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TESORO DE LA VEJEZ

TESORO DE LA VEJEZ

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El abandono social de la palabra vejez me anima a rescatarla del pozo desamparado en que se encuentra, desterrada por expresiones edulcoradas como “tercera edad”, “senectud” o “ancianidad”, como si «vejez» hubiera envejecido y fuera necesario sustituirla por otra expresión para ocultar lo que solo ven aquellos que la miran de reojo.

Concibiendo toda la existencia del ser humano como una muerte lenta, es la vejez el destino biológico inexorable al que llegaremos si antes no pagamos con la vida la comparecencia ante lo irremediable, por mucho que nuestro deseo se empeñe en prolongar el viaje en el tren de la existencia, retrasando su llegada a la estación término donde la vejez espera a quienes permanecen en la vida dando sentido a su historia personal.

Así, la vejez puede verse con ojos terminales desde el exterior o con perspectiva interior que se beneficia de una privilegiada experiencia vivida, a la que sólo se accede con los años, cumpliendo la evidente ley de viaje irreversible decretado por la vida, caracterizado por una decadencia física progresiva que concluye con el abrazo a la innombrable parca.

La estadística no tiene argumentos para establecer cuando empieza la vejez, porque ésta no se deja atrapar con los números, sino cuando las deficiencias se transforman en deterioro continuo de facultades con perdida irreversible de éstas en sus aspectos físico, anímico y mental, obligándonos a pensar que la vejez hace acto de presencia cuando el organismo declina hacia un fallo sistémico terminal.

También parece claro que la metamorfosis del ser humano sigue camino contrario al del gusano que se transforma en mariposa, pues la vida termina convirtiendo a las personas en gusanos, siendo la continuidad en el deterioro de las facultades la característica principal de la vejez.

La sociedad fría, deshumanizada y especulativa donde vivimos, desprecia el divino tesoro de la vejez, sin percibir las consecuencia de tal abandono, porque los ancianos son sabios oráculos humanos que merecen ser escuchados con respeto y veneración, por la sabiduría que guardan, la experiencia que atesoran, la doctrina que profesan y la paz que transmiten.

PARIDAD

PARIDAD

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No hablo de la paridad como inversión de coordenadas espaciales, ni entendida como corrección de errores en una transmisión, o comparación de algo con otra cosa, o igualdad de cosas entre sí o relación de una moneda con el patrón monetario internacional vigente, que sería lo normal, como dictan las normas y academias. No.

Me refiero a la paridad de género en política, término empleado por los sabiondos mandatarios para expresar la igualdad de miembros, – y miembras, claro -, en las Instituciones públicas. Es decir, que haya matemáticamente tantos hombres como mujeres en gobiernos, parlamentos, diputaciones, concejos, parques de bomberos, cuerpos de seguridad, lavanderías, viajes espaciales, faros costeros, colas del paro y paritorios. Bueno, no, en paritorios no, mientras los hombres no puedan dar a luz.

Esto significa que muchas mujeres con demostrada competencia profesional, inteligencia probada, manifiesta capacidad de trabajo y honradez contrastada, no podrán ofrecer sus servicios a la comunidad porque la paridad política exige dar paso a hombres con evidentes condiciones inferiores para ejercer el trabajo correspondiente, porque la matemática exigida por la paridad impone su presencia, sin dotar de competencia a los elegidos, y va siendo hora de que una mujer presida el Gobierno de España, algo que no ha sucedido desde la extinción de los dinosaurios.

La incuestionable igualdad de género no debe confundirse con la paridad política, ni la igualdad de oportunidades despistarse con el reparto matemático de poder, basado en criterios numéricos y no competenciales, para seleccionar a las personas que deben realizar tareas que afectan al colectivo, donde la falta de cualidades para ello perjudica gravemente a los ciudadanos.

No creo que la gestión de la sociedad sea una cuestión que deba dirimirse a partir del género estadístico, igualando faldas y calzoncillos en las tribunas públicas, sino apelando a los valores de cada cual, dando primacía al talento individual, la honestidad particular, la competencia laboral, la integridad personal y la honradez profesional, pero estoy convencido que si el resultado de este cóctel se hubiera inclinado a lo largo de la historia a favor de las mujeres hubiéramos tenido menos guerras, más concordia, superior bienestar y mayor progreso.

Decía Borges con desacierto para unos, fortuna para otros e indiferencia para la mayoría, que la democracia es un abuso de la estadística, replicándole Carlyle en parecidos términos, afirmando que era el caos provisto de urnas electorales.  Yo creo que la paridad política basada en el género sexual va más allá, haciendo de la igualdad un esperpento.