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AGUSTINA DE ARAGÓN

AGUSTINA DE ARAGÓN

Agustina

“Agustina de Aragón”, llama un buen amigo mío a su mujer por la valentía que está demostrando ante los difíciles momentos que viven, dándome pie para homenajear a las miles de “agustinas” ignoradas que luchan por el mundo para sacar a su familia adelante, recordando a la verdadera heroína que abandonó esta vida hace 157 años en Ceuta.

La catalana Raimunda Maria Saragossa i Domènech se convirtió para la historia en intrépida aragonesa Agustina, por su heroico comportamiento en la defensa de Zaragoza a cañonazo limpio contra el asedio de las tropas napoleónicas, durante la Guerra de la Independencia española.

Palafox la nombró artillera, consiguiendo ella por méritos propios, algo de suerte y mucha valentía los ascensos a cabo, sargento y subteniente, así como una página en la historia de España, el recuerdo en la memoria colectiva, la admiración de su hija Carlota y la gratitud de quienes se beneficiaron de sus cañonazos contra el invasor.

El puntillazo a su vida no se lo dio una bala, sino la vulgar bronconeumonía que se la llevó por delante en Ceuta a los 71 años de edad, donde descansaron sus restos hasta ser trasladados en 1879 al Pilar zaragozano y en 1908 a la capilla de la Anunciación de la Iglesia de Nuestra Señora del Portillo donde actualmente reposan.

Mientras atendía a los enfermos, llevaba agua a los soldados, preparaba el rancho y transportaba sacos terreros, le dio por apuntar con un cañón a las tropas francesas que asediaban la posición donde se encontraba, con tal fortuna que un puñado de gabachos rodaron por el suelo, provocando la huida de los demás y dando fama, honor y gloria a la afortunada Agustina.

El rey felón la ascendió en la carrera militar, Francisco de Goya la inmortalizó en un grabado y Lord Byron la mencionó en sus escritos.

GABACHOS

GABACHOS

Ni es oro todo aquello que reluce en el chovinismo francés, ni su paranoia narcisista es epidémica, ni el patrioterismo visceral afecta a los cuerdos, ni la mitomanía irracional está generalizada, ni todos los franceses son gabachos, aunque a muchos les cueste creerlo.

Al decir gabachos no tengo en la memoria a quienes sufren paperas y tumefacciones en la glándula tiroides, sino a los franceses que nos invadieron hace años con la anuencia, beneplácito y aplauso del gran felón, y a tiro limpio trataron de mantener el dominio sobre una finca que no les pertenecía.

Al decir gabachos no me refiero a las personas nacidas en algún pueblo de la falda francesa de los Pirineos, vecina a la nuestra, sino a los despreciables vecinos que impunemente desvalijan los camiones españoles con verduras que pasan por su territorio camino del norte.

Al decir gabachos no quiero identificar a los franceses despectivamente con los gringos, sino a los que fueron “amables” con los exiliados republicanos que huían de nuestra guerra incivil, “recogiéndolos” en campos de concentración para que no se dispersaran por el país.

Al decir gabachos no pretendo hablar de los franceses que habitan en la ribera francesa del río Gabas, y sí del grupo de indeseables que han difundido por el mundo la macabra insinuación de dopaje de nuestro querido Rafa Nadal, simplemente por dejarles sin trofeos en las estanterías.

Al decir gabachos no pongo la atención en el occitano “gavach”, montañés negro, que procedía en el siglo XVI de la región septentrional del país vecino y hablaba muy mal francés, sino a los gabachos que han hablado siempre mal de nosotros, creyéndose ombligos del mundo.

Al decir gabachos no me refiero a los buches de las aves ni al bocio tan frecuente entre los montañeses septentrionales franceses, sino a los que padecen desde hace siglos envidia crónica de sus vecinos del sur, difundiendo con desprecio que África comienza en los Pirineos.

Pero que nadie se alarme. La pretendida ofensa pública a Rafa Nadal – que a todos ha pretendido ofendernos -, tiene su origen en la desneuronización que han sufrido algunos moñigotes de carne y hueso por fusión de los axones de tantas bofetadas hispanas recibidas.

Durante muchos años he convivido día a día y codo a codo con profesores franceses, y puedo asegurar que no encontré gabacho alguno entre ellos. Pero también sé que esta subespecie prolifera como hongos otoñales entre los descerebrados que abundan en las cadenas televisivas, por mucho que engolen la voz, estiren el cuello y quieran contagiarnos a los demás su frustración con estornudos semejantes al salivazo que han arrojado impunemente contra Nadal.