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DIARIO DE RESURRECCIÓN

DIARIO DE RESURRECCIÓN

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Sin previo aviso ni anticipo de dolor sentido, un día como hoy de 1992 se nos fue el poeta encendido Luis Rosales desde la clínica Puerta de Hierro a la eternidad, tras sufrir un paro respiratorio, cansado de respirar versos, acompañados de un embolismo cerebral  inagotable de creatividad poética.

No fue suficiente para este soñador, encender la casa ni dar contenido a su corazón para ahuyentar la vieja amiga de la almohada, aunque Félix Grande afirmara que la muerte no interrumpió nada, explicándonos que Luis Rosales fue perseguido toda la vida por defender la vida de Federico.

Alternando la estética clasicista con el vanguardismo surrealista, nos dejó una poesía humildemente espiritual plena de sentimientos nobles y desbordante belleza literaria dirigida a la línea de flotación de esenciales valores humanos, éticos y estéticos, descubiertos por Rosales en la cotidianidad de la vida.

Murió Luis eternizando sus versos, mientras el injusto rumor de la malicia sigue falseando la realidad de lo sucedido el 16 de agosto de 1936 en su casa falangista, cuando la sordera de Trescastro y García Alix impidió oír los gritos de Luis pidiendo la liberación del amigo, sin que la historia haya visto sus lacrimales acuosos de impotencia ante la barbarie.

No existió el ofrecimiento ni la obediencia y así lo creyó Federico cuando recogió las muletas del viento funerario para que su alma caminara por el mismo sendero eterno que se hace veintidós años emprendió Luis Rosales a su encuentro, para llevarle la contraria a los mentideros de la historia.

BELLEZA

BELLEZA

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La belleza comparte con el amor la vocación de eternidad, sintiendo ambos el pálpito emergente de la sorpresa, complaciéndose en el esplendor de la sensualidad, virtualizando triviales experiencias cotidianas y hermanándose en la lindeza de lo contemplado, porque amar no es otra cosa que ver algo hermoso y querer compartirlo con la persona amada.

El deleitoso placer de la belleza camina desprevenido a saltos por la vida, presentando su tarjeta de visita inesperadamente, disfrazada de anónimos gestos fraternales, pinceladas en el lienzo inmaculado, descorbatados arpegios espontáneos, siluetas en la arcilla virginal o sorprendentes guiños de la naturaleza.

La belleza es preludio de redención para quien la descubre en la sonrisa infantil, la pupila emocionada, el golpe de silencio sobre la patena salobre del océano, el armiño de las cumbre nevadas, la esperanza de las praderas verdecidas o el pétalo preludio de la fruta que se abre al beso de la primavera.

En cambio, la vulgaridad mental, el desprecio espiritual, la tosquedad de los números, el abuso mercantil, la procacidad de la vida y el mirar sin ver, ponen tupidos velos a la belleza que despunta en los atardeceres, cuando enrojece el crepúsculo en el horizonte del mar, el polen fecunda las corolas o el vuelo de las aves se torna apareamiento.

Acompañad a la belleza, amigos, acompañadla en su peregrinar por la indiferencia de la vida para evitar su lamento desconsolado cuando suspira abandonada en la soledad estéril del mercadeo, enlagrimada al no poder observarse a sí misma reflejada en las pupilas que se contemplan.

EL TIEMPO

EL TIEMPO

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Los seres humanos somos pasajeros mutantes, animales bípedos limitados, contingentes, perecederos y ajustados al tiempo, como magnitud física que ordena los sucesos de nuestra historia personal en forma de pasado acontecido, inexistente presente y desconocido futuro que impaciente espera.

Es el tiempo nuestra gran limitación, quien pone límites a la vida, acota la existencia, enfría el ánimo, consuela desgracias irredimibles, turba la prisa por vivir, alimenta el olvido y promueve ficticios paraísos liberadores de la angustiosa eternidad que irremediablemente nos espera.

Sirve el tiempo de excusa a los negligentes que aseguran carecer de él para justificar sus incumplimientos, promesas y olvidos, cuando lo emplean en menesteres obligatorios o más complacientes de realizar por ellos, que los propuestos en compromisos voluntariamente adquiridos.

