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Etiqueta: Gabriel y Galán

«PONTAJE COMUNICATIVO INTERNO»

«PONTAJE COMUNICATIVO INTERNO»


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Amanecí ayer de madrugada desconectado del mundo, sin teléfono, ni televisión, ni internet, y sin saber el porqué de tan penoso aislamiento, si no había hecho nada para merecer ese castigo a las cuatro y media de la mañana, misma hora en que un buen amigo se va a la cama.

No tuve más opción que esperar cuatro horas con el “Diario de una resurrección” en la mano y Enya en los auriculares, hasta que amaneció y pedí auxilio con el GSM a Movistar pidiéndole que me comunicara con los amigos que habían cargado 37 correos electrónicos en mi buzón virtual, privándome del mensaje que cada mañana me envía una amiga para alegrarme el despertar.

Bien, por la tarde retorné de nuevo en este mundo, y al preguntar por lo sucedido, me respondió el técnico que mi línea había sufrido un “pontaje comunicativo interno en la estación central”, lo cual me dejó tan desconcertado como el padre de la poesía “Varón” de Gabriel y Galán cuando el hijo le respondió que el aceite que ese año le correspondía era “pi menus erre”.

Con lo fácil que me lo hubiera puesto mi amigo Felipe, diciéndome que se había escachao la línea y descapichifoliao la comunicación, como el padre aludido dijo al rapaz de forma sencilla para calcular los cuartillos: “Sesenta la entera, doci pa la quinta, cuatru pa la tercia, quita dos pa una media, y resultan dos pa la otra media”.

Con la respuesta del operario le dije a Teresa: toma, anda, “¡Pués dil jaciendu las sopas con ella! ¿Y esos son saberis? ¡Esas son fachendas!”. Vamos, que ante la respuesta del obrero puse la misma cara que mis alumnos ponían cuando les explicaba gradientes, rotacionales, divergencias y otras cosas que a mí tantísimo me aburrían.

POETA DEL PUEBLO

POETA DEL PUEBLO

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El 28 de junio de 1870, nacía en el pueblecito salmantino de Frades de la Sierra el poeta del pueblo Gabriel y Galán. Maestro rural, hombre melancólico, alma sensible, católico profundo y enamorado del campo, que huyó de la modernópolis madrileña en busca del refugio amparador de las mieses.

Su amor a la rica terrateniente Desideria le hizo abandonar la escuela donde educaba sus hijos espirituales, para hacerse hijo adoptivo de Guijo de Granadilla, mientras administraba El Tejar, una de las grandes tierras heredadas por la esposa, con tiempo para escribir versos rurales en castúo, con voces deformadas por la tradición popular extremeña, como el “Cristu Benditu” que abre sus extremeñas, en homenaje a su hijo Jesús Gabriel.

Los Juegos Florales salmantinos de 1901 le abrieron las puertas del parnaso poético con “El ama”, confesando que en el hogar fundaba la dicha más perfecta que hizo suya siendo como su padre era y buscando entre las hijas de la tierra, una mujer como su madre, recibiendo el abrazo de Unamuno, su amistad y apoyo incondicional, hasta la prematura muerte que le sorprendió cuatro años después, en la esperanzadora juventud de los 34 años.

Pero antes de emprender el gran viaje, nos dejó como legado poético sus “Castellanas”, “Campesinas”, “Nuevas castellana” y “Religiosas”, con poemas de singular belleza a ras de suelo, oleadas de trigales preludio de literario pan candeal, devotos terrones de nobleza rural, hermosas ramas de fruta rimada  y manantiales donde saciar la sed de espiritual belleza.

MIS POETAS

MIS POETAS

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Todo comenzó con las poesías de Gabriel y Galán, único libro que rodaba en casa de los abuelos, cerrándose la nómina de mis poetas con los versos de un vate bañezano afincado en Salamanca, acompañándome entre los dos extremos innumerables bardos a lo largo de mi vida.

Algunos de estos versificadores preferidos tuve ocasión de saludarlos personalmente en algún momento de mi vida, como es el caso de Ángel González, Jorge Guillén, Gil de Biedma y Luis Rosales. Pero con otros me entrañé en cuerpo y alma sin pretenderlo, y así fue como el buen azar me permitió compartir exilio con Mario Benedetti, emborracharme con Claudio Rodríguez, vivir la adolescencia con Ángel García López o cantar coplas de madrugada con Rafael Alberti.

Llegaron también experiencias inolvidables a través de versos alentadores de esperanzas deleitosas con íntimos poetas sin trato personal alguno. Así, con estrofas de Gabriel Celaya aprendí que la poesía era y sigue siendo un arma cargada de futuro. Luis Rosales encendió su casa y la mía. Quevedo me enseñó las primeras letrillas. Machado me remitió la carta que envió a José María Palacio. Me despidió Juan Ramón con el viaje definitivo. Me enamoré con las rimas de Bécquer. Y Walt Whitman concilió mis temores y temblores.

José Hierro me golpeó con su cabeza. Deambulé con Lorca por la orilla neoyorkina del aceitoso Hudson. Jaime me anticipó que la vida va en serio, siendo envejecer y morir las verdaderas dimensiones del teatro. Quise soñar la muerte matando el sueño, con Unamuno. Fui pirata con Espronceda. Di con Blas de Otero todos mis versos por un hombre en paz. Imité a Pablo Neruda escribiendo pétalos volanderos en recortes de periódicos. Pretendí sin éxito leer al praguense Rilke en alemán. Me despedí de fuentes y ríos con Rosalía. He sumergido el alma en el mar con Alfonsina Storni. Pero -¡qué lástima! -, llegué tarde a la estación término para despedir a León Felipe.