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SALVADA DEL OLEAJE

SALVADA DEL OLEAJE

Anamar

Debemos carta a quien nos envía sonrisas azules y abrazos pespunteados en crestas de mansas olas, portando nostalgias volanderas a la playa sobre espumas sombreadas con silueta mecida entre ellas, gozando melancólica de los jarales serranos.

Esto hace quien fue salvada del oleaje cuando la tempestad de la vida hizo naufragar la goleta donde navegaba acompañada por un timonel que la dejó abandonada con una vía de agua en el alma, imposible de restaurar en astillero alguno, hasta que la mar ahogó el insomnio en la almohada del agua, devolviéndole la sonrisa.

Sirena del Mediterráneo, que guarda confidencias acuosas de luminosos amaneceres en playas desiertas, donde su huella deja palabras como testigo de íntimas conversaciones, paseando sobre la arena cálida que lisuriza la playa, al tiempo que certifica el paso de la sirena adoptiva recordando el corazón que abandonó en la sierra.

Mar que inunda la ventana de luz donde sueña con recuperar cuanto tuvo, mereciendo el privilegio de los afortunados con la mirada azul que le devuelve la vida compartida hoy con el abandono del agua, donde sumerge la esperanza que los profetas proclamaron al viento de levante, al llevarse los recuerdos al olvido.

Hablando hacia dentro con el mar ha vuelto a encontrar el sentido de las palabras y recuperado las promesas que estaban emigradas en paradero desconocido, cuando el desamor tiró la puerta abajo destrozando la intimidad compartida en la inocencia de una juventud recuperada con vocación de permanencia.

Arrancamiento profundo y desgarrada herida cerrada con puntos de ola, dejando la cicatriz visible solo a quienes merecen la confidencia de la sirena, que hoy nada libremente en el mar de la vida dejando afectuosa huella en todos los que encuentra a su paso, porque la extremaunción es un recuerdo sustituido por la unción de felicidad ganada con su sonrisa.

LA OTRA CARA DE GALICIA

LA OTRA CARA DE GALICIA

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Quienes somos extranjeros en otros lugares, perdemos la condición de foráneos al pisar Galicia, por deseo expreso de los gallegos que con sus hospitalarios gestos hacen el milagro de hacernos sentir en propia casa, por alejados que estemos de nuestro lugar de origen.

Tanto cobijo nos obliga a mantener con gozoso celo el paisanaje, la morriña y el amor a esta tierra en cualquier espacio donde nos encontremos, por encima de la distancia, uniendo devoto recuerdo en la mente y exigente anhelo de retorno para hermanarnos con todo lo invisible a los ojos.

Porque Galicia no es solo escaparate de marisco y pescado con destino a privilegiadas mesas, sino doloroso reflejo de pupilas enviudadas en alta mar, cuando la galerna se alza por encima de las redes, dejando al descubierto la fe de las estampas.

No es Galicia romántica lluvia con deje poético y saudade, sino tormentoso aguacero que dobla la esperanza mar adentro abrillantando chubasqueros amarillos sobre la cubierta zozobrante, con raquíticos sueldos inmerecidos para tanto riesgo.

No es tampoco Galicia néctar de cepas afortunadas libadas por paladares exigentes, sino madera amparadora de pies descalzos sobre el barro en la nostalgia de los protectores zuecos aldeanos.

No es Galicia bálsamo redentor de belleza en sus verdecidos paisajes, sino fuego especulativo y vesánico, que ennegrece intencionado laderas humeantes de irracionalidad, por un plato de lentejas.

No es Galicia territorio de feministas adornados con bisutería de escaparate, sino dura espalda femenina curtida en difíciles quehaceres, que transporta pesados haces de leña al hórreo para ahuyentar el frío del invierno.

No es Galicia espectáculo de espuma en rompeolas contra las rocas, sino castigo injusto a los percebeiros que se juegan mutilaciones en olas que baten inclemente la piedra, sin reparar los cuerpos que se encuentran en el camino para estrellarlos contra las rocas.

A esta Galicia oculta a los ojos del visitante dedico mi abrazo junto al faro que anuncia a los viajeros el fin del mundo.