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PACOCAMPISMO

PACOCAMPISMO

Ahí sigue don Francisco Camps sacando pecho, aprovechando que los ciudadanos honrados no se han recuperado aún de la estupefacción sufrida con sus vergonzosas conversaciones telefónicas, y sin darse cuenta que sus compañeros de partido están pasando la guadaña cada cinco minutos para segarle los pies en cuanto asome por los alrededores de Génova.

Confundir la votación de un jurado carente de básicos conocimientos ortográficos, con la inocencia moral, el compromiso ético y la limpieza política, sólo es propio del Pacocampismo. Nueva doctrina polítiquera que consiste en protegerse la cara con cemento armado en lugar de crema Poms, sonreír sin mostrar demasiado los colmillos, alardear de superhombre poniéndose plataformas en los zapatos, contar con la ayuda de Dios para llegar a la Moncloa y remar el L’Albufera.

Sabed, amigos, que es el Pacocampismo una corriente de pensamiento fundada por un elegante abogado valenciano que luce hermosos trajes con gaviota en la solapa. Personaje que destaca por su cinismo, chulería y prepotencia. El Pacocampismo es una extraña forma de hacer política, originada por un virus cuya cepa procede de Borbotó, hospedándose luego en despachos a media luz de la noche valenciana, cuando un arrebato despótico del fundador le llevó a tomar la coctelera y poner dentro de ella un buen chorro de ambición, bastante cara dura de alto grado, una rodaja de impunidad y mucha codicia de poder. Luego agitó el recipiente con energía, llenó la copa de su “amiguito del alma” y brindó con él sin percibir la mancha en el traje debida a las gotas que cayeron al chocar las copas, prueba muda de la acusación no percibida por el jurado popular que lo juzgó, mientras el “recibidor” deseaba larga vida al “conseguidor”.

Ahora, con el fuego fatuo de la sentencia metido en las entrañas ha decidido calentarse las manos dando tortazos a diestro y siniestro. Y para desocupar el cerebro de buenos pensamientos ha redactado el código del Pacocampismo, mientras ofende al inquilino de la Moncloa, aspirando a ocupar su trono.

Leyendo este breviario puede verse que sus tres características básicas son: permanente sonrisa de conejo, furibunda ambición de poder y descarado cinismo. Por eso defiende la teoría de que todo puede conseguirse con despotismo y rostro pálido. Por eso hicieron cola en su despacho tantos especuladores sin escrúpulos. Por eso en torno al Pacocampismo hay un olor fétido que trasciende los filtros más potentes. Por eso muchos populares no soportan ya el hedor que despide y comienzan a fumigar sentido común a su alrededor, acompañado de tímidas gotitas de ética y democracia.

El Pacocampista que se precie ha de asomar la cabeza a través del cartón blanco de la camisa, arriesgándose a que se la corten. Irá planchado, bien trajeado, entallado y sonriendo. Adiestrará su olfato oliendo en despachos de la planta superior y tendrá el rejón dispuesto para lanzarse en picado contra el primer disidente que divise. Si pierde la habilidad de hacer negocios nocturnos después de la cuarta copa, será excluido del grupo. Llevará siempre en el bolsillo una maza para aporrear sobre las mesas; una cuchilla para afilarse la lengua; una escofina para limar el crecimiento continuo de su nariz; y un dedo índice de plástico para acusar. Pero nunca llevará preservativos, porque su religión se lo prohíbe.

Los seguidores del Pacocampismo deberán ser flexibles en apariencia, arrastrarse como serpientes y ser más escurridizos que las anguilas. Cualidades que les permitirán moverse entre los pasillos de la política sin recibir la mínima salpicadura aunque estén más pringados que una tostada.