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ENTRAÑABLE DESCARO DE TERESA

ENTRAÑABLE DESCARO DE TERESA

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Dejando perder mis pasos por el sevillano barrio de Santa Cruz, di con la Plaza de Teresa, nominada y conocida popularmente como Plaza de doña Elvira, por un error del Ayuntamiento ya que tal plaza debe llevar el nombre de la indomable señora Teresa que llegó a ella hace 53 años al quedarse viuda, para vivir en encima del restaurante Rincón de Fígaro.

Contemplaba la casa desde tal esquina, cuando una voz rota se dirigió a mí desde la silla que ocupaba junto a la mesa del restaurante, adornado con vajilla de la Cartuja:

  • Aquí estoy tomando un refresquito de balde, porque de alguna forma tengo que cobrarme la lata que me dan estos del bar todos los días y a todas las horas.
  • Ya, claro, respondí tímidamente.
  • Los guías engañan a los turistas con muchas mentiras, como ese que va ahí con el paraguas. No saben que Juan Tenorio era maricón, pues tuvo sentada en un banco a doña Inés y la monja se levantó doncella, igual que se sentó.

De esta forma, comenzó la extensa conversación que mantuve con Teresa, sin saber las razones del encuentro, pero disfrutando oyéndole contar historias personales que concluyeron en el retrato-recuerdo, cabecera de este recuerdo a tan inesperado intercambio de relatos.

  • Yo vivo aquí, en ese portal, y tengo que ver y oír cada cosa…. Todo lo llevo bien, menos cuando hablan de Franco. A mi madre le dijeron que se fuera a buscar el velo, cuando detuvieron a mi padre.

El resto del monólogo que tuvo conmigo no es para reproducirlo ni sus historias para contarlas, pero sí para conservarlas en la memoria.

Desparpajo a corazón abierto con un desconocido al que no había visto en su vida, ni volverá a ver. Desahogo espontáneo de sentimientos no requeridos por el oidor que paseaba distraídamente entre los naranjos, antes de acodarse en la esquina del barbero sevillano.

Supongo que las historias estuvieron aderezadas con alguna mentira, solo cierta en su mente, pero es Teresa mujer con sentido común en el lugar que corresponde, lo cual eliminó las dudas sobre su cordura, teniendo la sorpresa del encuentro argumento de complacencia.

SERVIDUMBRE DEL MORBO

SERVIDUMBRE DEL MORBO

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Leo con estupor que la “Princesa del pueblo” se ha travestido en escritora de éxito según Wikipedia, aprovechando su elemental educación, vulgar dicción, grosera expresión, escueto vocabulario, deficiente cultura y dificultad lectora, llegando a liderar la lista de libros más vendidos, con una obra de cuyo nombre yo tampoco quiero acordarme.

Es difícil pensar que los miles de lectores de las páginas redactadas por esta escribidora, lo hagan para deleitarse con su manejo del lenguaje, recrear el espíritu con sus descripciones narrativas o disfrutar con la originalidad del argumento, porque nadie puede dar lo que no tiene, y a esta mujer le falta sabiduría y le sobra desparpajo.

¿Qué ofrece, pues, el libro de “La Esteban”? Sin ánimo de ofender a los responsables de Espasa, ni al prologuista-entrevistador Izaguirre, ni a la protagonista, ni siquiera a San Judas que la resucitó a la vida, el libro de “La de San Blas” no ofrece sino morbo a los lectores aficionados a insultos, gritos, soecidades, llanto, amenazas y uñas afiladas.

Esta famosilla, cuyo mérito en la vida ha sido tener un hijo de soltera con un torero, ha tenido a bien seguir los consejos de su representante, apoyarse en los amigos “salvadores” y dejarse empujar por la familia, para tomar su telenovelada vida por bandera y lanzarse a las estanterías, recordando a los morbosos su origen humilde, su lucha, su embarazo por un hombre rico, los desprecios sufridos, su drogadicción y la amenaza de muerte por su hija.

Este icono postmoderno de la España morbosa, negra, profunda, cutre y zafia, se embolsa miles de euros por cada sonido gutural que emite sin vergüenza en los platós televisivos comerciales, asegurando que está “de puta madre”, mientras llama “cabronazo” al yerno real y afirmando por sus “cojones” que los españoles saben hacer el amor, siendo los periodistas de la prensa rosa “unos hijos de…”, porque a ella le sale “del potorro o del chichi lavado en el bidel, ¿vale?”.