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GABO HABLA DE SU OBRA

GABO HABLA DE SU OBRA

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Al cumplirse hoy tres meses del fallecimiento de Gabo, el señor de Macondo nos habla de su obra literaria diciéndonos que su novelista preferido fue el escritor griego Sófocles, calificando su tragedia “Edipo Rey” como la mejor novela policiaca que se ha escrito en todos los tiempos.

En cambio, para sorpresa de propios y extraños, un día declaró en Radio Habana que su mejor libro era “El coronel no tiene quien le escriba”, asumiendo como desdicha el haber escrito “Cien años de soledad” leído por tanta la gente y reclamado en Estocolmo el 21 octubre 1982, para recibir el Nobel de Literatura con traje campesino.

Reconoció Gabo en la Revista de la Unesco, que toda su obra era fruto de la nostalgia. Nostalgia de su país y nostalgia de la vida, porque tuvo una infancia extraordinaria, rodeada de personas de gran imaginación y cargadas de supersticiones, personas que vivían en medio de una realidad, como embrujada y cargada de fantasmas. Su abuela le contaba de noche, de la manera más natural del mundo, cosas aterradoras para él que luego transformó en fantasías sobre su vida.

Así contó el nacimiento de Macondo a Vargas Llosa en 1967: “Fue la vez que regresé con mi madre a Aracataca, el pueblito donde yo nací. No quiero decir que Aracataca es Macondo. Para mí es el pasado y, bien, como a ese pasado hay que ponerle casas y calles, temperatura y gente, le puse la imagen de ese pueblo caluroso, polvoriento, acabado, arruinado…, un pueblo que se parece mucho a los pueblos del sur de los EE.UU. Ahora, el nombre de pueblo sale de una finca de bananos que estaba muy cerca y que se llamaba Macondo”.

La gran adivinanza para Gabo, se escondía en las buenas novelas que debían descifrar los críticos, no siendo deber de los escritores conservar el lenguaje sino abrirle camino en la historia, mientras los gramáticos revientan de ira con los desatinos de escritores que los del siglo siguiente recogen como genialidades de la lengua.

Concluyó pidiendo tranquilidad a sus millones de lectores, porque volvería a encontrarse con ellos en el tercer milenio, donde él seguiría interesado en escribir libros, pero sin publicarlos.

DULCE MARÍA LOYNAZ

DULCE MARÍA LOYNAZ

Loinaz

Aunque inevitable la muerte y doloroso el recuerdo, es obligado evocar el olvido de los “pocos sabios que en el mundo han sido”, pero gratifica más conmemorar la venida al mundo de las personas que han dejado huella duradera entre nosotros, como sucede con la poetisa cubana Dulce María Loynaz, que hoy cumpliría 111 años de vida, si la parca no hubiera hecho de las suyas con el romántico corazón de la soñadora.

Quiso María de las Mercedes llamarse Dulce María, porque fue dulce su sentimiento, miel su nostalgia, ambrosía sus versos y néctar su poesía, haciendo universal la lírica que inició su andadura recostada en el malecón de Habana, tejiendo melancólicas esperanzas en noches redimidas de luz, mientras rescataba la belleza de la vulgaridad diaria.

Viajera incansable por diferentes países hasta hacerse isleña canaria adoptiva, recordando el primer poema de su alma que vio la luz en La Nación a sus juveniles diecisiete años, sin haber pasado por aulas escolásticas formales, antes de doctorarse en leyes y sentir la fascinación del asombro ante la tumba de Tutankamón.

La revolución cubana llevó a Loynaz a un largo exilio interior en el caserón familiar del barrio habanero El Vedado, donde su apoliticismo la mantuvo alejada del nuevo régimen isleño, y en ese rincón permaneció a pesar de las invitaciones recibidas para abandonar su Cuba natal y residir en España, sin dejarse persuadir por la oferta.

A las reuniones intelectuales celebradas en su casa asistieron amigos suyos que fueron maestros literarios como García Lorca, Juana de Ibarbourou y los Nobel Gabriela Mistral y Juan Ramón Jiménez, con quienes se reencontró en la eternidad el 15 de abril de 1997, cuando un paro cardiorrespiratorio decidió terminar con sus 94 años de vida.

VENTANA AL MUNDO

VENTANA AL MUNDO

Hoy se cumplen 55 años de aquel lejano domingo 28 de octubre de 1956 cuando se encendieron las cámaras de Televisión Española para enviar las primeras imágenes a la media docena de aparatos receptores importados que había entonces España, porque los Philips, Telefunken y Grundig  iniciales no se fabricaban aquí, y sólo estaban al alcance de muy pocos afortunados.

Por eso tantas narices se pegaban a los cristales de los escaparates en las tiendas de electrodomésticos. Eran gratuitos cines mudos en las vías públicas, donde nos agrupábamos  hasta las diez de la noche, hora de recogida para oír en familia el “parte”, fraudulento y propagandístico diario hablado teledirigido desde El Pardo por la mano del dictador.

La radio permitía que cada uno permaneciéramos alrededor de la camilla, en nuestro sitio, pero con la televisión llegaron los codazos, las riñas entre hermanos por ocupar el mejor sitio permitido, se forzaron las posturas  y se cambiaron las posiciones, pero el sillón patriarcal ocupaba un lugar privilegiado.

Recordemos que la primera presentadora de éxito fue la joven, hermosa, simpática y cercana Rocío Espinosa, que se haría famosa con el nombre de  Laura Valenzuela. Digamos también a los posmodernos que en aquellos tiempos heroicos todos los programas se hacían en directo dentro de la “caja de zapatos” situada en el Paseo de la Habana.

Los aficionados al fútbol deben saber que el partido del Madrid contra la Fiorentina celebrado  en 1957 fue grabado en Florencia. Matías Prats salió del estadio a uña de caballo hasta el aeropuerto, se montó en un avión con los rollos bajo el brazo, se revelaron éstos en Madrid  y se emitió el partido por la tarde. Para que llegara el primer directo tuvimos que esperar hasta el 15 de febrero de 1959 para ver el Real Madrid – Barcelona.

La primera película emitida contaba la romántica historia de una emperatriz llamada Sissi. Y la puerta a los play-back  fue abierta en 1958, por Gustavo Pérez Puig, divulgando Zarzuelas.

Desde entonces el receptor de televisión ha ocupado un lugar privilegiado en todos los hogares españoles. Su pantalla es una ventana abierta al mundo donde la cultura tiene cada vez menos cabida, la información objetiva brilla por su ausencia, la manipulación campa por sus respetos y la basura se expande por los rincones de las casas contaminando el cerebro de muchos españoles, con un hedor a podredumbre que espanta al más común de los sentidos.

Por eso, cada día es mayor mi añoranza por aquellos magníficos programas que ocuparon mis horas juveniles frente al televisor, porque a ellos debo una parte de lo que soy. Los Balbín, Serrano, Puig y tantos otros me dejaron imborrables recuerdos de La Clave, A Fondo de 1976, Estudio-1, La Zarzuela y otros que alientan la esperanza de que algún día borren de la pantalla todo lo que ahora sobra por la deformación mental que genera.