No ganamos tiempo cuando demoramos acciones inevitables; ni lo perdemos empleándolo en satisfacer placeres ocultos a los especuladores de minutos; ni gastamos en tiempo con el roce de estériles ocupaciones; ni lo apuramos cuando bebemos la última gota de momentos complacientes.

La eternidad del tiempo lo hace inmortal entre los mortales, por mucho que intentemos matarlo con pasatiempos que no hacen pasar el tiempo porque éste permanece inmóvil, mientras nosotros discurrimos por él con alma perecedera, arrugas en el rostro y fecha de caducidad en el reverso de la esperanza que se extingue en las agujas del reloj.

Compañero inseparable de nuestro peregrinar por la vida a golpes de felicidad e infortunio, el tiempo permanece inalterable en su balcón viéndonos pasar por delante de su casa incapaces de alcanzar el futuro que él contempla desde su atalaya y olvidando el pasado que con su vista alcanza.

Es el tiempo un océano donde sumergimos nuestra tersa piel al comienzo de la vida, permaneciendo en sus aguas hasta que la muerte viene a recogernos en patera, para llevarse a la nada un cuerpo viejo, arrugado, maltrecho, con cicatrices y cansado de luchar contra ciclones y tempestades, hasta caer vencido en el naufragio final nuestra vida.

ANCIANOS

ANCIANOS

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A la ancianidad llegaremos todos los que estamos a la puerta y los que vienen de camino hacia nosotros, si antes no pagamos con la vida la posibilidad de arribar a ese espacio despojado, en el que la vida ha dado de sí todo lo impredecible en la juventud y la aventura de la existencia se hace cada vez más ciertamente profética.

La sociedad camina ruidosa y despreocupada por la vida, arrinconando a quienes hicieron posible que llegáramos donde ahora estamos, agrupando en la sala de espera de la estación terminal a los ancianos que esperan su turno para coger el tren a la eternidad, con el billete en la mano, la resignación en el alma, sin equipaje y con los bolsillos vacíos.

Piden los ancianos ligereza a la muerte, pero se aferran con sus escasas fuerzas a la vida porque han adquirido la dulce costumbre de vivir a pesar del abandono, desvalimiento y olvido que acompaña la soledad, el desamparo y la decepción con que recorren los últimos pasos antes de que caiga el telón, mientras censuran al guionista por descubrirles tarde y a destiempo que “envejecer y morir es el único argumento de la obra”.

El vértigo que ciega este mundo, impide recordar que todas las culturas se dejaron llevar por la sabiduría de los ancianos, atendiendo sus consejos, aprovechando su experiencia y respetando sus palabras, conscientes que portaban una erudición imposible de encontrar en las páginas de los libros.

Dejemos, pues, hacer a los ancianos lo que nadie puede hacer por ellos. Recuperémoslos de los sótanos donde están confinados. Beneficiémonos de su sabiduría. Aprovechémonos de su experiencia. Amémoslos y desterremos la gerontofobia dominante, si queremos conquistar el futuro.

SALINAS, EL «PROETA» DEL AMOR

SALINAS, EL «PROETA» DEL AMOR

Sin aviso previo ni despedida anunciada, se nos fue a la eternidad el poeta del amor, dejándonos huérfanos de querencia y testimonio de apasionada entrega a sus dos grandes amores, porque fue Margarita la estabilidad y Katherine la quimera inalcanzable; una la estabilidad y otra el riesgo; Marga el anclaje familiar y Katy la idílica aventura amorosa.

Entre ambas fue y vino la poesía de Pedro Salinas hasta la doliente tarde del martes 4 de diciembre de 1951 cuando enmudeció en Boston la voz del maestro, catedrático de tribuna académica y forzado exilio, cuyos restos quedaron en el cementerio de San Juan de Puerto Rico.

Profesor itinerante que peregrinó por aulas de Massachusetts, Baltimore y Puerto Rico, mostrando a sus alumnos y alumnas las heridas abiertas en sangre de dolor que el destierro dejó sobre la piel de su alma desgarrando la esperanza de un imposible regreso a la tierra prometida de la infancia.

Hace hoy sesenta y un años que el «proeta» del 27, viajero a lo absoluto, nos dijo que estimaba de la poesía, la autenticidad; luego la belleza; y finalmente el ingenio. Latidos íntimos y talento creativo toman forma en versos cortos sin esfuerzo por la rima, dando oportunidad a Lorca para llamar “prosías” a sus elementales y cercanos versos.

