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FELICITACIONES INMERECIDAS

FELICITACIONES INMERECIDAS

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Se extiende la costumbre de felicitar a quien no hace otra cosa que cumplir con sus obligaciones, realizando el trabajo según corresponde, llegándose en algunos casos a ponderar obviedades en el ejercicio profesional, como tuve que oír ayer a un amigo deshaciéndose en elogios con otro colega porque cumplía escrupulosamente su horario de trabajo, como si tal cumplimiento mereciera reconocimiento.

Cada cual debe realizar con el más alto grado de profesionalidad y honradez las responsabilidades que le son propias, sin estimarse como excepcional aquello que corresponde a la tarea de cada cual en el ámbito de la normalidad exigible a un trabajador, sea este de la condición que sea o de la empresa que sea, pero especialmente si la empresa es el Estado que pagamos todos.

No cabe el halago gratuito por el buen ejercicio de las funciones que cada cual tenemos asignadas, menos aún si este inmerecido aplauso viene acompañado de medallas, placas, estatuas, portadas de periódicos, entrevistas, crónicas y fotografías para inmortalizar el recuerdo y perpetuar una buena imagen del felicitado entre el vecindario, algo muy frecuente entre la clase política, hasta que el tiempo abre la ventana del olvido y una corriente de menosprecio devuelve las cosas al lugar del que nunca debieron salir.

Procede el honor y la distinción ante hechos de singular importancia, realizados por personas que logran objetivos extraordinarios, capaces de transformar lo excepcional en cotidiano, como le sucede a tantos prohombres de la historia que han pasado por la vida dejando un rastro de servicio indiscutible a su raza.

Por el contrario, cabe, eso sí, la censura a quienes muestran una evidente negligencia en el cumplimiento de sus obligaciones, falta de previsión o exhiben una ostensible incapacidad para el trabajo que deben desarrollar. Cabe, igualmente, la crítica ante errores que certifiquen ineptitud o mala realización de los deberes asignados, pero no tiene espacio la alabanza gratuita por la tarea política rutinaria.

La palmada en la espalda es para quien la merece realmente, si queremos que esa palmada continúe significando lo que verdaderamente representa, sin pervertirla con inmerecidos reconocimientos a quienes no han acreditado méritos para recibirlos.