidos a la disciplinas contrarias a nuestro código moral de conducta, ni obligados a claudicar ante el patrioterismo de poltrona y chequera, pretendido por demagogos que llenan sus bocas con palabras que contradicen los comportamientos y actitudes que manifiestan.

Los demócratas hemos de acabar con esa lacra de patrioterismo y democratismo, con que pretenden adoctrinarnos y domesticarnos para evitar la rebelión y acrecentar la sumisión, a base de amenazas, pelotazos, garrotazos y leyes que benefician a los mantenedores del sistema.

Quienes dan las órdenes no siempre tienen razón, y es obligación ciudadana oponerse a ellas cuando el daño que generan a los vecinos lo aprovechan unos cuantos pescadores en este río revuelto cargando las redes de beneficios personales que aliviarían poblaciones enteras, como es de todos conocido, sin necesidad de dar nombres de los depredadores, porque están en boca de todos.

¿CUÁL ES EL ERROR COMETIDO?

¿CUÁL ES EL ERROR COMETIDO?

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La excepcionalidad de algo que debería ser normal en la vida política, ha provocado el aplauso de quienes han consolado su decepción monárquica con inexistentes disculpas de un rey, pues no ha pedido perdón ni ha explicitado los errores cometidos.

Al declarar el monarca que siente lo sucedido sin aclarar qué ha pasado y confesando al mismo tiempo la comisión de un error ocultando cuál ha sido la equivocación, anula el valor que pudiera tener el propósito de enmienda prometido al pueblo.

La obviedad de algo no consuela la razón al tratarse de una verdad evidente, pues el error es una cualidad del ser humano. Todos erramos, incluidos reyes, papas y dogmáticos fundamentalistas. Por eso, el reconocimiento genérico de haber consumado una falta carece de validez, si no va acompañado de la explicitación del delito cometido.

Lo que deseamos saber los súbditos es el desmán que el rey considera haber perpetrado, no la aceptación abstracta de un error, porque eso ya lo sabemos, sin que nos lo diga con voz aparentemente arrepentida, aconsejándole pensar antes de actuar y no disparar sin haber apuntado antes, por mucha afición que se tenga a la caza.

¿Se ha equivocado el rey por recrearse matando animales durante toda su vida o por privar de la vida en este caso a una especie protegida?

¿Se ha equivocado el rey por irse a la caza de un paquidermo en lejano país o por aceptar la invitación de un empresario con negocios en España?

¿Se ha equivocado el rey por ocultar a los vasallos sus andanzas y cacerías o por tropezar con un escalón y caerse al suelo a las cuatro de la mañana?

¿Se ha equivocado el rey por decir que los jóvenes parados le quitan el sueño o por transgredir el “comportamiento ejemplar” que pide a los demás?

¿Se ha equivocado el rey por aceptar el premio a la caza del oso pardo o por operarse en un hospital privado inalcanzable a los fieles tributarios?

Mientras el rey no confiese el error que considera haber cometido, seguiremos sin saber cuál es la falta que ha prometido no volver a cometer. Pero me temo que eso nunca lo sabremos porque la renovada adhesión monárquica de políticos, tertulianos y columnistas, nos impedirá conocer la respuesta.