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Etiqueta: homosexualidad

ARDENTÍA ISABELINA

ARDENTÍA ISABELINA

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Del borbónico Fernando VII se ha dicho todo lo malo que podía decirse, porque este rey felón, además de cínico, fue traidor, cobarde, servil, asesino, mandón e incumplidor de la ley Sálica que saltó a la torera con reajustes, para ceñir la corona en la cabeza de su hija Isabel, al no tener descendencia masculina. Efectivamente, la tatarabuela de nuestro rey Juan Carlos usurpó el trono a su tío Carlos María Isidro de Borbón, hermano de su padre y heredero legítimo a la sede real, según cuentan los cronicones.

Por razones endogámicas de Estado, Isabel II fue obligada a casarse con su primo el infante Francisco de Asís de Borbón, convirtiendo a su tío Francisco de Paula en suegro y escandalizando al pueblo sabedor de la homosexualidad de su marido, que tuvo cien novios ocasionales, cifra inferior a los amantes que pasaron por la alcoba real de Isabel.

Tras ser desflorada la niña por el garañón Olózaga, alivió los ardores de la ninfómana reina su maestro de letras Ventosa, que dio paso al profesor de canto Frontela. Pasaron luego por el tálamo real: el compositor Arrieta, los cantantes Mirall y Obregón, antes de beneficiarse al secretario Tenorio y los marqueses de Bednar y de Linares. ¿Suficientes vaivenes para la reina? Pues no.

También alivió a la señora el gobernador de Madrid Carlos Marfori, su administrador y secretario Altmann, y un ejército completo de soldados ardientes, iniciado por los Generales Serrano y O’Donnell, el coronel Gándara, los capitanes Arana y Ramiro y el teniente de ingenieros Puigmoltó, padre del rey Alfonso XII.

El bisabuelo de nuestro rey, Alfonso Puigmoltó y Borbón, fue registrado como Alfonso de Borbón y Borbón, por generosidad de Francisco de Asís que accedió a darle su apellido, presionado por extrañas razones de Estado. Insaciable reina que transmitió su ardentía sexual a varias generaciones de Borbones, comenzando por su hijo Alfonso XII.

AGGIORNAMENTO DEL PAPA FRANCISCO

AGGIORNAMENTO DEL PAPA FRANCISCO

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El bondadoso papa Juan popularizó el término italiano aggiornamento al convocar el Concilio Vaticano II, expresando así su deseo de actualizar la iglesia como objetivo fundamental de aquella gran asamblea católica, para adaptarla a las exigencias de los tiempos que corrían.

Tal proyecto no fue posible porque las reformas afectaron solamente a cuestiones menores de carácter ritual, estético y formal, relacionadas con la liturgia y la pastoral, como fue poner al oficiante eucarístico de cara a los fieles, celebrar los actos religiosos en la lengua oficial de cada país, vestir a los curas de paisano, incrementar la participación de los fieles en la liturgia y pocas cosas más.

Los cambios esenciales no llegaron porque la Iglesia mantuvo los dogmas en su sitio y la doctrina intocable, permaneciendo alejados de la realidad que pretendían adaptar. Algo que continuará si el papa Francisco no lo remedia, revisando dogmas, actualizando doctrina, alejando la Iglesia del poder y acercándola a los pobres.

En varias ocasiones ha pedido la Iglesia perdón por los errores cometidos en el pasado, pero como la jerarquía persista en mantener dogmas seculares, enroscarse en la doctrina, negarse a dar testimonio de pobreza, oponerse al control de la natalidad, defender el celibato sacerdotal, alejar a la mujer de mitras y casullas, condenar la homosexualidad y negar a los seglares el protagonismo litúrgico, dentro de unos años se arrepentirá y tendrá que solicitar de nuevo perdón por sus errores.

JUECES GARANTES DE FUTURO

JUECES GARANTES DE FUTURO

El magistrado de la Audiencia Provincial de Barcelona, Santiago Vidal,  declara que sólo el 10% de los togados y acusadores públicos pertenecen a las asociaciones Jueces para la Democracia y Unión Progresista de Fiscales, formando parte la gran mayoría de ellos del grupo conservador de la judicatura y la fiscalía, haciendo pensar a muchos que la ideología de magistrados y fiscales condiciona acusaciones y sentencias.

Si a esto añadimos que una tercera parte de los jueces pertenece al Opus Dei, las dudas se confirman cuando uno de estos magistrados tiene que juzgar cuestiones relacionadas con la homosexualidad, el aborto o el divorcio, por citar tres ejemplos entre los muchos que afectan a creencias religiosas o ideología política de los enjuiciadores.

Tal vez, esta circunstancia explique algunas sentencias que sorprenden a todos, incomprensibles prescripciones de delitos y apelaciones eternas sin resolver, que provocan el descontento popular con este colectivo, como refleja el Centro de Investigaciones Sociológicas al declarar que los jueces forman el colectivo peor valorado por la opinión pública, después de los políticos.

El magistrado Vidal reconoce que tal demérito se lo han ganado los jueces a pulso por méritos propios, pidiendo a sus colegas un ejercicio de autocrítica, porque bajo el axioma de la imparcialidad han confundido independencia con autismo, viviendo en una burbuja sin contacto con la ciudadanía para evitar contaminaciones.

Todos los ciudadanos suscribimos las propuestas de don Santiago, sin discusión ni reserva alguna: 1ª: Que los jueces bajen del limbo en el que viven; 2ª: Prohibir a los bancos con déficit repartir dividendos entre sus accionistas; 3ª: Boicotear a las entidades que practiquen desahucios sin comprobar el contrato del hipotecado; 4ª: Regularizar la eutanasia; y 5ª. Exigir a la UE la unificación de sus sistema fiscal, bancario y financiero.