“Perdóname por ir así buscándote tan torpemente, dentro de ti. Y cada beso perfecto aparta el tiempo, ensancha el mundo breve donde puedo besarse todavía. Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, sólo tú serás tú”.

CIELO E INFIERNO

CIELO E INFIERNO

El Padre Astete me enseñó por boca del cura Esteban que si me portaba bien tendría como premio el cielo, y si era malo sería castigado con el infierno. Premio y castigo eternos, es decir, para siempre. Bueno, no; más que para siempre porque la eternidad era más que siempre.

Lo que nunca se me aclaró fue el lugar concreto donde estaban el cielo y el infierno, pues eso de que uno estaba “arriba” y otro “abajo” no me convencía mucho, o sea, nada. Tampoco se me dijo cómo podía hablar con los que allí estaban, ni el lugar intermedio donde pasaría mi alma una temporada, hasta que purgara en el fuego purgatorio la pena venial merecida por los pecados menores cometidos.

Todo ello tras pasar por el juicio final, claro, en el que Dios Todopoderoso perdonaría o condenaría mi alma, que siendo única y estando dentro de mí, nunca supe dónde estaba, aunque imaginaba de andaría por el cerebro, el hígado o el corazón, porque si fallaba uno de estos órganos, me iba directamente al tribunal celestial.

Eran tiempos de temer y creer, o si se prefiere, había que creer porque la increencia llevaba al suplicio terrenal y a la eternidad infernal. En el primer caso, cuando el párroco se negaba a firmar el “certificado de buena conducta”; y en el segundo, por decisión de nuestro Padre celestial, pues el Hijo y el Santo Espíritu poco tenían que ver en esto, aunque fueran la misma cosa, sin serlo. Es decir, los tres eran dioses, que se transformaban en personas para hacerse un sólo Dios verdadero. Está claro, ¿no?

Pasando el tiempo, he comprendido finalmente qué es eso del cielo y el infierno, dónde se encuentran y cómo pueden evitarse, al descubrir el paradero de ambos en la propia vida humana terrenal, como tendré ocasión de comentaros otro día, sin pretender dogmatizar mi opinión ni hacer de mi creencia patrón universal.

PARAÍSOS FISCALES

PARAÍSOS FISCALES

Nada sabemos del paraíso celestial donde al parecer algunos pasarán la eternidad por haber sido, – o aparentado ser -, buenos en la vida. Poco sabemos la gran mayoría de terrícolas de bellos lugares paradisíacos repartidos por el planeta. Del paraíso terrenal simplemente sabemos lo que Dios Padre inspiró a los escribas del Antiguo Testamento, para que supiéramos las andanzas de nuestros padres primigenios en el jardín de las delicias. Y todo el que quiera puede leer los paraísos artificiales de Baudelaire compartiendo su experiencia con las drogas.

Pero sólo unos cuantos privilegiados pueden disfrutar de países, islas, territorios o ciudades donde bancos, empresas y millonarios, pueden llevar allí sus fortunas sin pagar un duro por ello y con una opacidad infranqueable. ¡Bien!

En estos fraudulentos espacios insolidarios hay asentadas quince sucursales de bancos españoles por las que se pasean famosos sinvergüenzas de guante blanco que ensucian su boca hablando al pueblo de honradez y sacrificio.

Se calcula que son 16 billones, – ¡billones! – de dólares, el dinero que circula por las Islas Caimán, Londres, Gibraltar, Andorra, Bahamas, Belice, Islas Vírgenes, Maldivas, Mauricio, Montecarlo, Liechtestein, San Marino, Vaticano, Seychelles y cien lugares más repartidos por el mundo, llevado a sus cajas secretas por usureros y explotadores del sudor ajeno.

Forma de limpia de blanquear dinero transfiriéndolo a través de Internet y de lavar dinero sucio entregándolo personalmente en las ventanillas, sin necesidad de intercambiar una sola palabra con el empleado de turno, encargado de recoger las bolsas.

Si el dinero evadido permaneciera en los países de origen, éstos recaudarían  los 200.000 millones de dólares que permitirían erradicar el hambre en el mundo. Y si la Hacienda española recuperara los 80.000 millones de euros anuales originados por fraude fiscal, no habría crisis a la vista.

¿Qué hacer, pues? Ya lo he dicho muchas y no voy a repetirlo.