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HE PASADO LA TARDE CON BORGES

HE PASADO LA TARDE CON BORGES

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Recogido en un sillón, a la luz de una pequeña lámpara iluminando imágenes, versos y palabras, acompañando el silencio con Albinoni y paralizando el tiempo, he pasado la tarde recreándome con el descreído Borges, sin otra ocupación que abandonar mi alma en el remanso de los versos, alimentar mi espíritu con sus reflexiones y empapar la mente de sabiduría con sus palabras, compartiendo juntos el sabor especial, nuevo, único y desconocido de la muerte, que ayuda a bien morir.

Todo sucedió sin proponérmelo ni previo aviso, como si hubiera estado dispuesto de antemano por capricho del azar o extraño sortilegio, que permitió a mi curiosidad alentar el milagro casual del encuentro, a sabiendas de que los libros mueren en las estanterías hasta que encuentran lectores que les dan vida.

Se produjo el encuentro con el argentino al intentar hacer sitio en la estantería a un libro enviado por mi amigo Pedro desde lejanas tierras, cuando fue requerida mi atención al rozar con la mano un libro vecino en el modesto anaquel donde descansan textos que no volveré a leer, como nos anticipó Borges en su inolvidable poema “Límites”.

Así volvieron a desempolvarse en la memoria emotivas palabras sobre la ceguera. Se reagitó mi cultura occidental con el inquietante cabalismo tradicional judío. Despertaron del olvido milenarios pensamientos budistas. Y la poesía se adormeció en mi regazo brindándome instantes de placentero bienestar renovado.

Poemas ya leídos que retornaron a la paz doméstica con renovada vida, porque navegan incansables sobre el río de Heráclito en perpetuo renacimiento, mostrando en cada lectura una cara diferente de su poliédrica forma, para inducir nuevos sentimientos, alejar dudas, seducir novedades y complacer el alma.

RELECTURAS

RELECTURAS

Unknown

Hay lectores voraces que consumen toda la literatura que pasa por sus manos; otros se circunscriben a un género literario concreto; algunos se instruyen con ensayos para acrecentar su erudición; y no faltan quienes leen portadas y contraportadas de libros antes de abandonar los textos en las estanterías domésticas.

Yo dedico mi preferencia a las relecturas de libros que me han complacido en su primera lectura, proporcionándome momentos de dulce bienestar, salvo cuando las investigaciones me han llevado a textos de obligada lectura para documentar mis libros.

Confieso mi rechazo a las novedades literarias por el espanto que me han producido algunas de ellas, y sólo me acerco a páginas nuevas cuando reiterados amigos en los que confío, me recomiendan la lectura de una obra, aunque no figure entre las más vendidas, junto a impresentables “ambiciones” de la princesa populachera.

La relectura evita que los árboles de la trama o el mensaje, impidan ver el hermoso bosque literario que un libro esconde en sus páginas, imposible de llevar a las pantallas, como le sucede a la historia de la familia Buendía, a las aventuras del señor Quijano, al maestro poeta sevillano, a los gitanos granadinos, al marinero de Isla Negra, a los sueños y buscones del cojo Villegas, al hijo de Gertrudis en Dinamarca y a los pocos escritores que en el mundo han sido.

En contra del sentir común, no creo que las imágenes valgan más que las palabras, sino todo lo contrario. Pienso que la fina artesanía de una frase bien trabada, es imposible mostrarla en imágenes por perfectas que éstas sean, como sucedió en Macondo, La Mancha, a orillas del Darro, frente al océano, por las calles de Madrid o en otros lugares.

Releer textos placenteros sabiamente literaturizados es revivir la felicidad que reportan a voluntad propia, sin prisas por llegar al desenlace, entreteniéndose en el camino cuantas veces requiera el placer de la lectura, retornando a la página anterior o saltando arbitrariamente de página, porque el argumento ya es conocido y solo se pretende alargar placenteramente las horas con la lectura.