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CONFIDENCIAS ANTE EL ORDENADOR

CONFIDENCIAS ANTE EL ORDENADOR

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Aquí estoy, ante la pantalla en blanco del ordenador con la incertidumbre como prólogo de mi reflexión diaria, sin saber qué pensamiento comenzaré a deletrear en renglones sucesivos, ni las palabras que emplearé para dar vida a la idea que pretendo verter, ni por qué la expresaré con unos términos y no con otros que harían el mismo oficio.

Ignoro los vocablos a utilizar para expresar el respeto intelectual que me produce enfrentarme a la forma de expresar el sentimiento que quiero dejar cada día en mi bitácora, como temblor anímico cercano al tartamudeo, sobre todo cuando no tengo a mano el hueso de médula espiritual necesario para verter el estremecimiento.

¿Con qué palabras puede explicarse el fracaso de la vulgaridad retórica o el descabello inmerecido de la estética, cuando se pretende maridar concepto y forma en lacónica frase literaria con aspiración a ser gustosa composición de armonía interior, belleza retórica, ilustrada exposición y melódica ortofonía sin afectación pedantesca?

A todo escritor le complace ser leído, pero cuando me siento cada madrugada frente al ordenador no pienso en los lectores, sino en hermanar las letras del diapasón alfabético con el teclado, para conciliar ropaje y cuerpo, palabra e idea, hechura y pensamiento, de forma que sea deleitosa para los lectores, quedando plenamente satisfecho con el placer que me produce el intento.

 

HISTORIA DE AMOR

HISTORIA DE AMOR

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Con nombres ficticios de los personajes que conforman la historia real, recuerdo de nuevo la hermosa aventura de amor vivida por dos enamorados a quienes el azar ha vuelto a poner delante de mí sin previo aviso, haciendo vibrar íntimas fibras de mi diapasón afectivo con notas de color esperanzado.

Teresa y César viajaban en coche acompañados de la música preferida cuando el infortunio apuñaló una de las ruedas, y las sucesivas vueltas del vehículo enrejaron a la pareja en un amasijo de hierros deformados, incapaces de silenciar a Teresa que sobreponiéndose al momento llamó a su padre para contarle lo sucedido, diciéndole: “Papá, he tenido un accidente y no siento las piernas”.

Una vez rescatada, trasladada en ambulancia y operada sin éxito en el hospital, Teresa quedó en silla de ruedas para el resto de los días, y habló con César para liberarlo de los lazos que pudieron encadenarle a su desgracia, replicándole Ángel que su compromiso de amor era aún mayor, fortalecido por la desventura compartida.

Unieron sus vidas en matrimonio, han tenido dos hijas preciosas y viven felices en una casa de planta baja, adaptada a las necesidades de Teresa, dándome oportunidad de abrirles de nuevo este diario con el alma conmovida por la emoción de saber que más allá de toda contingencia, siempre está el amor para salvarnos.

DELEITE MUSICAL

DELEITE MUSICAL

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La carencia de habilidades mínimas para sacarle una elemental nota a la flauta dulce, y tener un oído musical como piedra de granito que me inhabilita para el manejo de cualquier instrumento incluido el tambor, no me incapacita para disfrutar gustosamente de la música que otros componen e interpretan.

Por eso, acompaño diariamente mi trabajo con música y asisto a conciertos siempre que tengo posibilidad de hacerlo, especialmente en estas fechas que despiden el año viejo y dan la bienvenida al nuevo, pródiga en conciertos vieneses y locales, como sucedió ayer por la tarde en el “Concierto de fin de año”, entre polkas, danzas húngaras, azules danubios, leyendas de besos, intermedios de bodas, goyescas, guitarras aranjovicenses de don Joaquín y cierre festivo con palmas a Radetzky.

Pero no quiero hablaros de esto, sino de un ángel musical que formaba parte de la orquesta en segunda fila de violines. Joven nacida para la música, porque no cabe mayor deleite musical que el expresado por esta chiquilla, con gestos, sonrisas y requiebros de arpegios, capaces de contagiar la pasión musical y llevar a quien esto escribe a un estado de complacencia envolvente difícil de expresar, inoculando mi ánimo con placenteros sueños, hasta hacerme nota musical en la caja de resonancia de su diapasón.

Al acabar el concierto no tuve más opción que acercarme a ella para agradecerle tan deleitoso contagio y el delirio musical que transmitió, augurándole una vida feliz junto a las cuerdas de su violín.