Si todos los jueces pensaran de esta manera; si actuaran contra la corrupción como esperan los ciudadanos que actúen; si se despojaran de ideologías políticas; si aparcaran  creencias religiosas; si la autocrítica formara parte de su doctrina; si su independencia no estuviera contaminada; y si pincharan la burbuja en que viven, incardinándose con el pueblo, tendríamos garantizado el futuro.

LA MUERTE SALIÓ A SU ENCUENTRO

LA MUERTE SALIÓ A SU ENCUENTRO

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Acabo de enterarme casualmente por boca de un amigo, que hoy se cumple el primer aniversario de la muerte de José Luis Martín Vigil y lo primero que se me ocurre es lamentar haber tenido noticia de su fallecimiento un año después de ocurrido éste.

Fue el padre Martín Vigil guía espiritual de quinceañeros extramuros de la tapia, que llegó a mi oscura adolescencia del Infanta, sin él pretenderlo ni saberlo. Y lo fue por su novela “La vida sale al encuentro”, escrita para mozuelos en años de sueños redentores, soledades del alma y liturgias diarias, a la espera de castos y románticos amores con alguna niña que se pareciera a Karin, buscando entre los compañeros del colegio algún amigo tan noble Pancho y anhelando un padre Urcola que sustituyera al cura Esteban.

Crecido ya en cuerpo y madurada el alma, volví en años de sosegada increencia a leer la novela y me reservo la opinión que ya me produjo, porque prefiero conservar intacto el recuerdo adolescente que dejaron sus páginas en mi desorientado espíritu durante los años de internamiento.

No fue sólo a mí, pues su treintena de ediciones ayudaron a miles de jóvenes de varias nacionalidades a salir al encuentro con la vida, cuando los clérigos bombardeaban nuestro cerebro a base de amenazas infernales, el dictador pintaba cacería y naufragios en El Pardo, los maestros nos metían las letras a reglazo limpio y la censura robaba besos de las películas.

No supe más de Martín Vigil hasta que hace unos años lo encontré de nuevo en su “Estación término”, preparándose para el gran viaje que no tardaría en llegar, abandonado por todos y lamiéndose las heridas que en su alma dejaron la homosexualidad que siempre ocultó y las continuas acusaciones de pederastia.

Bestsellerista como ningún escritor de la época a pesar de su mediocridad literaria, nos ha dejado una veintena de novelas, con mérito algunas de ellas de comprometerse con la realidad social que muchos se negaban a ver y otros guardaban en sacristías, redacciones de periódicos y sindicatos verticales.

Quiero pensar, – porque así lo quiero pensar, aunque razón me falte -, que fue un buen hombre capaz de ilusionar a muchos jóvenes en tiempos de sequía, al que la Iglesia y los medios de comunicación condenaron a muerte en vida y ocultaron la desaparición del finado en su bragueta.

“Sólo deseo, – escribió en su testamento -, la cremación y la consiguiente devolución de mis cenizas a la tierra, en la forma más simple, sencilla y menos molesta y onerosa. Pasad, pues, de flores, esquelas, recordatorios y similares. Todo esto es humo. Sólo deseo oraciones. De este modo, sólo me llevo lo que me traje: mi alma.».

75 AÑOS SIN LORCA

75 AÑOS SIN LORCA


Hace 75 años, la locura colectiva de un pueblo de cabreros impidió que fuera posible la esperanza en el paraje Fuente Grande, donde el encanto, la gracia, el donaire y el duende, rodaron por el suelo. En aquel lugar abandonado de temblores y sin límites esclarecidos en los desagües, fue horadada la sangre, tiñendo de amapolas el pecho y las sienes perforadas del irrepetible poeta de los gitanos.

No culpemos al viento del llanto, sino a los falangistas que abuchearon la homosexualidad del poeta en el estreno madrileño de Yerma, cuando hubiera bastado un golpe reiterado de la sed para salvar la pena de los negros que esparcieron su dolor en las calles abandonadas del Harlem neoyorquino.

El agua de los manantiales pudo disolver el plomo, pero no quiso. Pudo convencer a la tierra removida, y prefirió el sumidero. Pudo alentar la memoria y optó por la fosa común. Pudo salvar arpegios, máscaras y versos, pero consintió el fusilamiento.

Nada fue posible aquella madrugada ciega, porque el tiempo olvidó distraer las hojas del calendario y llevar, con puntos de ola,  su vida a los rascacielos en la ribera donde el Hudson sigue emborrachándose con aceite.

Nadie se esforzó por evitarlo, ni siquiera la sombra patrimonial de los gitanos fue capaz de contener la realidad desnuda en las sombras, cuando el  mundo ancestral del Sacromonte se adelantó unos pasos, en el espejo del agua, para no verse desvalido en la patena ondulante del aljibe.

Mirando ahora la Fuente, el agua moja sus manos en el polvo que perdura, sin ser el  mismo túmulo irisado de azabache suplicante que vio rodar en el barranco carcomido el arco iris, en dirección a las cloacas.

Al mismo tiempo, el roce del gatillo partió en dos la historia, entre una algarabía de grillos dispuestos a enfermar setenta y cinco años de insomnio trajeado de luto entumecido.

Ahora son los montes, el olivar y la Fuente, aquellos mismos, su territorio, pero están ciegos. Ya no hubo más luna que la inventada por el poeta, aunque él nunca supo nada del milagro, igual que un pétalo perfumado ignora quién lo huele.

El agua se hizo sangre y habitó entre nosotros, presagiando coplas en los corredores domésticos y pespunteando, con hilos de azufre, jazmines albaicineros en los orificios transeúntes por donde circulaba el plomo, antes de que todo, en el espacio, se hiciera silencio.

Porque, entre Alfácar y Víznar, no fue posible la esperanza.